Con independencia de que el ALBA se consolide como un esquema de
integración subregional definitivo, mute o se fusione con otras estrategias de
integración como la UNASUR o la CELAC; en su VII aniversario hay motivos de
sobra para celebrar que es posible decir NO a los grandes poderes mundiales,
que se puede diseñar una política independiente y soberana y que se puede
construir el camino hacia la multipolaridad.
Tahina Ojeda Medina / CEPRID
Lo que comenzó como una alternativa para frenar el avance del Área de Libre
Comercio de América (ALCA) se ha transformado en una alianza en favor de la
integración de los países latinoamericanos y caribeños. Me refiero a la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los
Pueblos (ALBA-TCP).
Vale la pena recordar que los inicios del ALBA-TCP fueron solitarios. La
Cumbre de las Américas (Quebec 2001) tenía como bandera la creación del ALCA y,
como la mayoría de las reuniones hemisféricas, antes de su “democrática
aprobación” ya estaba tomada la decisión de crear un área de libre comercio. El
ALCA era un espacio que pretendía crear un entramado de relaciones comerciales
bajo las reglas de libre mercado sin tomar en consideración las asimetrías
económicas y, mucho menos, las sociales. Lo anteriormente descrito se evidencia
en el punto 6º sobre comercio e inversión del Plan de Acción de la Cumbre: Los
países “asegurarán que las negociaciones para el Acuerdo ALCA concluyan, a más
tardar en enero de 2005, para tratar de lograr su entrada en vigencia lo antes
posible, no más allá de diciembre de 2005 […]”. El único voto en contra del
mencionado Plan fue el de la República Bolivariana de Venezuela; sin embargo,
el Plan se publicó como aprobado por unanimidad.
Una vez analizados los perjuicios que para los países de América Latina y
el Caribe traería la aplicación del ALCA, Cuba y Venezuela dieron un paso al
frente y acordaron un plan para poner freno a tal situación. Surge la idea del
ALBA frente al ALCA en 2001 (Isla de Margarita - Venezuela 2001) y nace
formalmente en el 2004 (La Habana – Cuba).
El siguiente paso para frenar el avance del ALCA se dio en la Cumbre de las
Américas en Mar del Plata (Argentina 2005), en cuya declaración final se
expresó que “[…] todavía no están dadas las condiciones necesarias para lograr
un acuerdo de libre comercio equilibrado y equitativo, con acceso efectivo de
los mercados, libre de subsidios y prácticas de comercio distorsivas y que tome
en cuenta las necesidades y sensibilidades de todos los socios, así como las
diferencias en los niveles de desarrollo y tamaño de las economías”. Esta
Cumbre representó el quiebre definitivo con el ALCA.
Por otra parte, el mapa político en América Latina y el Caribe tras la
propuesta del ALCA había cambiado. Cuba y Venezuela no estaban solas. En los
años subsiguientes al 2004 se unieron al ALBA: Bolivia (2006), Nicaragua
(2007), Dominica (2008), Honduras (2008-2010), Ecuador (2009), San Vicente y
Las Granadinas (2009) y Antigua y Barbuda (2009). El subcontinente vira a la
izquierda y con ello brotan varios intentos de desestabilización: intento de
secesión en Bolivia (2008), golpe de estado en Honduras (2009), golpe de estado
frustrado en Ecuador (2010), entre otras presiones internacionales para el
resto de los países en la región. Asimismo, mientras en el Sur se sortean todas
las dificultades políticas derivadas de la puesta en marcha de un mecanismo que
lucha por la protección de los pueblos, el “mundo desarrollado” se bate en una
crisis económica sin precedentes creada por la “mano invisible del mercado”.
Estos acontecimientos no están aislados del debate teórico-político en las
relaciones internacional contemporáneas. Cuando se analiza en el plano
académico una propuesta como la ALBA-TCP surgen las inevitables preguntas: ¿Es
un esquema de integración? ¿Se pretende con su creación la construcción de una
región política o una zona de libre comercio intrarregional? ¿Es la ALBA-TCP
una fórmula para hacer frente a los efectos negativos de la globalización o es
una estrategia para insertarse en el proceso con mayor fuerza?
Todas estas preguntas tienen respuestas, aún abiertas y ciertamente
difusas, si analizamos el proceso de creación y consolidación de la Alianza
Bolivariana desde las teorías que explican los nuevos regionalismos
“post-liberales” en América Latina y su vinculación con la globalización. Está
claro que el ALBA-TCP no fue concebido como un esquema de integración sino como
una alianza política para poner freno al ALCA y progresivamente se fue
transformando en un mecanismo de colaboración que ha permitido reforzar un
esquema real de cooperación Sur-Sur regional. Aún es pronto para predecir cuál
será el esquema final de integración sudamericana, lo que sí se puede afirmar
es que ha permitido diseñar nuevas formas de intercambio y comunicación entre
países otrora desconectados. Primer paso para la puesta en común de una agenda
política de integración.
En este sentido, el ALBA-TCP es una fórmula de resistencia frente al
proceso globalizador. Es imposible negar que la globalización sea un hecho,
pero ello no implica que los países deban imbuirse en su marea sin salvavidas.
Es necesaria la consolidación de regiones fuertes para enfrentar las
incoherencias del sistema-mundo en el que vivimos.
El ALBA-TCP, como bien lo definió la embajadora de Bolivia en Madrid, María
del Carmen Almendras Camargo, en la celebración del VII aniversario de la
alianza (Madrid, febrero 2012), es “un bloque regional de ocho países con una
población de 71 millones de habitantes y un Producto Interno Bruto de 498 mil
millones de dólares, que constituye ya el segundo bloque comercial de la región
latinoamericana y caribeña, después de Mercosur, con enormes potencialidades de
recursos naturales y humanos”.
Con independencia de que el ALBA se consolide como un esquema de
integración subregional definitivo, mute o se fusione con otras estrategias de
integración como la UNASUR o la CELAC; en su VII aniversario hay motivos de
sobra para celebrar que es posible decir NO a los grandes poderes mundiales,
que se puede diseñar una política independiente y soberana y que se puede
construir el camino hacia la multipolaridad.
Como lo diría el maestro Simón Rodríguez: inventamos o erramos.
Tahina Ojeda Medina es Investigadora Asociada al Instituto Universitario de
Desarrollo y Cooperación de la Universidad Complutense de Madrid (IUDC-UCM),
Lic. en Relaciones Internacionales y Abogada por la Universidad Central de Venezuela,
Magíster en Cooperación Internacional, Máster en Estudios Contemporáneos de
América Latina y Doctoranda en Ciencias Políticas por la Universidad
Complutense de Madrid.
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