La contribución de TeleSur ha sido invaluable en dos sentidos: uno, en la construcción de un espacio de comunicación (audiovisual) propio, no controlado por los grandes conglomerados globales –aunque con influencia de los Estados accionistas-; y el otro, en la forja de una suerte de "nueva comunidad imaginada latinoamericana", que acompaña con interés, entusiasmo, solidaridad –y hasta con dolor, a veces- los procesos políticos nuestroamericanos.
Por estos días, TeleSur, la cadena multiestatal latinoamericana de televisión, está celebrando cuatro años de transmisiones para nuestra región y, recientemente, también para el resto del mundo, gracias a la difusión de su señal por medio del satélite venezolano Simón Bolívar.
Para dimensionar la importancia de un proyecto de esta naturaleza, basta con recordar que las primeras emisiones de TeleSur salieron al aire –a finales de julio del 2005- antes que Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa, Manuel Zelaya, Fernando Lugo, Álvaro Colom o Cristina Fernández asumieran la presidencia de sus países. En Cuba, no se producía aún la renuncia de Fidel Castro a la presidencia del Consejo de Estado, ni la elección de su hermano Raúl para sucederle.
La Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América daba sus primeros pasos, acercando a Cuba y Venezuela mediante mecanismos de cooperación que desafiaban la lógica de la globalización neoliberal y el pensamiento único, incapaz de concebir nada más allá del “libre comercio” y la maximización de las ganancias financieras. Y faltarían todavía tres años para que la Unión de Naciones del Sur fuese una realidad.
Aún más, la aprobación en referéndum democrático y con masivo apoyo popular de las nuevas constituciones de Bolivia y Ecuador, no pasaba de ser un sueño que nutría las luchas de los pueblos indígenas, los movimientos sociales y los sectores políticos más progresistas de estos países.
Este recuento de acontecimientos, que en un plazo menor a los cinco años se han sucedido unos a otros, vertiginosamente, como una inédita corriente expansiva, ilustran a cabalidad eso que el presidente ecuatoriano Rafael Correa definió en una ocasión como “el fin de la larga noche neoliberal”, o lo que ya conocemos en forma más generalizada como el cambio de época en nuestra América.
A través de la cobertura periodística, la señal televisiva y su sitio en internet, TeleSur ha sido parte de este cambio y le ha mostrado al mundo ese otro lado de la realidad social y política de nuestra región: el del despertar de los pueblos, el del protagonismo de los históricamente oprimidos y el renacer de muchas tradiciones culturales y políticas subalternas, sistemáticamente excluidas de la construcción de la realidad que presentan y difunden los medios de comunicación hegemónicos (como lo presenciamos durante varias semanas cuando TeleSur, en exclusiva, llevó a todos los confines las imágenes del golpe de Estado en Honduras, frente a una sospechosa indiferencia de las grandes cadenas de televisión comerciales).
A pesar de los obstáculos que todavía enfrenta su señal para difundirse en los sistema de televisión pública abierta en buena parte de la región –por prejuicios ideológicos, presiones políticas o por factores económicos-, la contribución de TeleSur ha sido invaluable en dos sentidos: uno, en la construcción de un espacio de comunicación (audiovisual) propio, no controlado por los grandes conglomerados globales –aunque con influencia de los Estados accionistas-; y el otro, en la forja de una suerte de nueva comunidad imaginada latinoamericana, que acompaña con interés, entusiasmo, solidaridad –y hasta con dolor, a veces- los procesos políticos nuestroamericanos.
Gabriel García Márquez, en calidad de miembro de la Comisión Internacional sobre Problemas de la Comunicación de la UNESCO que en 1980 publicó el Informe Macbride, expresó en este documento que: “Unas estructuras más democráticas de comunicación constituyen una exigencia nacional e internacional para los pueblos de todo el mundo (…). La quiebra del poder concentrado en las manos de los intereses comerciales o burocráticos es un imperativo universal, y reviste una importancia especialmente crucial para los países del Tercer Mundo”.
Hoy, en medio de tensiones y complejos procesos socio-políticos en el continente, la existencia de TeleSur plantea, una vez más, el imperativo de la construcción de un nuevo orden internacional de la comunicación, como condición para proteger la diversidad cultural de los pueblos y democratizar los flujos mundiales de información, de manera especial en el contexto de la globalización neoliberal.
Evidentemente, hay aspectos de este proyecto de comunicación que deben revisarse y someterse a la crítica. Uno de sus fundadores y exdirector, el periodista uruguayo Aram Aharonian, ha señalado objeciones sobre su funcionamiento que no deben ser desestimadas (ver: Aram Aharonian: "Telesur está tomada por ineptos, contrarrevolucionarios en el amplio sentido de la palabra" , Mundo Hispano, 18-11-2008).
Sin embargo, en la actual coyuntura política, y en una perspectiva histórica de la comunicación social en América Latina, el balance sin duda es positivo. Quizá el mayor acierto de TeleSur, en nuestra opinión, es que no ha perdido de vista la línea de reivindicaciones sociales, culturales y democráticas que forman parte de su propuesta original, y que de hecho constituyen la esencia de su carácter alternativo. Lo que, de alguna manera, nos recuerda que nuestra historia y nuestra cultura, no pueden ser otras sino las de nuestra resistencia y liberación.
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