Santa Cruz Barillas, el ejército y una
transnacional; el poder represivo y el capital extranjero. Una fotografía como discurso, como una denuncia: las mujeres jóvenes,
indígenas, que ven a través de las rendijas del portón de madera son más que
ellas: son un símbolo.
Rafael Cuevas Molina /
Presidente AUNA-Costa Rica
Fotografía de Simone Dalmasso, Plaza Pública (Guatemala)
Hay una foto de Simone
Dalmasso publicada en la página de Internet de Plaza Pública (www.plazapublica.com.gt): tres mujeres
atisban por las rendijas de una puerta en el pueblo de Santa Cruz Barillas, en
el altiplano guatemalteco. Afuera están los soldados y los policías que han
ocupado el pueblo desde hace ya más de dos semanas.
Miran con cuidado, en
silencio, no sea que las descubran y tengan que enfrentarse al enojo de
los que ahora vigilan y castigan en las calles en las que jugaron de niñas y
que ahora recorren diariamente.
Son tres mujeres
jóvenes que tal vez no alcanzaron a vivir, afortunadamente, lo que sus padres y
sus abuelos, en los años 80, cuando las hordas desatadas de ese mismo
ejército que hoy deambula por su pueblo arrasó prepotente con lo que
consideraba era el agua en el que vivía el pez llamado guerrilla: el pueblo.
Son, además, indígenas, que
casi es lo mismo que decir sobrevivientes no de uno ni de dos, sino de varios
holocaustos que han buscado borrarlos de la faz de la tierra en donde habitan
desde hace más de 3000 años. Y a todo resistieron de mil formas, igual que
ahora, con palos y piedras y trampas para animales y haciéndose los tontos, los
que no entendían qué les decían, fingiéndose tullidos o enfermos o
discapacitados. Así como sus antepasados las tres mujeres vigilan en silencio
al enemigo y resisten, tras la puerta, en el bosque, en cualquier lugar en el
que puedan depositar su humanidad permanentemente diezmada por los ejércitos
que defienden, siempre e invariablemente, a los otros, a los que no son del
pueblo, a los que están afuera.
Ahora los de afuera es una
compañía transnacional española que quiere utilizar el río de la comunidad para
hacer una hidroeléctrica. El río en donde hacen sus rituales, el río en donde
se solazan. Llegó la compañía y se comportó con la prepotencia propia de los
que se saben respaldados por el gobierno y sus órganos represivos: atemorizó a
la gente, quiso obligar a que le vendieran tierras, contrató matones y alejó a
todos del lugar que había escogido para construir su proyecto.
Las mujeres jóvenes,
indígenas, que ven a través de las rendijas del portón de madera son más que
ellas. En primer lugar, son una voz de alerta, una clarinada que debe poner a
todos sobre aviso para que no se repitan los años del terror y la represión.
Hay aprensión sobre esto en el país porque quien está en la presidencia de la
república es un miembro del ejército que participó directamente en la guerra
contrainsurgente. Partiendo de ello, el exgeneral Pérez Molina debería ser
extremadamente cuidadoso a la hora de ordenar este tipo de operativos.
En segundo lugar, estas
mujeres que miran, escondidas, lo que sucede al otro lado del portón, son un
símbolo; sí un símbolo de la Guatemala que no logra sacar cabeza y respirar
otros aires que no sean los del miedo, el cuchicheo y la violencia.
Es una foto que nos dice tanto.
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