Un modelo como el neoliberal, hoy
día, no tiene ninguna capacidad hegemónica. Por ello requiere un estado de
excepción para instalarse y para mantenerse en el gobierno. Necesita perseguir
e intentar impedir que los liderazgos que representan visiones radicalmente
antagónicas, puedan ser candidatos. Son los casos de Lula, Cristina, Rafael
Correa.
Emir Sader / Pagina 12
Cuando la derecha latinoamericana
volvió al gobierno en algunos de nuestros países –Argentina, Brasil, Ecuador—,
se podría imaginar que habría aprendido de sus derrotas y del éxito de los
gobiernos que los precedieron. La prioridad de las políticas sociales en el
continente más desigual del mundo le propinó sucesivas derrotas. A tal punto
que sus mismos candidatos han pasado a alabar las políticas sociales, pero sin
cambiar su propuesta económica, en la que éstas no caben. Pero aun así admitían
que esas políticas tenían la simpatía del pueblo y debían reconocerlas.
Pero no bien volvieron a
gobernar, han mostrado cuan demagógico era ese reconocimiento. Han demostrado
que no ha aprendido nada de la realidad, aun con las duras derrotas que les
fueron propinadas. Podrían, a lo mejor, apelar a la vieja idea de la “tercera
vía”, diciendo que “no tanto mercado, no tanto Estado”, al viejo estilo de Tony
Blair.
Pero no, no han revelado ningún
tipo de imaginación, ni siquiera al nivel del discurso. Se han puesto, de
inmediato, a imponer la prioridad del ajuste fiscal. Porque a esto se reduce su
fórmula, de nuevo y siempre: recorte de gastos públicos, prioritariamente de
las políticas sociales, de los sueldos de los empleados públicos, privatización
de patrimonio público, desregulación de la economía, apertura hacia el mercado
externo. Ni más ni menos de lo que había tenido tanto éxito, a sus comienzos,
en los años 1990.
La vieja cantilena de que los
problemas de nuestras economías vienen de los gastos excesivos del Estado y
que, por lo tanto, su solución requiere del achicamiento de éste. Que los
derechos sociales están de más, que se ha vivido por encima de las
posibilidades (esto es, los pobres habrían dilapidado el crecimiento económico
y ahora tienen que ser puestos de nuevo en su debido lugar de mano de obra
barata y disciplinada). Para que los ricos puedan seguir viviendo por encima de
nuestras posibilidades.
Como resultado, las economías han
vuelto a ser recesivas, los déficit públicos han aumentado más todavía, la
inflación no ha sido controlada. Total, el peor de los mundos para la gran
mayoría. Pero, como lo decía Shakespeare, hay una lógica en esa locura. Hay
quien gana, para que la gran mayoría pierda.
Son los bancos, el capital
financiero, la especulación financiera. Una ínfima minoría, que atesora
ganancias gigantescas, como los balances de los bancos lo demuestran, sin
pudor, todos los meses. Total, plata sí hay, pero está en manos de los que no
tienen interés en hacer inversiones productivas, menos todavía en general
empleos. En manos de los que viven del endeudamiento de gobiernos, de empresas,
de familias. Y que, cuanto más endeudados, más propician ganancias a los
bancos. Es la lógica de la locura de nuestras economías.
Y los gobiernos neoliberales
actúan en función de maximizar esas ganancias parasitarias, están ya
directamente en manos de ejecutivos de los bancos privados, sin más
intermediaciones. Son gobiernos así condenados a la falta de apoyo popular,
porque su eje es básicamente concentrador de la renta, de exclusión social, de
producción de recesión y de desempleo. Incluso sus bases de capas intermedias
tienden a manifestar descontento creciente, dejando el gobierno aislado de la
sociedad.
La forma de sobrevivir es el
conocido esquema: menos pan, más palos. Sea por la represión directa, que tiene
límites, sea por la reformulación del sistema político y jurídico, para tratar
de impedir que ese descontento creciente alimente alternativas
antineoliberales, que afectarían al corazón mismo de los intereses del gran
capital. Y con el Poder Judicial y la policía desempeñando un rol fundamental
para buscar evitar que el descontento social se traduzca en fuerzas políticas
fuertes de oposición.
Un modelo como el neoliberal, hoy
día, no tiene ninguna capacidad hegemónica. Por ello requiere un estado de
excepción para instalarse y para mantenerse en el gobierno. Necesita perseguir
e intentar impedir que los liderazgos que representan visiones radicalmente
antagónicas, puedan ser candidatos. Son los casos de Lula, Cristina, Rafael
Correa.
No es posible un gobierno
neoliberal que no sea blindado por estructuras de excepción. El neoliberalismo
solo puede sobrevivir protegido por un estado de excepción. La lucha
antineoliberal es así indisociable de la lucha democrática, de resistencia a la
instalación de estados de excepción.
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