Este es el país mas religioso del primer mundo; los estadunidenses rezan
con más frecuencia, asisten más a servicios religiosos semanales y dan una
importancia mayor a la fe en sus vidas que los adultos de los demás países
occidentales avanzados, registra el Centro de Investigación Pew.
David Brooks / LA JORNADA
Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, comentó el otro día
que es muy posible que Dios haya sido quien colocó a Trump en la Casa Blanca.
No está solo. La vocera de la Casa Blanca, Sarah Sanders, declaró a finales de
enero que Dios quería que Donald Trump se convirtiera en presidente y es por
eso que esta ahí.
Pompeo, así como el vicepresidente Mike Pence, son cristianos
evangélicos e igual que promueven políticas favorecidas por estas corrientes
religiosas dentro de Estados Unidos, también condicionan la política exterior,
desde Medio Oriente (sobre todo la defensa de Israel por motivaciones
bíblicas), al financiamiento de programas antiaborto, y hasta en la construcción
del muro fronterizo, entre otras cosas.
Pompeo, Pence, Jeff Sessions, ex procurador general, y Betsy DeVos,
secretaria de Educación, son parte de un grupo de estudios de la Biblia
encabezado por el pastor Ralph Drollinger, quien cree que los cristianos en el
gobierno están obligados a contratar sólo a otros cristianos, informa Ron
Charles, del Washington Post.
Trump –a pesar de sus pecados graves incluidos dos divorcios y
constantes aventuras extramaritales incluso con estrellas de cine porno, entre
otros– forjó una alianza con las corrientes cristianas conservadoras al adoptar
sus posiciones antiaborto, antihomosexuales, la promoción de estudios bíblicos
(incluidos los que hablan sobre la evolución) en escuelas públicas y la
anulación (parcial) de la regulación federal prohibiendo el respaldo de
candidatos políticos por iglesias, entre otras cosas, a cambio de ser coronado
como un salvador.
Robert Jeffress, líder nacional evangélico, declaró que “millones de
estadunidenses creen que la elección del presidente Trump representó a Dios
ofreciéndonos otra oportunidad, tal vez nuestra última oportunidad, para
realmente hacer a América grande de nuevo”.
Sin embargo, Trump, comparado con sus antecesores, es el presidente con
menor vínculo religioso a lo largo de su vida (es oficialmente presbiteriano).
De hecho, aun si lo recuerdan, no sería bienvenido en las iglesias de su
juventud hoy día, ya que se oponen a sus políticas, incluyendo la antimigrante.
Pero como casi todo en su vida, esto se maneja como parte de un espectáculo y
Trump está dispuesto hasta a poner su autógrafo en un libro que no sólo no
escribió, sino que es difícil de creer que haya leído la Biblia.
Este es el país mas religioso del primer mundo; los estadunidenses rezan
con más frecuencia, asisten más a servicios religiosos semanales y dan una
importancia mayor a la fe en sus vidas que los adultos de los demás países
occidentales avanzados, registra el Centro de Investigación Pew.
Aproximadamente 83 por ciento de adultos cree en Dios (63 por ciento de ellos
en términos absolutos).
La consigna oficial en cada billete de dólar es “en Dios confiamos”
(algo que primero se grabó durante la Guerra Civil y reapareció en 1956, cuando
el Congreso lo declaró lema oficial). El Juramento de Lealtad (Pledge of
Allegiance), un verso semioficial que se recita en las escuelas y en algunos
actos oficiales, fue escrito en 1891, pero en 1954 la frase “bajo Dios” fue
añadida en un esfuerzo por definir a Estados Unidos como un país de fe frente
al enemigo: una Unión Soviética atea. Y aunque curiosamente la Constitución de
Estados Unidos no menciona a Dios o alguna fuerza divina, las 50 constituciones
estatales incluyen una referencia divina, informa el Pew.
Pero vale recordar que no hay un solo Dios aquí, y la historia de este
país fue en parte escrita por las grandes corrientes religiosas progresistas
que han nutrido magnos movimientos sociales y políticos por la abolición de la
esclavitud, los derechos laborales, derechos civiles, movimientos antiguerra, de
defensa de inmigrantes y refugiados, entre otros.
En pleno siglo XXI en el país más poderoso del mundo un Dios muy blanco
y rico que, dicen, eligió a Trump, se enfrenta, otra vez, con el Dios de los
que luchan por un paraíso de la justicia, la dignidad y la igualdad.
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