Palabras de clausura en la Conferencia Internacional “La magnitud de una Revolución: Cuba, 1959-2009”, Mayo 7-9, 2009 Universidad Queen, Kingston, Canadá.
Ricardo Alarcón de Quesada / LA JIRIBILLA
Debo comenzar con unas palabras de gratitud para la Universidad de Queen y para todos aquellos que participaron en la organización de esta conferencia. Su iniciativa, hospitalidad y excelentes preparativos han facilitado tres días de útiles discusiones en una atmósfera abierta y constructiva.
No fue una tarea fácil. Cualquier intento de considerar a la Revolución Cubana y de analizarla con objetividad plantea retos que desafían la integridad intelectual y, muchas veces, la honestidad y la sinceridad personal.
En un brillante trabajo por el cual nunca podremos agradecerle lo suficiente, Louis A. Pérez Jr. escribió:
“Cuba ocupaba muchos niveles dentro de la imaginación norteamericana, frecuentemente todos a la vez, de ellos casi todos funcionaban al servicio de los intereses de Estados Unidos. La relación norteamericana con Cuba era por sobre todas las cosas servir de instrumento. Cuba ―y los cubanos― eran un medio para alcanzar un fin, estaban dedicados a ser un medio para satisfacer las necesidades norteamericanas y cumplir los intereses norteamericanos. Los norteamericanos llegaban a conocer a Cuba principalmente por medio de representaciones que eran por completo de su propia creación, lo cual sugiere que la Cuba que los norteamericanos escogieron para relacionarse era, de hecho, un producto de su propia imaginación y una proyección de sus necesidades. Los norteamericanos rara vez se relacionaban con la realidad cubana en sus propios términos o como una condición que poseía una lógica interna o con los cubanos como un pueblo con una historia interior o como una nación que poseía su propio destino. Siempre ha sido así entre Estados Unidos y Cuba.”
Esa persistente resistencia a asumir a Cuba como era e ignorar su historia y realidad ha acompañado a ambas naciones durante toda su vida. Ese fue un inmenso obstáculo para muchos norteamericanos cuando tratan de comprender qué pasó en la Isla hace 50 años. No hubo muchos héroes intelectuales que trataran de saltar esa brecha. Leer más...
No fue una tarea fácil. Cualquier intento de considerar a la Revolución Cubana y de analizarla con objetividad plantea retos que desafían la integridad intelectual y, muchas veces, la honestidad y la sinceridad personal.
En un brillante trabajo por el cual nunca podremos agradecerle lo suficiente, Louis A. Pérez Jr. escribió:
“Cuba ocupaba muchos niveles dentro de la imaginación norteamericana, frecuentemente todos a la vez, de ellos casi todos funcionaban al servicio de los intereses de Estados Unidos. La relación norteamericana con Cuba era por sobre todas las cosas servir de instrumento. Cuba ―y los cubanos― eran un medio para alcanzar un fin, estaban dedicados a ser un medio para satisfacer las necesidades norteamericanas y cumplir los intereses norteamericanos. Los norteamericanos llegaban a conocer a Cuba principalmente por medio de representaciones que eran por completo de su propia creación, lo cual sugiere que la Cuba que los norteamericanos escogieron para relacionarse era, de hecho, un producto de su propia imaginación y una proyección de sus necesidades. Los norteamericanos rara vez se relacionaban con la realidad cubana en sus propios términos o como una condición que poseía una lógica interna o con los cubanos como un pueblo con una historia interior o como una nación que poseía su propio destino. Siempre ha sido así entre Estados Unidos y Cuba.”
Esa persistente resistencia a asumir a Cuba como era e ignorar su historia y realidad ha acompañado a ambas naciones durante toda su vida. Ese fue un inmenso obstáculo para muchos norteamericanos cuando tratan de comprender qué pasó en la Isla hace 50 años. No hubo muchos héroes intelectuales que trataran de saltar esa brecha. Leer más...
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