Es
evidente que en estas condiciones es imposible desarrollar una democracia
sustentable y la inestabilidad social desborda y desconoce toda
“representatividad”. El modelo de sociedad existente conspira cada día contra
la estabilidad política.
José Eugenio Stoute* / Revista
Portada
El
premio Nobel de economía Paul Krugman, así como otros prestigiosos académicos
como George Friedman, ponen en duda que el crecimiento del Producto Interno
Bruto (PIB) de la República Popular China alcance el 6.5% o 6.3% como está
proyectado, e incluso algunos aseguran que estará por debajo del 6% en el 2016.
Si ello resultara cierto, Panamá sería el país del mundo con mayor crecimiento
económico dado que la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) nos
pronostica el 6.2%.
Con
una inflación por debajo del 1% y un incremento del salario mínimo del 8.5% el
panorama se ve muy saludable, tomando en cuenta además que la deuda del Estado
sólo alcanza los 20.296 millones, lo que equivale a un 38% de un PIB proyectado
de 52.565 millones de dólares. Cifras envidiables a nivel mundial.
La
bonanza se expresa en cifras que la confirman: la banca ha ganado en 2015 un
aproximado a 1.200 millones, muy por encima de lo que ha obtenido en países
como Ecuador o Bolivia. 91 bancos dan trabajo cualificado a 20.000 panameños y
mantienen depósitos por 116.000 millones de dólares, aportando el 7.5% del PIB.
Y
aunque en los últimos cuatro años se ha producido un decrecimiento del PIB, se
trata de una desaceleración suave que ha permitido todavía al sector de la
construcción contratar créditos bancarios por valor de unos 5.500 millones en
el 2015.
No
cabe la menor duda que se ha generado mucha riqueza, al extremo que 115
millonarios panameños, que son el 0.3% de la población, detentan 16.000
millones de patrimonio, más que el Presupuesto de 2016 del gobierno de Costa
Rica, que alcanza la suma de 14,500 millones.
Estos
últimos datos nos acercan a una de las contradicciones más grandes del modelo
socioeconómico panameño, pues tal como señala Joseph Stigliz, también premio
Nobel de economía, no es lo mismo crecimiento que desarrollo. Y ciertamente,
pese a tan impresionante crecimiento económico, Panamá se sitúa, según la
CEPAL, como el segundo país con peor distribución de la riqueza en América
Latina, y según el índice Gini nos encontramos dentro de los 20 países de peor
distribución de la misma en el mundo.
Generamos
mucha riqueza pero la distribuimos con una enorme desigualdad. Así vemos como
el 20% de la población controla el 56% de los ingresos nacionales y el 10% más
pobre únicamente el 3.3% de los ingresos. No se trata tan solo de que exista
una gran desigualdad entre los que más reciben y los que menos. En el caso
panameño la concentración de la riqueza es tan abismal que genera pobreza
escandalosa. Y todos los científicos sociales coinciden en que desigualdad y
pobreza generan inestabilidad política y social.
En
nuestro caso, casi el 10% de la población no está cubierta por los beneficios
de la seguridad social, 9.7% de nuestros habitantes viven en casas de piso de
tierra e igual porcentaje sobrevive con menos de un balboa de ingreso diario,
según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Por demás, el 25%
carece de servicios sanitarios y el 11% padece desnutrición. En otras palabras,
931.000 ciudadanos viven en situación de pobreza, el 60% de la población
indígena es considerada indigente, y 441.367 persona padecen pobreza extrema y
no tienen qué comer. Como resultado de estas dantescas cifras, la Contraloría
General de la República informa que cada cuatro días un panameño muere de
hambre y el 50% de los jóvenes menores de 20 años son pobres.
Si
profundizáramos en las anteriores cifras y analizáramos la situación de las
mujeres, los niños, los indígenas, la población rural y los adultos mayores
dentro del cuadro de pobreza y pobreza extrema, entonces el resultado sería no
menos que infernal.
No
menos grave es la situación laboral. El 64% de los empleos generados en el 2015
fueron trabajos informales, es decir carentes de futura jubilación, sin
cobertura social de ningún tipo y al margen de la legislación laboral y del
sistema tributario. Así, el 45% de la población ocupada no cotiza en la Caja de
Seguro Social (CSS). Aproximadamente 100,000 personas buscan empleo y no lo
encuentran. Es por ello, entre otras circunstancias, que la pobreza golpea a 26
de cada 100 panameños en las áreas urbanas, 50% en el sector rural y al 87% en
la áreas indígenas.
La
cuestión salarial también nos indica que estamos muy lejos de una situación
soportable. La canasta básica está alrededor de 304 balboas, y con el nuevo
incremento del salario mínimo un trabajador de la agroindustria recibe una paga
de 365.00 mensuales. Existen 60.000 empleados que ganan menos de 124.00
dólares, 72.000 tienen un ingreso entre 125.00 y 240.00, y 107.000 ganan entre
250.00 y 399.00. No es de extrañar entonces que el endeudamiento por consumo
personal alcance los 9.000 millones de dólares en cifras de 2015, pese a que en
24 subsidios el Estado “invierte” 1.600 millones cada año.
Como
puede observarse, el cuadro social es horroroso, y ello sin entrar a considerar
el impacto que tiene en el tema de salud y escolaridad, donde 40.000
estudiantes perdieron el año y 24.000 desertaron del sistema, y 900.000
ciudadanos no tienen agua potable las 24 horas.
Es
evidente que en estas condiciones es imposible desarrollar una democracia
sustentable y la inestabilidad social desborda y desconoce toda
“representatividad”. El modelo de sociedad existente conspira cada día contra
la estabilidad política. Y si bien la desaceleración de nuestro crecimiento
económico todavía no es alarmante, el incremento de la deuda externa se engulle
cada día más recursos de inversión. No puede ocultarse que nos encontramos en
una situación que puede generar una grave crisis por cualquier incidente
insospechado y que es el caldo de cultivo perfecto para una explosión social.
Si a
todo lo anterior le agregamos la crisis institucional por la que atraviesa el
país, que ha puesto de manifiesto la disfuncionalidad del sistema político a
través del cual se nos gobierna, no podemos menos que reconocer que el país
avanza hacia confrontaciones políticas y sociales alimentadas por un
descontento generalizado de la población. ¿Cuál será el futuro que nos espera?
Es muy difícil de predecir. ¿Quién pudo imaginar que en no más de dos años
surgieran en España dos fuerzas políticas que han sepultado el bipartidismo y
han colocado a la clase política y a la propia gobernabilidad del país en lo
que parece de momento un túnel sin salida? ¿Será ese nuestro futuro, o seremos
capaces de producir los cambios estructurales que el país necesita? Antes de lo
esperado lo sabremos.
*
Analista político
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