La crisis de credibilidad avanza y algunos hablan de insurrecciones mediáticas ante la creciente “inseguridad informacional”. El cuerpo social está desarrollando mecanismos de alerta ante lo que escucha, lee o ve en los aparatos ideológicos de la globalización
Frente a la información oficial difundida por los megamedios, la telefonía celular e Internet se erigen en este siglo como mecanismos de defensa del derecho a conocer la verdad o al menos, otras visiones sobre un mismo acontecimiento. La cuestionable apertura y participación en los procesos de comunicación se desdobló en un bumerán para sus impulsores, quienes probablemente nunca previeron las insurrecciones mediáticas gestadas en los últimos años contra sus proyectos de dominación.
El despliegue de redes detractoras del Área de Libre Comercio en las Américas, de los Tratados de Libre Comercio, y la hemorragia bloguera desatada a raíz del golpe de Estado contra el presidente constitucional de Honduras, Manuel Zelaya, son apenas algunas muestras.
Los sucesivos descalabros de sistemas políticos orientados al socialismo, las dictaduras militares de la década de 1980 y otros factores, permitieron al aparato mediático cultivar un imaginario derrotista en relación con las revoluciones y reforzar la cultura del mercado. En medio de este escenario, muchos aceptaron de manera acrítica la devaluación de ideologías, de proyectos políticos transformadores, de las pasiones encarnadas por estos, de las prácticas sociales colectivas, y de sentimientos y valores humanos considerados trascendentes.
El “vale todo” plantó sus botas sobre las culturas locales y trocó todo en descartable y efímero, con el respaldo de una discursiva mediática potenciadora de la desfragmentación y el desprecio a las prácticas anticapitalistas conscientes o simbólicas. Los avances tecnológicos, en tanto favorecieron la globalización del conocimiento de lo que sucede en los lugares más remotos, fomentaron la conformación de la subjetividad de esta época histórica, la saturación informativa y la incomunicación alienante.
La enajenación de los sujetos se puso a la orden del día con el distanciamiento creado por la política hegemónica, entre las imágenes y dichos que saturan los medios y el ancho campo de las resistencias, dolores y esperanzas populares. Tal estado de hecho redundó en el desencuentro entre las palabras y sus significados y de las imágenes que consumimos con las representaciones de nuestros actos cotidianos, considera la argentina Claudia Korol.
La “comunicación en formato zapping” condujo a la proliferación de interpretaciones mesiánicas, de fundamentalismos, la exacerbación de los individualismos, y la continua frustración de la creencia en los fetiches sucesivos establecidos por el mercado.
La generación permanente de mensajes estimuladores de necesidades y ansiedades materiales es inherente a un sistema social cuya prioridad es la reproducción ampliada del capital y su embellecimiento responde a la necesidad de fomentar la cultura consumista.
Varios estudiosos coinciden en que el sentido de pertenencia localista se diluye con las ofertas de los emporios mediáticos, porque muchos no encuentran respuestas a sus necesidades básicas en la cotidianeidad y, ante lo que le muestran, sienten cada día más empobrecidos sus rasgos.
La incomunicación, como estrategia de dominación, marcha acompañada del terrorismo mediático, novísimo adjetivo en boga, alusivo a una práctica que supera la centuria. Desde que William R. Hearst definiera a los titubeantes reporteros del New York Journal —designados para cubrir el conflicto hispano-cubano de finales del siglo XIX— que él se encargaría de fabricar la guerra con las informaciones de ellos, sentó las pautas de lo que sería ejercicio constante en esta centuria.
Numerosos son los ejemplos de la complicidad de los medios con las fuerzas más retrógradas y su predisposición a invadir los espacios ajenos para, a tono con los objetivos de ellas, secuestrar mentes e inducirlas a aceptar el dominio al que se les somete. El terrorismo mediático alude a la manipulación de la información, establecida mediante el silencio, la censura, y la propaganda, con la intención de influir en la opinión pública para crear dudas, temores, y zozobras con fines políticos, económicos, religiosos, u otros.
Es incalculable el potencial de la información para arrastrar a un país a un conflicto y la de los medios y agencias publicitarias para usar la verdad, en detrimento de ella misma, sin descuidar las reglas del espectáculo. La guerra mediática es un complemento de las otras guerras, aunque no alcanza a sustituirlas. En todo caso, se suma a las formas tradicionales de represión contra los pueblos y en Latinoamérica, cobra rango de problema de seguridad nacional y regional.
Fernando Buen Abad, comunicólogo mexicano, considera que la envergadura de las campañas mediáticas por desacreditar a los elementos de progreso en este continente debe ser contrarrestada con la instalación de un frente de comunicólogos del área, que en constante intercambio con los movimientos sociales de bases, articule la defensa ante esa agresión. Para sus artífices, son meras trivialidades las masacres étnicas, la muerte diaria de miles de personas por hambre o enfermedades curables en el mundo, o el ametrallamiento de poblaciones enteras bajo cuestionables ideales democráticos.
El terrorismo mediático guarda vínculos estrechos con la tríada periodismo, periodista y poder, y prevalece desde los comienzos de la hostilidad entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos. Ambos, empeñados en sostener el liderazgo en sus respectivos bloques geopolíticos y controlar políticamente los territorios ultramarinos, ricos en reservas de materias primas y fuentes de energía no renovables, hicieron del terrorismo mediático un arma común, recuerda Gregorio Javier Pérez Almeida.
Pero por suerte, la historia de la comunicación contemporánea muestra el progresivo incremento de la insatisfacción con este modo de obrar de los medios de difusión masiva. La crisis de credibilidad avanza y algunos hablan de insurrecciones mediáticas ante la creciente “inseguridad informacional”. Ramonet insiste en que el cuerpo social está desarrollando mecanismos de alerta ante lo que escucha, lee o ve en los aparatos ideológicos de la globalización.
Baste un recorrido por el espacio virtual y saltarán a la vista las muestras de que la ciudadanía, cercana al convencimiento de que estos la engañan por razones políticas y financieras, les hace la contrapartida.
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