Mario Estrada es un delincuente apresado por la DEA; pero ¿por qué la
DEA solo incinera un 5% de la droga decomisada? ¿Dónde va a parar el resto? El
corrupto panameño Arnoldo Noriega ahora purga prisión en Estados Unidos por
narcotraficante. ¿Era “moralmente virtuoso” cuando era agente de la CIA?
Marcelo Colussi / Para Con
Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
La reciente detención en Miami, Estados Unidos, del candidato
presidencial guatemalteco Mario Estrada por hechos de corrupción (pretendido
contacto con el Cartel de Sinaloa para pedir financiamiento para su campaña a
cambio de impunidad total para el narconegocio de ganar la primera
magistratura), desató una andanada interminable de comentarios, análisis y
tomas de posición. El presente escrito es uno más de ellos pero, quizá, con una
particularidad: no se detendrá tanto en juzgar la inmoral y condenable conducta
del ahora reo de la justicia estadounidense, sino que pretende ser una
reflexión quizá algo más amplia.
Las sociedades marchan de acuerdo a normativas establecidas; quienes no
entran ahí, quienes no se adecuan aceptablemente van o al manicomio
(psicóticos) o a la cárcel (en general: psicópatas). Los demás (neuróticos,
llamados normales) más o menos soportamos la vida y vamos pasándola. Los hechos
corruptos, atentatorios de esas normas sociales, son condenables. La sociedad
“sana” se cuida muy bien de los ilícitos, y los castiga ejemplarmente. En
algunos casos, como en la República Popular China, los hechos corruptos se
castigan incluso con pena de muerte. Sin ningún lugar a dudas, tales actos son
abominables, porque atentan contra el todo social, perjudican, dañan. Pero,
¿qué es la corrupción exactamente?
En 1988, un sínodo de obispos en Ecuador la
consideró (caracterización que sigue siendo absolutamente válida al día de hoy)
“un mal que corroe las sociedades y
las culturas, se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades,
provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad;
genera marginalidad, exclusión y miedo (…) mientras utiliza
ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la administración de justicia,
a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y
comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social. (…) Refleja
el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y
la justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad
democrática y el desarrollo de los pueblos”.
Como se ve, es una definición bien amplia donde pueden entrar un
sinnúmero de prácticas y conductas sociales. Honradez y justicia. ¿En qué
medida existen? Si queremos ser rigurosos en la investigación, las cosas se
comienzan a complicar.
Las sociedades, todas, presentan un discurso oficial,
institucionalizado, ¿políticamente correcto habría que decir?, de sus
principios morales –el que nos enseñan desde chiquitos en las escuelas y/o
iglesias y repetiremos toda la vida– y una dinámica distinta, la real, que no
necesariamente se corresponde en un todo con esa versión oficial. Virtudes
morales, honradez, justicia… son palabras bastante altisonantes (igual que
democracia, o libertad) que pueden dar para todo. En su nombre se puede hacer
cualquier cosa, incluso muchas de las cuales están realmente reñidas con la
honradez y la justicia. Todo lo cual nos permite ver que la edificación
civilizatoria humana… tiene mucho de mentirosa. En realidad, en las sociedades
de clase basadas en la explotación de las grandes mayorías por parte de un
pequeño puñado de propietarios de los medios de producción, la mentira es el
basamento primero del edificio social. El Estado y toda la normativa jurídica
no es sino una justificación de una mentira originaria, de una verdad siempre escamoteada.
¿Quién produce la riqueza? La clase trabajadora. ¿Quién se la apropia? Esa
minúscula fracción de potentados. Luego vienen las justificaciones. Y así
llegamos a que “los pobres son pobres porque no trabajan duro”, o los ricos son
“emprendedores arriesgados”.
Marx dirá que el primer robo de la historia es, justamente, la propiedad
privada (“Es delito robarse un banco,
pero más delito aún es fundarlo”, decía provocativo Bertolt Brecht,
ampliando la idea). Luego vendrá todo el aparato que invisibiliza esa realidad
originaria, el robo que hay en juego, la mentira fundacional. La mentira,
debidamente tratada, se convierte en verdad. (Esto siempre fue así. Ahora, más
patéticamente, con un capitalismo neoliberal atroz sin anestesia, la
post-verdad –léase: la mentira institucionalizada y aceptada como “normal”–
pasó a ser la norma dominante. La enseñanza goebbeliana marcó rumbo).
Cuando hablamos de corrupción, por distintos motivos ya tenemos
hondamente incorporada la idea (cuestionable, por cierto) que la une con
conductas delictivas por parte de funcionarios públicos (desde un agente de
policía hasta un presidente) donde aparece el soborno, el robo encubierto
(sobrefacturación) o las “comisiones” como lo distintivo. Pero si estamos con
la definición aportada más arriba, la corrupción es mucho más que eso, no solo
porque hay corruptos en tanto hay corruptores, sino porque ¡el cimiento mismo
del mundo es corrupto, engañoso, hipócrita!
Quizá por nuestro proverbial complejo de inferioridad latinoamericano,
es ya moneda corriente pensar que pasó a ser nota distintiva de la “clase
política” de la región una inveterada actitud corrupta. Lo de Mario Estrada,
aunque impacta, no se hace especialmente raro porque “los países pobres son
particularmente corruptos”.
Podríamos dar por terminada la reflexión ahí, quedándonos con la idea
que efectivamente en el Sur prima la pobreza y la corrupción, mientras que el
Norte próspero es “honrado y trabajador” (¿el secreto de su éxito?). Ese
candidato presidencial detenido “refleja el
deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la
justicia”. ¿Nos
quedamos con el discurso oficial, o lo profundizamos?
Si lo profundizamos, vemos
claramente la mentira en juego. Lo que puede hacer un candidato presidencial de
un país pobre (capitalista pobre, subdesarrollado y dependiente, para ser
exactos) es bochornoso, corrupto, totalmente enjuiciable… tanto como lo son
similares procederes en el Norte. Si es cierto que la corrupción “se vincula
con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y asesinatos,
violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y
miedo” [pues] “afecta a la administración
de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones
económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social”,
políticos profesionales como el referido Mario Estrada son niños de pecho al
lado de lo que sucede con quienes juzgan (desde una posición de poder, de
superioridad) al Sur, y hacen exactamente lo mismo. ¡O cosas absolutamente
peores!
Las guerras nos las declaran los
corruptos políticos del Sur, o si lo hacen, es siguiendo los mandatos que
reciben de las potencias del Norte. ¿Y quiénes fabrican y venden las armas que
se utilizan en esas guerras? ¿Quién fija los precios de las materias primas?
Los corruptos y decadentes políticos del Sur no. ¿Y quién distribuye la
tonelada y media de drogas ilegales que diariamente ingresa a Estados Unidos?
¿Algún político del Sur decide las campañas mediáticas que fijan la opinión
pública mundial? El racismo que segrega y mata a tanta gente no es patrimonio
de los abominables funcionarios públicos del Sur… La lista de tropelías de
demasiado larga: y no se trata de procedencias geográficas. ¡Los humanos somos
capaces de eso!, en cualquier punto del globo. Junto a un Hitler (¿raza
superior?) hay un Idi Amín, junto a la Coca-Cola o las petroleras anglosajonas
están las maquilas en condición de semi-esclavitud, o los niños-soldados del
África extrayendo coltán. ¿Quién es el corrupto ahí? ¿Son honradas y justas las
decisiones del Fondo Monetario Internacional? ¿Son moralmente encomiables la
explotación inmisericorde de la mano de obra barata de las empresas
deslocalizadas del Norte, o los paraísos fiscales? ¿Para qué se dona dinero
para la reconstrucción de Notre Dame: por bondadosos o para blanquear capitales
(evadir impuestos)?
Todas estas aberraciones (injusticias e inmoralidades) son parte de la
estructura “normalizada” del mundo, debidamente justificada. Se entiende ahora
por qué las sociedades de clase están basadas en una deleznable mentira. No hay
ni honradez ni moralidad a la vista. Hay mentira y más mentira. Y el discurso
oficial se llena la boca con esas altisonantes palabras de libertad, honradez,
democracia, justicia. ¿Cómo pueden unos cuantos ancianos misóginos viviendo en
Roma decidir sobre la conducta sexual de las mujeres del mundo? ¿Por qué se
mantienen muchas veces los matrimonios pese a que desde años duermen en camas
separadas? Hay demasiada mentira en juego, demasiada hipocresía.
Mario Estrada es un delincuente apresado por la DEA; pero ¿por qué la
DEA solo incinera un 5% de la droga decomisada? ¿Dónde va a parar el resto? El
corrupto panameño Arnoldo Noriega ahora purga prisión en Estados Unidos por
narcotraficante. ¿Era “moralmente virtuoso” cuando era agente de la CIA? En
Nüremberg se juzgó a los asesinos jerarcas nazis (perdedores de la guerra);
¿por qué no se juzgó a quienes lanzaron armas nucleares sobre población civil no
combatiente en Japón?, ¿porque fueron ellos los ganadores? El empresario no
explota al trabajador sino que le da oportunidades de trabajo. ¿Tendremos que
seguir creyéndonos todo esto? Hay demasiada mentira en juego, demasiada
hipocresía.
Esto lleva a las dos ideas finales: ¿es esta “malicia” una
característica de la humano? La explotación, la injusticia, el afán de poder,
la soberbia, ¿son características inmanentes a nuestra especie? Si lo fueran,
no podría existir la esperanza de un mundo de justicia como es el socialismo
(pero donde también hay corrupción, “la
principal amenaza a la revolución”, según reconociera Fidel Castro). Si nos
quedáramos con que nuestro destino está marcado por este “fatalidad biológica,
natural”, de la búsqueda de supremacía sobre el otro, de esta instintiva
“malicia”, ¿para qué intentar cambiar el curso de la historia? Nada demuestra
que esto sea natural ni imperecedero. Con lo que llegamos a la última idea, la
conclusión final: el mundo no es ni, seguramente, podrá ser nunca un paraíso
(el único paraíso es el perdido). Pero el capitalismo, al menos para el 85% de
la población planetaria, acerca más que nadie al infierno.
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