Marcelo Colussi / Especial para
Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Un
representante de alguna cultura no-occidental (mal llamado
"primitivo" por nuestra cosmovisión eurocentrista) no podrá entender
cómo es posible que la naturaleza, la tierra, el agua, tengan dueños. Pero
menos aún podrá entender que esos recursos propiedad de todos tengan
"marcas registradas", trade
marks. ¿Cómo es posible plantearse, desde su visión, que el petróleo se
llame "Texaco", o que el maíz se llame "Monsanto"? ¿Cómo
poder entender, no siendo un representante de la cultura capitalista, que una
flor esté patentada como "Johnson y Johnson" o que una mariposa sea
"marca Bayer"? ¿Y que un clon humano sea "marca
Mitsubishi"?
El
pensamiento occidental y capitalista de la modernidad se impuso ya largamente
por todo el globo, y quien no entra en sus parámetros es un
"primitivo" (o un comunista, o quizá un terrorista). Pero nociones
como las de propiedad privada, o marcas registradas, son construcciones históricas,
no por fuerza son eternas y -esto es lo más importante- ¿quién dice que sean
las mejores?
En la década del 30 del
pasado siglo, el Ministro de Propaganda del nacionalsocialismo, el alemán
Joseph Goebbels, creador de los modernos conceptos de comunicación de masas,
decía que "La propaganda debe
limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente,
presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo
sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. (...) Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en
verdad". Esas ideas inundan nuestro mundo contemporáneo: el mercadeo
de productos creados a la medida de la necesidad de los productores pero no de
los consumidores es uno de los baluartes más significativos del capitalismo
desarrollado. Las marcas registradas, con su cohorte de atractivos seductores,
es su representación por excelencia. Dicho en otros términos: entramos en el
reino del engaño, de la manipulación, de la seducción. Eso es lo que han generado
las modernas sociedades masificadas que fue construyendo el capitalismo:
grandes masas que responden mansamente a ciertos estímulos bien presentados.
Para ello se apela no a
elementos cognitivos sino a las estructuras más primarias de los seres humanos:
argumentos emotivos, irracionales muchas veces, que repetidos hasta el
cansancio terminan condicionando nuestro actuar. Ni más ni menos, lo que
enseñaba Goebbels. "Los resultados
indican que la hipnosis contribuye a proporcionar honestas razones para la
preferencia de marcas de fábrica", informaba tranquilamente la
Advertising Research Foundation de Estados Unidos. Es decir, tal como anunciara
el Ministro de Propaganda nazi sin ningún reparo ético: mentir y mentir hasta
que, por cansancio, se logre imponer una conducta. Para el caso: una marca,
para que luego, obviamente, se la consuma, se le sea fiel, se la adore incluso.
Con el aluvión del crecimiento capitalista en estos últimos siglos el
mundo todo se transformó en forma monumental, sin vuelta atrás. Sin dudas a lo
largo de la historia muchos fabricantes de diversos productos pusieron sus
nombres a las cosas que elaboraban; así se fueron inventando símbolos o
ilustraciones para identificar y distinguir las obras creadas. Cerámica china,
espadas o vinos durante el medioevo europeo, tejidos asiáticos, por ejemplo,
han sido marcados con símbolos de identificación para que la persona que los
comprara pudiera trazar el origen y determinar la calidad de esos objetos.
Antes del siglo XIX las "marcas registradas" eran usualmente símbolos
o ilustraciones y no palabras, ya que la mayoría de la población era
analfabeta. Pero con el constante aumento del comercio capitalista desde siglo
XVIII se comenzaron a reconocer los derechos legales de los dueños de las
"marcas registradas" estableciéndose leyes que previnieran el uso
indiscriminado de las mismas desde una óptica de defensa de la propiedad
privada. Surge así la idea moderna de "marca registrada" -idea que,
por supuesto, no entra en la óptica de un habitante de un mundo no-capitalista:
¿cómo sería posible que el agua tenga dueño?, se preguntará con toda razón-.
Para nosotros, miembros de una sociedad capitalista, no cabe la idea que algo
no tenga propietario. Y hoy por hoy, que no lleve una "marca registrada"
identificatoria.
Las primeras leyes que intentan regular este campo de la propiedad
privada en la producción aparecen en Estados Unidos hacia 1790 "para promover el progreso de la ciencia y de las artes útiles, al asegurar
el derecho exclusivo para los autores y los inventores de sus escrituras y
descubrimientos respectivos durante períodos limitados" (Artículo I,
Sección 8 de la Constitución).
Más tarde, en 1883, un grupo de naciones industrializadas creó la
Convención de París, organización de tratados internacionales que requería que
los países miembros reconocieran los derechos de marca registrada de los
productores extranjeros. La noción de propiedad privada en la producción
-llámese trade mark, "marca
registrada", "patentes" o "derechos de autor"- había
llegado para quedarse en el mundo moderno.
Según la ley federal de Estados Unidos, se estipula que "una patente puede ser otorgada a
cualquier persona para la invención o el descubrimiento de cualquier arte,
máquina, fabricación o composición de materia útil o para cualquier
mejoramiento nuevo y útil al mismo; para la invención de la reproducción
asexual de cualquier variedad nueva y distinta de planta, menos las plantas
propagada por tubérculos; o para un diseño cualquiera ornamental nuevo y
original para un artículo de fabricación". En 1980 dicha cobertura
también se extendió a "productos de
la ingeniería genética, incluyendo semillas, plantas y cultivos como a los
mismos métodos nuevos de ingeniería genética".
Es importante remarcar
lo que fija la ley: "Se entiende por
marca todo signo susceptible de representación gráfica que sirva para
distinguir en el mercado los productos o servicios de una empresa de los de
otras. Tales signos podrán ser, en particular: Las palabras o combinaciones de
palabras, incluidas las que sirven para identificar a las personas. Las
imágenes, figuras, símbolos y dibujos. Las letras, las cifras y sus
combinaciones. Las formas tridimensionales entre las que se incluyen los
envoltorios, los envases y la forma del producto o de su presentación. Los
símbolos sonoros. Cualquier combinación de los signos que, con carácter
enunciativo, se mencionan en los apartados anteriores".
Según enseñan las escuelas de mercadotecnia -el gran invento de
las modernas tecnologías de manipulación social de las sociedades de masa- la
marca constituye el nexo central de comunicación entre la empresa y los
consumidores. De lo que se trata en las estrategias comerciales es de
"posicionar la marca"; es decir: lograr imponer en la mentalidad de
los consumidores un esquema que relacione automáticamente un emblema con el
producto ofrecido (léase: reflejo condicionado). No importa qué se ofrece, si
es un producto prescindible, si llena una necesidad creada artificialmente, si
es dañino incluso; la cuestión del mercadeo es lograr hacer que la gente
compre. Las "marcas registradas" -con toda la parafernalia que le
acompaña: "mezcla de elementos
tangibles e intangibles: el nombre, el diseño, el logotipo, la presentación
comercial, el concepto, la imagen y la reputación que transmiten esos elementos
respecto de los productos o servicios ofrecidos"- están para eso. Y
por cierto lo logran.
Hoy día ya estamos totalmente acostumbrados, invadidos, naturalizados
por las "marcas registradas". No pedimos una bebida gaseosa sino una
Coca-Cola, no usamos hojas de afeitar sino Gillette, y pasaron a ser parte de
nuestra vida cotidiana tanto Nestlé como Nike, Toyota o Shell, Lewis, Windows o
Sony. A nadie sorprende ver los símbolos ®, © o ™ en cualquier producto: un libro o un televisor, un
vibromasajeador o un bisturí. Las marcas que se impusieron en el mercado hacen
parte fundamental de nuestra vida, por lo que todo está preparado para que
nadie reaccione el día que las encontremos en el agua potable de cualquier
grifo público, la carne que comamos o el aire que respiremos, así como hoy la
frase "Me encanta" (en los
idiomas más hablados) es propiedad del gigante comercial McDonald's. El mundo
del capitalismo desarrollado es el mundo de las marcas comerciales que manejan
a la humanidad.
Y de que la manejan… ¡la manejan! ¡No caben dudas al respecto! Esas
marcas están tan incorporadas en nuestros imaginarios que no es fácil tomar
distancia de ellas. Incluso funcionan con independencia de la elección
voluntaria, intelectual. Un niño que aún no entró en el mundo de la
lecto-escritura, o una persona adulta analfabeta, están preparados para
reconocer (y por tanto consumir) trade
marks por los logotipos identificatorios, por sus colores o una frase
musical asociada. ¿Quién deja de identificar hamburguesas de tal marca, o
bebidas gaseosas de tal otra, aunque no "lea" su publicidad en
sentido estricto? La marca se impone, emotivamente además, y por tanto impone
conductas.
La publicidad como
actividad profesional y la imposición de marcas registradas llegó para quedarse
con el desarrollo del mundo moderno. En estos momentos las agencias
publicitarias facturan más de 100.000 millones de dólares anualmente a nivel
global, y su importancia es decisiva para el mantenimiento de las sociedades de
mercado. "Lo que hace grande a este
país es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción
por lo viejo y fuera de moda", manifestó el gerente de la agencia
publicitaria estadounidense BBDO, una de las más grandes del mundo. Las trade marks son el eslabón clave para
ello. ¿Por qué se consumen "medicamentos de calidad" y no genéricos,
por ejemplo? ¿Por qué tal o cual marca de cigarro "que marca su
nivel" y no simplemente tabaco? La misma ropa "fina" es ensamblada
por las mismas manos en las mismas factorías y con los mismos materiales que la
ropa popular, pero se paga la "marca" en una elegante boutique.
Pero son posibles otras opciones. El software libre, por
ejemplo, es una indicación respecto a que otro mundo basado en criterios de
solidaridad que va más allá de una patente comercial sin dudas es posible. El
reto es empezar a construirlo puesto que, tal como dijo un dirigente indígena
de las selvas ecuatorianas -que, por cierto, no es ningún
"primitivo"-: "no entiendo
por qué nos matan a nosotros y destruyen nuestros bosques sacando petróleo para
alimentar carros y más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva
York". Ir contra el imperio de las marcas registradas y lo que el
mismo implica no sólo es posible: es imprescindible para pensar un mundo
sostenible en el tiempo, más armónico y menos violento que el actual.
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