El
jefe de la horda ha dado la señal desde su trono dorado; tocan las trompetas y
sus generales se aprestan al combate: inflan el pecho, se golpean los
pectorales, aúllan al husmear la cercanía de la presa. No desperdician la
ocasión para enseñar los dientes, insultan y amenazan blandiendo sus blasones.
Machos carnívoros enervados ante la proximidad de la batalla.
Rafael Cuevas Molina
Presidente
AUNA-Costa Rica
En
los altavoces instalados en los torreones que vigilan al mundo, lanzan anatemas
y amenazas: no quedará nadie con vida, inundarán el cielo con sus bengalas
mortales, arrasarán la tierra y degollarán a quien se les oponga. Muestran sus
grandes culos colorados en señal de su poder de orangutanes enloquecidos, y
convocan a todos los monitos menores que los observan alelados. Gritan todos al
unísono, se juntan en cualquier madriguera que se encuentre disponible y
repiten una y otra vez sus amenazas.
El
Gran Simio en Jefe, el Gran Mentiroso, el Gritón Mayor, el que se refocila por
la tardes en el torreón en el que vive en el centro de la Gran Urbe, mira con
mirada torva y no escatima los insultos mientras come hamburguesas, ve
televisión y lanza disparates al éter. Es el Gran Jefe de la Horda, el
orangután mayor, el más obcecado de todos, el campeón del disparate, al que hay
que temer por impulsivo, bravucón, falto de seso. Puede ser todo eso, pero no
le faltan quienes lo respalden, quienes encuentren en él una celebración de las
cabriolas que para resaltar hacen los monitos chicos. Llenos estamos de ellos,
de pequeños saltimbanquis, de reyezuelos de opereta lastimosamente ridículos;
bravuconcitos rodeados de adláteres más chiquitos aún que ellos, pero
peligrosamente enervados en sus rinconcitos protegidos, desde donde hacen
maromas y vueltegatos para que los tomen en cuenta, para que vean que ellos
también está poniendo su granito de arena, que forman parte del ejército que se
arremolina y marcha con la comparsa que se inventa el Gran Jefe de la Horda y
que todos bailan al unísono.
Aparece
en el horizonte el Ejército de Refuerzo. Se ve en lontananza que se están
formando. Hay gritos que llaman al orden, discrepancias entre ellos, vueltas de
grupa de quienes no quieren entrar en la batalla. En lo torreones con
altoparlantes los nombran: son Las Grandes Democracias Occidentales que se
aprestan al combate. Tienen el entrecejo ceñudo, hacen caracolear las bestias
enjaezadas que cabalgan pero que, aún con su porte fiero, tropiezan, se van de
bruces, vacilan. Es que en derredor suyo están siendo hostigados, se les lanza
piedras, se hacen fuegos, se desmantelan las ciudades. Cunde el nerviosismo, no
la tienen todas consigo. El Ejército de Refuerzo debe sacudirse a quienes, en
su propio territorio, no los dejan avanzar brillando al sol, tronando las
trompetas, refulgiendo al sol sus armaduras.
Hay
caos, discrepancias, histeria. Suben unos a la palestra y desparecen otros. Es
como un carrusel en el que todo gira. Se sucede táctica tras táctica, líder
mono tras líder mono, y el Simio en Jefe desespera allá, en su atalaya dorada,
rodeado de oropeles y hamburguesas. ¿Es el atolondramiento que producen los
vapores del trópico? ¿Es la avitaminosis congénita de estirpes famélicas? ¿es
la laxitud a la que le huyen los sajones? No sabe responder el Gran Simio en
Jefe desesperado; se siente superado por tanta ineficiencia, por tanto barullo
hueco, por tanto gesto absurdo que hasta él, el Atolondrado Mayor, el Bocón Sin
Par, resiente.
Ha
vuelto a subir el telón del gran teatro. Ponen la misma obra, repetida,
aburrida ya por darle y darle al mismo libreto. Han cambiado a algunos de los
actores secundarios, pero los principales son los mismos. Corren con la suerte
que el monerío tiene memoria limitada, entendimiento corto, y se encuentra
distraído: pronto estrenarán la última súper producción de Hollywood y quieren
que los dejen en paz, deleitarse con la alfombra roja, ver los detalles del
último grito de la moda, comer ellos también su hamburguesa.
No
solo en Venezuela están a prueba, lo estamos todos.
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