En las últimas dos semanas hemos visto cómo se desata en Estados Unidos la histeria por el terrorismo. Nada ni nadie escapa a la sospecha. En nombre de la libertad aumenta el control y las restricciones. Viven bajo el signo del poema de Konstantino Kavafis: la espera de los bárbaros les alarga la vida.
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmal.com
rafaelcuevasmolina@hotmal.com
Toda nación tiene una serie de mitos fundantes, primigenios, en función de los cuales erige su identidad en el seno del conglomerado de las naciones de la Tierra. Sabemos, sobre todo después de la publicación de los trabajos de Benedict Anderson y Eric Hobsbawn, que tales mitos son, en muy buena medida, construcciones imaginarias, erigidas más o menos concientemente con el fin de legitimar el control ideológico-simbólico de un grupo de individuos sobre el resto.
Lo anterior no significa que tales construcciones ideológicas se hagan en el vacío, que sean una invención aislada producto de la mente fecunda de una serie de individuos que se sientan a concebir un mundo fantasioso. Todo lo contrario, estas construcciones son interpretaciones de la historia, de los hechos, procesos y acontecimientos del pasado; interpretaciones que adquieren el rango de verdaderas, de oficiales y, podemos decir, de únicas, en la medida en que el grupo social que hace la interpretación cuenta con los mecanismos e instrumentos para hacerle creer a toda la sociedad que esa es la verdad, la única, la verdadera verdad.
Mecanismos e instrumentos para hacer creer esto son, por ejemplo, la escuela (el sistema educativo en general) y los medios de comunicación de masas (los periódicos, la radio, la televisión, etc.).
En América, el proceso de conformación de la nación y su correlato, el nacionalismo, es producto de un largo proceso que empieza a gestarse aún en el período colonial, cuando grupos sociales vinculados al poder colonial sienten que sus derechos se ven menguados ante los que se les otorgan a los que no son nacidos aquí. En América Latina es el caso de los criollos, que a pesar de ser descendientes de españoles se ven marginados frente a los peninsulares quienes, en última instancia, son los que detentan el poder político.
Los llamados procesos de independencia no hacen sino cristalizar los intereses y necesidades de esos grupos sociales relativamente marginados quienes, a partir de entonces, iniciarán la organización del Estado en función de sus intereses, y leerán el pasado (lo interpretarán) de acuerdo a sus puntos de vista.
Siendo en muy buena medida, entonces, construcciones imaginarias, interpretaciones relativamente arbitrarias, se escogerá del pasado aquello que refuerce la visión de mundo del grupo dominante.
Los Estados Unidos de América no escapó a este proceso. En la base fundante de la nación norteamericana existen algunos mitos que le dan sentido e identidad en el concierto de las naciones del mundo, y que aparecerán siempre, a través de toda su historia, expresándose de forma distinta en función de las circunstancias específicas.
Uno de estos mitos, además de los del excepcionalismo y el de ser un país predeterminado para alcanzar determinadas metas, no solo para sí sino para toda la humanidad, es el que se perfila inmediatamente después de la independencia, y es aquel según el cual su seguridad nacional se encuentra perennemente amenazada.
Estas ideas míticas se encuentran enunciadas originalmente por los llamados “padres fundadores” de la nación norteamericana como Thomas Jeffeson, Tomas Paine y Alexander Hamilton.
La idea de estar constantemente amenazado desde el exterior, llevó a que los nacientes Estados Unidos se apropiaran por diversas vías de territorios que, en ese momento, eran poco atractivos o inhóspitos, como Alaska, La Florida o el Norte de México, construyendo así un concepto de frontera como un componente defensivo para su seguridad interna.
Este mito fundante encuentra constantemente “amenazas” frente a las cuales deben desplegarse fuerzas económicas, políticas, militares o ideológicas que sean capaces de vencerlas o neutralizarlas. Como idea primigenia de la nación norteamericana forma parte de su sentido común; solo los locos, los apátridas o los enemigos pueden cuestionarla. Sirve, por lo tanto, como base del consenso.
Siendo base del consenso que permite la unidad nacional, los sectores dominantes estadounidenses deben encontrar, constantemente, amenazas externas. Varias han sido las amenazas identificadas a través de esta historia de más de dos siglos: después de la independencia, los declinantes imperios europeos que amenazaban con volver; en el siglo XX, el comunismo y, después, el terrorismo.
En las últimas dos semanas hemos visto cómo se desata en ese país la histeria por el terrorismo. Nada ni nadie escapa a la sospecha. En nombre de la libertad aumenta el control y las restricciones.
Los Estados Unidos viven bajo el signo del poema de Konstantino Kavafis: la espera de los bárbaros les alarga la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario