Haití nos revela la decadencia de una civilización que se levantó sobre la ferocidad de los imperios occidentales, y que hoy no encuentra cauces para superar las limitaciones y contradicciones de su propia lógica destructiva y depredarora.
NOTA RELACIONADA: Estrategia del caos para una invasión
En su célebre Discurso sobre el colonialismo, el poeta e intelectual martiniqueño Aimé Césaire dijo que “una civilización que hace trampas con sus principios es una civilización moribunda”. Basta con leer los despachos de las agencias de noticias que informan acerca de la tragedia en Haití, para comprobar la verdad de esa sentencia: una partida de ajedrez geopolítico empieza a librarse bajo los escombros de Puerto Príncipe y la oprobiosa opulencia en la que han vivido sus clases dominantes, consentidas por esas mismas potencias que hoy acuden a “salvar” al pueblo haitiano.
El eco del imperialismo y el colonialismo retumba en los discursos y declaraciones de los líderes mundiales sobre Haití. El gobierno de Barack Obama en Estados Unidos, evocando los tiempos de Woodrow Wilson, tomó la iniciativa y en medio del caos desembarcó ya más de 14.000 soldados en el país más pobre de América, prometiendo que su estadía será larga (como sus anteriores desembarcos). La Secretaria de Estado, Hillary Clinton, incluso se atrevió a anticipar que las fuerzas de su país permanecerán en territorio haitiano “hoy, mañana y previsiblemente en un futuro”.
En Francia, por su parte, entre las élites políticas afloran las suspicacias y críticas –débilmente encubiertas por las buenas maneras diplomáticas- debido al despliegue militar norteamericano, en una suerte de reclamo de “derechos de influencia” sobre la excolonia: esa a la que Napoleón Bonaparte castigó duramente con un bloqueo comercial -recurrente manía de los imperios-, por el arrebato de dignidad y libertad que fue su proclama de independencia en 1804.
Y en América del Sur, los hegemonistas brasileños miran con recelo el protagonismo estadounidense, que desplaza a su país del rol de liderazgo de la Misión de la ONU en Haití (MINUSTAH): una operación internacional cuyos magros resultados cuestionan la capacidad de Brasil de actuar como fuerza “pacificadora” en la región, con un carácter realmente diferente del imperialismo norteamericano.
Asistimos, con tristeza y asombro, a un retroceso de siglos: una vuelta a aquellos tiempos cuando las potencias repartían el mundo a su antojo y decretaban zonas “naturales” de influencia según la voracidad de sus apetitos expansionistas; los poderes terrenales –no pocas veces ayudados por los poderes “divinos”- trazaban las líneas maestras de la cartografía de los imperios; y los banqueros internacionales acudían en tropel a rescatar las economías y prolongar, eternamente, las deudas de los pobres sometidos al sistema capitalista.
Es un rasgo de esa modernidad occidental en la que vimos la luz como naciones independientes –en la forma, mas no en el fondo-, y que aún pervive en nuestros días.
Por desgracia, al amparo del discurso y la movilización internacional de la “ayuda humanitaria” de los países del llamado “Primer Mundo”, avanza también una reconfiguración de la correlación de fuerzas y el control de espacios de poder en el Caribe, y que inevitablemente afecta al resto del continente. Y eso es lo que han denunciado los países de la Alianza Bolivariana de las Américas, que saben ya de las maniobras en curso contra el bloque alternativo de integración regional.
Una situación como esta nos recuerda los desafíos que enfrentan los movimientos sociales, organizaciones populares y aquellos gobiernos que han llevado más lejos las iniciativas para construir una América Latina y Caribeña más independiente, integrada cultural, social, política y económicamente. De manera particular, nos confirma la necesidad imperiosa de buscar caminos propios para alcanzar el bienestar, más allá del capitalismo neoliberal y de las nuevas formas de colonialismo e imperialismo que amenazan a nuestros pueblos y, más grave aún, que comprometen la sostenibilidad de la vida humana en el planeta.
Haití, con su pobreza y desigualdad social, sojuzgada desde hace siglos por las grandes potencias, se nos presenta, hoy, como un doloroso retrato de la historia de nuestra América: de sus desventuras y cadenas, de las liberaciones y emancipaciones siempre por completar. Incluso, de nuestros grandes e inexcusables olvidos.
Haití nos revela, además, la decadencia de una civilización que se levantó sobre la ferocidad de los imperios occidentales, y que hoy no encuentra cauces para superar las limitaciones y contradicciones de su propia lógica destructiva y depredarora.
Sobre esa decadencia, será preciso crear una civilización nueva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario