El gobierno de
Bolsonaro tiene certezas en el plan económico y en el endurecimiento de la
represión, pero muchas incertidumbres que la toma de posesión de Bolsonaro no
han disipado.
Emir Sader / Página12
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil. |
Las noticias ya no eran
buenas para Bolsonaro. Además de las denuncias de corrupción que involucran a
un hijo, su mujer y otros colaboradores, cuando se avecinaba su toma de
posesión salió la encuesta habitual sobre las expectativas del nuevo gobierno,
que normalmente son muy altas. Pero el nivel de optimismo sobre el nuevo
gobierno fue el más bajo desde la redemocratización en Brasil: más bajo que el
de Collor, de Cardoso, de Lula y de Dilma.
Pero lo más
significativo tuvo que ver con uno de los temas centrales del discurso de
Bolsonaro. Cuando se supo que él pretende bajar un decreto, como primer acto de
su gobierno, sobre la revocación del Estatuto del Desarme, liberando la compra
y la portación de armas, salieron dos sondeos, ambos desfavorables. Cerca de
2/3 de los brasileños están en contra de la gran medida con la cual él pretende
promover –paradójicamente– la seguridad de las personas. Veremos si él lo
mantiene, a pesar de ese índice negativo. Será el primer síntoma de cuánto
Bolsonaro pretende tener en cuenta la opinión pública o si, por el contrario,
toma esa medida con el apoyo de Sergio Moro. Asimismo, hubo manifestaciones
dentro del Poder Judicial y de parlamentarios alegando que una ley no puede ser
revocada y tendría que pasar por la votación del Congreso. De este modo, sería
una primera medida de impacto que pudiera quedar en el camino.
La lluvia en Brasilia
tampoco presentaba el escenario para el cual Bolsonaro había prometido 500 mil
personas en el acto de toma de posesión. La militarización de Brasilia, como no
había pasado ni siquiera con los gobiernos militares, creó un clima hostil a la
participación de las personas, resultando en una convocatoria poco numerosa.
Además de eso, la forma
brutal de tratamiento a los periodistas generó reacciones negativas, a tal
punto que franceses y chinos se retiraron de la cobertura. La principal
columnista de Folha de Sao Paulo dijo que vivieron el día más vergonzoso de los
medios en Brasil.
El discurso de
Bolsonaro no sorprendió en nada, salvo para los que esperaban un tono más
conciliador. Temprano en la mañana, grotescamente Bolsonaro empezó a gobernar
por mensajes en Twitter, al estilo Trump, con duras agresiones a la revista
Veja, que se agregan a las amenazas del dia anterior, de limpiar a las
universidades brasileñas del marxismo, de modo que en vez de formar militantes
se debe formar personas para el mercado.
Su discurso tuvo el
mismo tono ideológico que sus discursos de campaña, aun prometiendo combatir a
la ideología. Los ataques al socialismo, a la bandera roja, prometiendo que
Brasil se librará de todo lo políticamente correcto, de las políticas de
género, etc. etc. Demuestra que él no se ha bajado de la campaña.
De hecho su gobierno
está constituido, en lo esencial, por tres núcleos: los militares, los Chicago
Boys y el equipo de Lava Jato. Bolsonaro no se da cuenta que no fue él quien
ganó las elecciones. El fue el candidato que le quedó a la derecha brasileña
–básicamente el gran empresariado y los medios– que lo utilizaron para impedir
el retorno del PT al gobierno y para dar continuidad al modelo neoliberal. El
gobierno, de alguna manera, ya no depende de Bolsonaro.
Queda por resolver el
peso que puedan tener los ministros de relaciones exteriores, de educación, de
ciencia y tecnología, de derechos humanos, de medio ambiente. Sobre todo al de
relaciones exteriores se le pronostica vida corta, por las posiciones de
subordinación radical a la política de EE.UU., con graves efectos económicos
negativos para Brasil, respecto a China y a los países árabes. Además de los
conflictos dentro de Itamaraty, con las posiciones absurdas de salida de Brasil
de pactos como el del medio ambiente y de migración, así como el reconocimiento
de Jerusalén como capital de Israel.
El gobierno de
Bolsonaro tiene certezas en el plan económico y en el endurecimiento de la
represión, pero muchas incertidumbres que la toma de posesión de Bolsonaro no
han disipado. El presidente con menor apoyo en la historia política reciente de
Brasil, como Michel Temer, entregó la banda presidencial a quien fue elegido en
base a la exclusión de Lula y a una campaña brutal de internet y de noticias
falsas. Lo que es cierto es que la más profunda y prolongada crisis brasileña
no termina, apenas cambia de forma.
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