El momento de
descomposición general de la restauración oligárquica, en todo caso, apenas
empieza. No tiene vuelta atrás, pero tampoco un destino prefijado. Aquí, ahora,
Omar coincidiría con Martí en que en política no hay sorpresas, sino
sorprendidos, y que procesos de transformación de pueblos en naciones como el
que vamos viviendo operan como la sierra del carpintero: hacia delante y hacia
atrás, pero cortando siempre.
Guillermo Castro H. / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
El
futuro en curso en Panamá debe ser contemplado a partir del hecho que lo
inaugura: el golpe de Estado ejecutado por las fuerzas armadas de los Estados
Unidos el 20 de diciembre de 1989. Ese golpe de Estado culminó el proceso de
restauración oligárquica iniciado en 1981, tras la muerte del General Omar
Torrijos, y la despiadada lucha entre grupos de poder por el control de los
beneficios de la integración del Canal de Panamá a la economía nacional, que
caracterizó el resto de la década.
En
el plano político, la muerte del General Torrijos llevó a sus sucesores en el
mando de las fuerzas armadas y a la burguesía burocrática formada bajo su
gobierno durante la década de 1970 a desconocer el acuerdo establecido por Omar
con los principales grupos conservadores y empresariales del país para culminar
la negociación del Tratado Torrijos – Carter con un proceso ordenado de
restauración de la democracia liberal en el país. Esa alteración se hizo
evidente ya en las elecciones presidenciales de 1984, que un año después
llevaron a las fuerzas armadas a derrocar al presidente que ellas habían
impuesto al país, y en 1988 a su vicepresidente y sucesor.
Esto
alteró el mecanismo subyacente en las relaciones entre los Estados Unidos y
Panamá desde la firma del Tratado Hay – Buneau Varilla, en 1903. El control
monopólico de la renta canalera por los Estados Unidos al amparo de aquel
Tratado, y la condición de protectorado que impuso a la sociedad panameña,
generaron una disputa que perduró a todo lo largo del siglo XX, y fue manejada
mediante negociaciones sucesivas entre ambos países.
De
esas negociaciones destaca el hecho de todos los Tratados que modificaron el de
1903 – en 1936, 1955 y 1977 – fueron precedidos por golpes de Estado en Panamá
– en 1931, 1951 y 1968 -, y firmados por participantes en esos golpes. A cada
uno de esos tratados, que ampliaron la participación panameña en la renta
canalera, primero, y la transfirieron finalmente al país, siguieron períodos de
restauración y crisis democrática, en una suerte de ciclo que el Tratado
Torrijos – Carter debió haber culminado.
Sin
embargo, la liquidación del monopolio norteamericano sobre la renta canalera no
resolvió la disputa por la misma, sino que la trasladó al interior de la
sociedad panameña. El golpe de Estado de 1989 resolvió la disputa por el
control de esa renta a favor de la oligarquía conservadora. La contundencia de
esa solución se aprecia en dos hechos.
En
primer lugar, Panamá realizará en 2019 su séptima sucesión presidencial
mediante elecciones desde 1989, en todas las cuales han vencido partidos
políticos estrechamente vinculados al sector empresarial. En segundo, que, a
treinta años de entonces, en el país convergen un crecimiento económico
incierto, una desigualdad social persistente, una degradación ambiental
constante y un deterioro institucional creciente. En breve, está agotado, y en
descomposición, el Estado surgido de aquel golpe, y todos los sectores sociales
demandan de un modo u otro su reforma.
Esa
demanda se expresa, en lo más visible, en el consenso en torno a la necesidad
de modificar la Constitución vigente en el país. Unos plantean hacerlo mediante
una Asamblea Constituyente Originaria; otros, con una Constituyente paralela,
que desempeñe su papel sin modificar el orden vigente, y otros más reclaman
reformas limitadas a los poderes judicial y legislativo, debatidas y aprobadas
por la Asamblea Nacional.
Aquí
cabe atender de nuevo lo advertido por José Martí a fines del XIX: a lo real
hay que atender, y no a lo aparente, y en política lo real es lo que no se ve.
En lo aparente, el debate en curso es ante todo legal. En lo que no se ve, sin
embargo, se vincula sobre todo a las contradicciones que el Estado oligárquico
ha generado de 1990 acá, y que ya no es capaz de procesar, y mucho menos de
resolver.
Esas
contradicciones se derivan de tres hechos principales. Uno es la integración
del Canal a la economía interna. Otro, la creciente integración del país a la
economía global, y el tercero, la gestión de esos procesos desde una estricta
visión neoliberal. El primero aceleró el desarrollo del capitalismo en Panamá;
el segundo ha hecho del capital financiero el factor dominante en ese
desarrollo, y el tercero ha creado una de las sociedades más inequitativas de
nuestra América.
Hoy,
el cambio constitucional se presenta como una necesidad para solventar
finalmente la disputa por la renta canalera en Panamá entre los sectores
fundamentales de la vida nacional. Allí se encuentra la razón fundamental de
las diferencias en torno a ese cambio.
En
1994, el Estado panameño aprobó un título constitucional destinado a garantizar
una administración del Canal que protegiera a la vía interoceánica de los
apetitos de la política partidista, y garantizara su control por el sector
empresarial. Cualquier proceso constituyente abriría a debate público ese
título, y pondría en la mesa de negociación opciones que pueden ir desde la
privatización del Canal – como el presidente de Brasil propone hacer con
Petrobrás – hasta la de definir en términos mucho más inclusivos el papel de el
Canal en un proyecto nacional que haga de la renta canalera un medio para el
desarrollo integral del país – como el presidente de México propone hacerlo en
su tierra: con los pobres primero, por el bien de todos.
El
momento de descomposición general de la restauración oligárquica, en todo caso,
apenas empieza. No tiene vuelta atrás, pero tampoco un destino prefijado. Aquí,
ahora, Omar coincidiría con Martí en que en política no hay sorpresas, sino
sorprendidos, y que procesos de transformación de pueblos en naciones como el
que vamos viviendo operan como la sierra del carpintero: hacia delante y hacia
atrás, pero cortando siempre.
Panamá, 7 de enero de 2019.
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