Este fenómeno de reacomodo histórico de las élites experimenta hoy una fase de “ajuste”, en la cual la derecha centroamericana intenta crear nuevas condiciones de “estabilidad neoliberal” y control social, luego de un período en que el campo popular conquistó –a partir del año 2001- importantes espacios de poder político formal y no formal (desde los movimientos de resistencia contra el Plan Puebla Panamá o contra el TLC con EE.UU, hasta la reciente victoria del FMLN en las elecciones de El Salvador).
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: Oscar Arias, Felipe Calderón y Álvaro Uribe en la cumbre del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla, en Costa Rica. Un claro ejemplo del ascenso de las élites de derecha centroamericanas y mesoamericanas).
Hacia el final de la primera década del siglo XXI, Centroamérica muestra dos imágenes contradictorias, conflictivas y mutuamente excluyentes que, sin embargo, conviven en un mismo espacio geográfico. Una de estas imágenes nos muestra la cada vez mayor integración económica de los grupos empresariales y financieros, en el contexto de casi diez años de estabilidad macroeconómica -orgullo del neoliberalismo-, hasta el estallido de la reciente crisis financiera.
La otra imagen, en cambio, es la de la persistencia y profundización de factores de rancio carácter histórico, que se manifiestan en los distintos escenarios sociopolíticos que hoy caracterizan el lado oscuro de la región: violencia social y criminalidad creciente, desigualdad y exclusión económica, y democracias debilitadas y “vigiladas”, en sociedades donde predominan, aún, fuertes rasgos de autoritarismo.
Se trata de un proceso que, al hacer parte de la lógica de la globalización neoliberal, reproduce en nuestros países fenómenos que observamos a escala planetaria: la concentración de los beneficios del éxito económico en pocas manos, y más precisamente, en las de aquellos grupos que viven en “islas” primermundistas, en medio de la decadencia y la pobreza que se extiende a casi la mitad de la población centroamericana (un 46,5% para 2006, según el Informe Estado de la Región 2008).
Este cúmulo de circunstancias y procesos de descomposición social le restan méritos a los avances relativos alcanzados en las últimas décadas, en distintos órdenes del desarrollo humano.
Además, desde nuestra perspectiva, este estado de situación lleva implícito el riesgo de que, a largo plazo, la posibilidad de construir proyectos políticos nacionales y centroamericanos se diluya en el juego de fuerzas e intereses de la geopolítica internacional, con claro protagonismo estadounidense.
En el actual momento, con un nuevo tipo de golpe de Estado en curso en Honduras, por el que asoman fantasmas del pasado, resulta evidente que Centroamérica se ha convertido en el teatro de operaciones de las intensas batallas ideológicas, políticas, sociales y culturales que libran los bloques Norte y Sur de América: algunas, veladas y encubiertas; y otras, abiertas y declaradas en medio de la ebullición y la movilización de los pueblos en defensa de sus legítimas aspiraciones de cambio.
¿Por qué Centroamérica? Una posible explicación es la que ofrece Ángel Rodríguez Luna, investigador de la Universidad del Mar (Oaxaca, México), quien explica que la expansión estadounidense en la región, a partir de la década de 1990, se vio favorecida “porque durante esos años ascendieron al poder político élites empresariales con intereses económico-regionales, más que nacionales, y vinculadas a élites militares y a corporaciones transnacionales (…) lo cual es una de las modalidades de la geopolítica de ese país”[1].
Es decir, experimentamos un reacomodo histórico de las elites centroamericanas en función de los grandes ejes de la geopolítica y los intereses económicos de los EE.UU. En alguna ocasión nos hemos referido a esto, retomando la idea del sociólogo guatemalteco Edelberto Torres Rivas sobre el maridaje entre nuestra burguesía nativa y la burguesía metropolitana[2], que progresivamente ha profundizado la condición dependiente y neocolonial de nuestras sociedades.
Son élites progolpistas como las que actúan hoy en Honduras, o las que promueven, en otros países, “soluciones de diálogo” que, de aceptarse, dejarían maniatadas las posibilidades de transformación social en nuestras democracias, porque en adelante serán los poderes militar y económico, y no los ciudadanos, quienes determinen el rumbo y los límites de los procesos sociales y políticos en la región.
Este fenómeno de reacomodo experimenta hoy una fase de “ajuste”, en la cual la derecha centroamericana intenta crear nuevas condiciones de “estabilidad neoliberal” y control social, luego de un período en que el campo popular conquistó –a partir del año 2001- importantes espacios de poder político formal y no formal (desde los movimientos de resistencia contra el Plan Puebla Panamá o contra el TLC con EE.UU, hasta la reciente victoria del FMLN en las elecciones de El Salvador).
¿Dónde observamos con más precisión este “ajuste”? Resulta ilustrador el caso del presidente panameño Ricardo Martinelli: un magnate de los negocios, egresado de la cuna del neoliberalismo centroamericano (el INCAE Bussines School, en Costa Rica), que ha ganado simpatía entre los poderosos al proclamar –en sus discursos- que está dispuesto a hacer todo lo que sea preciso para “cambiar a Latinoamérica (…) desafiando el péndulo ideológico” (La Nación, 23-05-209 y 02-07-2009) que hoy favorece a la centroizquierda y lo nacional-popular.
Igualmente, la reciente reunión del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla, celebrada en Liberia la semana anterior, ratificó este reacomodo de las élites centroamericanas y, ahora también, mesoamericanas: los gobiernos de Felipe Calderón (México), Oscar Arias (Costa Rica), el propio Martinelli y Álvaro Uribe (Colombia), impulsaron una vez más el Proyecto Mesoamérica y la Iniciativa Mérida, componentes vitales de la geopolítica estadounidense en la región (ver: Honduras: (en)clave de la geopolítica en Mesoamérica., 25-07-2009). En cambio, los presidentes Álvaro Colom (Guatemala) y Mauricio Funes (El Salvador), ante la ausencia de Manuel Zelaya (Honduras) y la autoexclusión de Daniel Ortega (Nicaragua), tuvieron un margen de acción muy limitado en este espacio de deliberación.
Cualquier informe serio lo reconoce así: Centroamérica requiere profundas transformaciones sociales y económicas, que no necesariamente están vinculadas a la lógica neoliberal, sino más bien a la ruta del desarrollo humano sostenible y responsable con el mundo natural. No obstante, para emprenderlas se requiere un monumental trabajo político y cultural que, inevitablemente, implica subvertir las injusticias y los privilegios sobre los que, a lo largo de la historia, se han asentado los grupos de poder, nuestras inefables élites.
¿Lo permitirán esos reacomodados, que ahora se creen los “nuevos dueños” de Centroamérica?
Los pueblos tienen la palabra.
NOTAS:
La otra imagen, en cambio, es la de la persistencia y profundización de factores de rancio carácter histórico, que se manifiestan en los distintos escenarios sociopolíticos que hoy caracterizan el lado oscuro de la región: violencia social y criminalidad creciente, desigualdad y exclusión económica, y democracias debilitadas y “vigiladas”, en sociedades donde predominan, aún, fuertes rasgos de autoritarismo.
Se trata de un proceso que, al hacer parte de la lógica de la globalización neoliberal, reproduce en nuestros países fenómenos que observamos a escala planetaria: la concentración de los beneficios del éxito económico en pocas manos, y más precisamente, en las de aquellos grupos que viven en “islas” primermundistas, en medio de la decadencia y la pobreza que se extiende a casi la mitad de la población centroamericana (un 46,5% para 2006, según el Informe Estado de la Región 2008).
Este cúmulo de circunstancias y procesos de descomposición social le restan méritos a los avances relativos alcanzados en las últimas décadas, en distintos órdenes del desarrollo humano.
Además, desde nuestra perspectiva, este estado de situación lleva implícito el riesgo de que, a largo plazo, la posibilidad de construir proyectos políticos nacionales y centroamericanos se diluya en el juego de fuerzas e intereses de la geopolítica internacional, con claro protagonismo estadounidense.
En el actual momento, con un nuevo tipo de golpe de Estado en curso en Honduras, por el que asoman fantasmas del pasado, resulta evidente que Centroamérica se ha convertido en el teatro de operaciones de las intensas batallas ideológicas, políticas, sociales y culturales que libran los bloques Norte y Sur de América: algunas, veladas y encubiertas; y otras, abiertas y declaradas en medio de la ebullición y la movilización de los pueblos en defensa de sus legítimas aspiraciones de cambio.
¿Por qué Centroamérica? Una posible explicación es la que ofrece Ángel Rodríguez Luna, investigador de la Universidad del Mar (Oaxaca, México), quien explica que la expansión estadounidense en la región, a partir de la década de 1990, se vio favorecida “porque durante esos años ascendieron al poder político élites empresariales con intereses económico-regionales, más que nacionales, y vinculadas a élites militares y a corporaciones transnacionales (…) lo cual es una de las modalidades de la geopolítica de ese país”[1].
Es decir, experimentamos un reacomodo histórico de las elites centroamericanas en función de los grandes ejes de la geopolítica y los intereses económicos de los EE.UU. En alguna ocasión nos hemos referido a esto, retomando la idea del sociólogo guatemalteco Edelberto Torres Rivas sobre el maridaje entre nuestra burguesía nativa y la burguesía metropolitana[2], que progresivamente ha profundizado la condición dependiente y neocolonial de nuestras sociedades.
Son élites progolpistas como las que actúan hoy en Honduras, o las que promueven, en otros países, “soluciones de diálogo” que, de aceptarse, dejarían maniatadas las posibilidades de transformación social en nuestras democracias, porque en adelante serán los poderes militar y económico, y no los ciudadanos, quienes determinen el rumbo y los límites de los procesos sociales y políticos en la región.
Este fenómeno de reacomodo experimenta hoy una fase de “ajuste”, en la cual la derecha centroamericana intenta crear nuevas condiciones de “estabilidad neoliberal” y control social, luego de un período en que el campo popular conquistó –a partir del año 2001- importantes espacios de poder político formal y no formal (desde los movimientos de resistencia contra el Plan Puebla Panamá o contra el TLC con EE.UU, hasta la reciente victoria del FMLN en las elecciones de El Salvador).
¿Dónde observamos con más precisión este “ajuste”? Resulta ilustrador el caso del presidente panameño Ricardo Martinelli: un magnate de los negocios, egresado de la cuna del neoliberalismo centroamericano (el INCAE Bussines School, en Costa Rica), que ha ganado simpatía entre los poderosos al proclamar –en sus discursos- que está dispuesto a hacer todo lo que sea preciso para “cambiar a Latinoamérica (…) desafiando el péndulo ideológico” (La Nación, 23-05-209 y 02-07-2009) que hoy favorece a la centroizquierda y lo nacional-popular.
Igualmente, la reciente reunión del Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla, celebrada en Liberia la semana anterior, ratificó este reacomodo de las élites centroamericanas y, ahora también, mesoamericanas: los gobiernos de Felipe Calderón (México), Oscar Arias (Costa Rica), el propio Martinelli y Álvaro Uribe (Colombia), impulsaron una vez más el Proyecto Mesoamérica y la Iniciativa Mérida, componentes vitales de la geopolítica estadounidense en la región (ver: Honduras: (en)clave de la geopolítica en Mesoamérica., 25-07-2009). En cambio, los presidentes Álvaro Colom (Guatemala) y Mauricio Funes (El Salvador), ante la ausencia de Manuel Zelaya (Honduras) y la autoexclusión de Daniel Ortega (Nicaragua), tuvieron un margen de acción muy limitado en este espacio de deliberación.
Cualquier informe serio lo reconoce así: Centroamérica requiere profundas transformaciones sociales y económicas, que no necesariamente están vinculadas a la lógica neoliberal, sino más bien a la ruta del desarrollo humano sostenible y responsable con el mundo natural. No obstante, para emprenderlas se requiere un monumental trabajo político y cultural que, inevitablemente, implica subvertir las injusticias y los privilegios sobre los que, a lo largo de la historia, se han asentado los grupos de poder, nuestras inefables élites.
¿Lo permitirán esos reacomodados, que ahora se creen los “nuevos dueños” de Centroamérica?
Los pueblos tienen la palabra.
NOTAS:
[1] Rodríguez Luna, Ángel (2008). “Seguridad nacional y geopolítica en América del Norte y Centroamérica”. En Revista Enfoques, 8, vol. VI, Santiago de Chile: Universidad Central de Chile.
[2] Torres Rivas, Edelberto (1989). La crisis del poder en Centroamérica. San José: EDUCA.
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