Todos los seres humanos tenemos miserias y grandezas. En Tomás Borge predominarán por siempre las
grandezas sobre las miserias. Ahora que ha entrado a la historia, comienza el
transcurrir de los tiempos que lo colocarán al lado de los grandes próceres de
la patria de Rubén Darío y Augusto César Sandino.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Ha muerto Tomás Borge,
uno de los históricos comandantes del FSLN, revolucionario contumaz, compañero
de sueños de Carlos Fonseca Amador y cofundador con él del Frente de Liberación
Nacional en 1961, después renombrado Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Se une así a la memoria colectiva de buena parte del pueblo nicaragüense con Carlos
Fonseca Amador, Santos
López, Germán Pomares
Ordóñez y Silvio Mayorga, los otros fundadores del Frente.
Junto con Santos López tuvo el privilegio de morir de muerte natural y no caído
en combate como el resto de los fundadores del FSLN. Más aún, Tomás fue el
único de los fundadores del FSLN a quien
la vida le concedió la fortuna de
presenciar el triunfo de la
revolución sandinista el 19 de julio de
1979. Germán Pomarez casi pudo acompañarlo en dicha fortuna.
Desafortunadamente murió en un combate
en Jinotega a pocas semanas del triunfo revolucionario. Como bien lo escribió
alguna vez Mario Payeras: “No todos los frutos del árbol de la revolución están
llamados a prevalecer”.
Al levantarme el martes 1 de mayo de este 2012, las noticias de la muerte de Tomás Borge me sacudieron. Inevitablemente recordé
aquellos días de diciembre de 1979, cuando la revolución estaba apenas iniciándose y pude ver cómo las calles de Managua, León y
Masaya todavía mostraban los estragos de las balas y de las bombas. Los
nicaragüenses y el país entero vivían lo
que Francesco Alberoni ha llamado “el estado naciente” que es lo mismo en el
enamoramiento y la revolución. Es el
momento en donde la vida sonríe y el futuro parece luminoso. Las manos están
llenas de sueños y esperanzas y es imposible ver defectos en el ser amado.
Diez
años después, en julio de 1979, regresé a Nicaragua y aquella época había terminado.
Años enteros de bloqueo y guerra de baja intensidad habían agotado ya al pueblo
nicaragüense. Ese 19 de julio de 1989
marché con un enorme contingente que
conmemoraba la gesta revolucionaria. En el estrado estaban los nueve
comandantes históricos, Tomás entre ellos. El discurso de Daniel Ortega, con el
cual arrancaba su campaña electoral rezumaba combatividad y optimismo. Pero
algo noté en aquella masiva marcha: el entusiasmo ya no existía.
Y en una conversación con Carlos
Vilas, un estimado amigo y notable sociólogo argentino, pude entender lo que pasaba. Nos hizo a un
grupo de visitantes el relato desgarrador de las madres que despedían a sus
hijos que cumplían el servicio militar
obligatorio y que seguramente lloraban porque caerían en combate o regresarían
mutilados. Poco antes en el palacio de las convenciones había escuchado la portentosa oratoria de Tomás Borge. La
sonoridad de su voz contrastaba con su tamaño menudo, tan menudo que noté que
usaba zapatos de tacón alto para
disimularlo. Era prodigioso Tomás, su
discurso improvisado en el momento, era un rosario de metáforas y sentimientos.
Recordé lo que a mi padre le decía su amigo nicaraguense Leonte Pallais: “En
Nicaragua el talento es peste”. La obra de Tomás Borge sustenta ese dicho
porque además de prisionero político, avezado luchador clandestino, guerrero
audaz, el menudo comandante fue un
escritor y poeta notable. Basta leer su libro “La paciente impaciencia” para
aquilatar sus extraordinarias dotes. Por ello no pude sino lamentar en 1994
cuando regresaba de mi estancia en la Universidad de Stanford, el enterarme que había publicado
una biografía del paladín del neoliberalismo y una de las figuras siniestras de
México. El libro se llamó “Salinas. Los
dilemas de la modernidad” y fue
publicado en 1993. Tengo presente cómo mi amiga Raquel Sosa, hoy una estrecha
colaboradora de Andrés Manuel López Obrador, me comentó de manera crítica el
texto de Borge. No era para menos, Salinas había llegado a la presidencia como
consecuencia del fraude electoral de 1988 y durante su mandato imperó el
autoritarismo, la corrupción, la
presidencia imperial y las arrasadoras medidas neoliberales. Salinas no merecía
las virtudes de la pluma de Tomás, las cuales
fueron mejor utilizadas en “Un grano de maíz: conversaciones con Fidel Castro” (2009).
Una nota publicada por El Nuevo
Diario de Nicaragua, así como otras notas publicadas en diarios
conservadores, titulan su obituario diciendo
que ha muerto “el temido ministro del interior de la Nicaragua sandinista”.
Borge fue el encargado de la seguridad interna de Nicaragua en un momento en el
cual los Estados Unidos de América le habían declarado una guerra sorda a
Nicaragua. No podía ser una Madre Teresa de Calcuta en el cargo, pero su
desempeño fue esencialmente distinto al de figuras tenebrosas como la de
Donaldo Álvarez en Guatemala, Gustavo Álvarez
Martínez en Honduras o José Alberto “el chele” Medrano en El Salvador.
Todos los seres humanos tenemos miserias y grandezas. En Tomás Borge predominarán por siempre las
grandezas sobre las miserias. Ahora que ha entrado a la historia, comienza el
transcurrir de los tiempos que lo colocarán al lado de los grandes próceres de
la patria de Rubén Darío y Augusto César Sandino.
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