sábado, 5 de enero de 2019

Colombia: Duque

Se diría que los menos satisfechos con el gobierno de Iván Duque son los políticos: no sólo los de izquierda, como era previsible, sino los de derecha, y eso me parece una buena noticia.

William Ospina / El Espectador

Significa que el Gobierno por alguna razón está marchando a contracorriente de las fuerzas que hace mucho tiempo mantienen al país no sólo paralizado sino en tensión permanente. Duque está despertando la inconformidad ciudadana, y no parece arrepentido de ello.

Santos logró gobernar ocho años casi sin oposición popular, porque la ilusión de paz hizo que nadie en la izquierda se animara a criticar y sobre todo a confrontar desde la calle su gobierno desastroso. Todavía declara que sacó a cinco millones de personas de la pobreza, pero sinceramente yo veo más pobres que antes. Extrañamente declara que hizo la paz pero que el país está más dividido. Dice que luchó por la defensa de la naturaleza, pero los páramos están arrasados; los ríos, contaminados; el país, a la deriva.

Y si se oyen tantas voces exigiéndole a Duque propuestas y soluciones, correcciones y timonazos, es también porque de todos los costados se advierte que el país que heredó está zozobrando.

Cumplidos apenas cuatro meses de su gobierno no es justo pensar que los graves problemas del país se deban a Duque, ni aceptar el balance asombrosamente indulgente que hace de sí mismo su antecesor.

Pero el Gobierno no puede escudarse en el argumento de que le dejaron una herencia caótica. Cualquiera sabe que aceptar gobernar a Colombia es casi una locura, que el que lo intente se va a encontrar con toda clase de problemas, tragedias y conflictos. Y el que promete tocar el piano tiene la obligación de afinarlo.

Por eso está bien que los estudiantes se lancen a las calles. Por eso está bien que la oposición popular se exprese. Por eso está bien que la comunidad despierte y se agite. A Duque hay que exigirle, y Duque no parece asustarse con el desafío de tener un país que se expresa, debate y reclama.

Lástima que haya adoptado la consigna de “menos política y más administración”, porque por allí corre muchos riesgos. Todos los países necesitan buena administración, pero Colombia necesita altas dosis de buena política. Por ejemplo, hay muchos sitios neurálgicos donde sólo grandes decisiones políticas pueden permitir que llegue la administración. Y la administración misma requiere profundas innovaciones políticas.

Si algo paraliza este país es el papeleo, los laberintos de la burocracia, los desvaríos de la desconfianza que con el pretexto de estar combatiendo la corrupción impiden que los recursos públicos fertilicen con agilidad la iniciativa popular y faciliten la vida de la gente.

Son miles de papeles, condiciones y alambradas que vuelven un calvario la participación de la comunidad en las tareas públicas, mientras la verdadera corrupción maneja todas las astucias y se lo roba todo con los papeles en orden.

Duque ya ocupaba su solio mientras López Obrador, aún sin posesionarse, iba formulando proyectos y desafíos que han generado en la sociedad mexicana la expectativa de grandes cambios. El tren maya, la legalización de la marihuana, el canal férreo entre los dos océanos, la radical política de austeridad, el plan Marshall para los migrantes centroamericanos que le propuso a los Estados Unidos, los millones de ingresos sociales del programa Sembrando Vida.

Y es que todo pueblo espera que los primeros meses de un gobierno sean de anuncios, novedades y desafíos históricos: no tanto la promesa de resolver los problemas sino la decisión de abrir puertas para que la comunidad confíe y participe, invente y actúe.

Está bien que Duque tenga nerviosos a los políticos y frustrados a algunos medios que suelen ser muy tolerantes con la mediocridad de los gobiernos. Pero está mal que sus noticias inaugurales sean negativas y no generen esperanzas: el incremento irracional de los impuestos al consumo y la inmovilidad para las expectativas ciudadanas.

Colombia no se puede gobernar como si fuera Suiza, con la promesa absurda de mantener las cosas como están; Colombia es un país que requiere primeros auxilios y políticas de emergencia. La violencia, la incertidumbre, el desamparo ciudadano, la falta total de una política de ingresos para cientos de miles de jóvenes, la crisis ambiental, las regiones sitiadas a punto de estallar, las oleadas de inmigrantes, requieren propuestas audaces y soluciones de emergencia.

Sinceramente creo que la mayoría de la población no está prevenida, ni apostándole a que el Gobierno fracase. Sólo los políticos aspiran a beneficiarse con esos fracasos. Aquí mucha gente necesita que el Gobierno responda, porque el deterioro material y moral es creciente.

Basta ver el ejemplo de Francia, donde a pesar de que tantas cosas están resueltas y tantas garantías institucionales existen, los ciudadanos están listos a alzarse en rebelión cada vez que el poder los descuida o los traiciona, para entender que aquí, con mucha más razón, hay que exigir, hay que construir en la dinámica social una ciudadanía cada vez más inconforme y cada vez más crítica.

Sólo a eso podemos llamar democracia: no al poder de los políticos que intrigan y conspiran, sino al poder visible de la ciudadanía que quiere dignidad y futuro. Y está bien que haya un gobernante que no se asuste con ello, y que esté dispuesto a escuchar.

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