Los Estados Unidos están entrando en una nueva era de declinación, producto tanto de sus contradicciones internas como del surgimiento de otras potencias en el mundo, y América Latina es el espacio “natural” en el que tiene que hacerse fuerte antes que su declive lo deje reducido a una potencia regional de segundo orden.
El 6 de agosto pasado, el presidente Barack Obama respondió de la siguiente forma a las fuertes críticas que se le han hecho por no adoptar una postura más enérgica contra el golpe de Estado en Honduras: “No puedo apretar un botón y reinstalar a Zelaya”. Con esto, seguramente quería significar que él, como presidente de los Estados Unidos de América, tenía posibilidades limitadas de intervenir y cambiar el rumbo de los acontecimientos políticos en ese país.
Días más tarde, el 28 de agosto, al finalizar la Cumbre de Líderes de América del Norte, ante la insistencia en el tema, dijo que: “Los mismos críticos que dicen que los Estados Unidos no han intervenido lo suficiente en Honduras, son las mismas personas que dicen que siempre estamos interviniendo, y que los yanquis necesitan salirse de Latinoamérica. Si estos críticos creen que es apropiado que nosotros de repente actuemos de manera que en otro contexto ellos mismos considerarían inapropiado, creo que entonces eso indica que quizás hay algo de hipocresía... (y) ciertamente eso no va a dirigir las políticas de mi administración".
No queda claro, entonces, si los Estados Unidos no pueden o no quieren. La ambigüedad, sin embargo, es solamente declarativa, porque la administración de Barack Obama ha venido dando pasos precisos que muestran claramente qué es lo que quieren y pueden. Es decir que, cuando le interesa, sabe oprimir el botón.
Lo primero fue Honduras, zarpazo preciso que muestra cómo el gato imperialista se come al ratón díscolo, descuidado o débil. En ese país, dorará la píldora dándole largas al asunto hasta que, al final, cuando no sea más que un tigre de papel, seguramente restituirá a un Zelaya que solo regresará a la presidencia para legitimar las elecciones en donde saldrá electo un Micheletti-otro.
Lo segundo son las bases en Colombia. El botón de Obama se activó de manera precisa y se aseguró un rosario de bases en la boca del petróleo de Venezuela, el Canal de Panamá, las riquezas naturales de la amazonía, el acuífero Guaraní y la frontera con Brasil. Nada más y nada menos. Sabe lo que quiere el Obama este.
Al igual que en Honduras, en Colombia tiene un incondicional. Uribe no ha terminado, aún, ninguna intervención pública recitando el eslogan norteamericano “Dios salve a América”, como su par hondureño en la reunión con la delegación de la OEA en Tegucigalpa, pero por ahí anda. Como se sabe, Uribe es un rehén de los norteamericanos que le tienen un expediente bien gordo en el que se certifica sus viejas vinculaciones con el narcotráfico. Si se porta mal, a sus amigos no les va a quedar otra alternativa que aplicarle una receta igual a la de Manuel Antonio Noriega en Panamá.
Mister Obama ha demostrado que, como siempre, los Estados Unidos tienen muy claros cuáles son sus intereses, y los latinoamericanos también hemos mostrado cómo, con frecuencia, no sabemos comprender con claridad lo que ellos nos dicen. En relación con Obama, por ejemplo, obnubilados con el hecho de que es el primer presidente negro de la nación del Norte, creímos que cuando dijo en la Cumbre de las Américas que quería construir una “nueva era” en las relaciones de su país con los nuestros, se refería a una era de relaciones de respeto mutuo.
Pero no, Obama se refería a otra cosa. Él lo que quiso decirnos, y nosotros no entendimos, es que los Estados Unidos están entrando en una nueva era de declinación, producto tanto de sus contradicciones internas como del surgimiento de otras potencias en el mundo, y que América Latina es el espacio “natural” en el que tiene que hacerse fuerte antes que su declive lo deje reducido a una potencia regional de segundo orden.
Afortunadamente, en estos días las cosas no le salen tan fácilmente. La reciente reunión de UNASUR muestra que la disconformidad con lo que está haciendo es, prácticamente, unánime. Hasta Perú salió protestando.
Ahora se le quiere invitar a que se reúna con los presidentes de UNASUR para que discuta lo las bases. Es decir, a pesar de que Uribe habló durante cuarenta minutos en la reunión de Bariloche, es mejor hablar con el jefe directamente. Quién sabe si encuentre un espacio en su apretada agenda para darles cita.
En todo caso, al botón no lo pierde de vista.
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