El crecimiento de la presencia militar norteamericana en Colombia, si es tan inocente y “normal” como el gobierno de Uribe ahora pretende en su propaganda oficial, no tenía razón de convertirse en un problema público de resonancia continental. Alertó enormemente nada más y nada menos que al “prudente” Brasil.
Cincuenta años de guerra no se sobrevuelan en un día. Ni los entuertos de décadas o siglos de conflictos violentos, se solucionan con una medida. Pero lo más llamativo de la entrega de bases militares colombianas para el uso de personal militar norteamericano es que ocurre justo cuando el presidente Álvaro Uribe afirma que está ganándola irresistiblemente. ¿Cómo se explica razonablemente una medida tan arriesgada en un contexto militar que las autoridades colombianas se obstinan en presentar como exitoso?
Hace apenas unos meses, los principales frentes guerrilleros de las FARC eran presentados como en quiebra, con deserciones masivas, debilitados políticamente, en un repliegue estratégico parecido al preludio de la derrota terminal. Luego de las muertes de Reyes y Marulanda, del rescate espectacular de Ingrid Betancourt y del asesinato de Iván Ríos por uno de sus hombres, parecíamos asistir a golpes militares devastadores.
Álvaro Uribe retaba amenazadoramente al “guerrillero filósofo” (Alfonso Cano) advirtiéndole que iban tras sus pasos. No tardarían en darle caza. La imagen que quedaba en la retina era la de una presa huyendo sin rumbo de un ejército al fin con las manos libres para darles la estocada final en el campo de batalla.
Algo no cuadra. O las FARC no están tan debilitadas como se dice, o el propósito de las bases militares con acceso privilegiado norteamericano no es básicamente combatirlas.
El contexto geopolítico de una medida de tantas implicaciones, reverberaciones y complicaciones, también es llamativo. Ocurre cuando el giro hacia la izquierda en América Latina parece estar llegando a una encrucijada importante. Panamá salió del centro, en Brasil difícilmente repetirá el Partido de los Trabajadores, en Chile la Concertación por la Democracia se ha desmembrado en cuatro candidaturas nacidas de sus filas y podría dar paso a un gobierno de coalición de derechas, en Uruguay el panorama es bastante adverso para el Frente Amplio y su candidato oficial, el ex tupamaro José Mujica. Colombia, México y Perú son los bastiones más importantes del conservadurismo continental. En ninguno de esos países parece haber una amenaza electoral inmediata creíble desde el centro o la izquierda.
El crecimiento de la presencia militar norteamericana en Colombia, si es tan inocente y “normal” como el gobierno de Uribe ahora pretende en su propaganda oficial, no tenía razón de convertirse en un problema público de resonancia continental. Alertó enormemente nada más y nada menos que al “prudente” Brasil. El contexto político continental parece dar cabida a este globo de ensayo. La estrategia de Uribe de salir en gira continental rindió sus frutos en la reunión de la UNASUR. Los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay evitaron una condena abierta como el hecho merecía. Los guiños a la derecha reflejan en parte esa nueva relación de fuerzas electorales. Uribe tiene todavía una batalla que dar en Bariloche, pero ganó la primera escaramuza en la defensa de sus medidas indefendibles.
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