Un año antes de las cruciales elecciones presidenciales, Brasil se debate entre una maraña de candidatos virtuales. La elegida por Lula para sucederlo viene subiendo en las encuestas, a pesar de que reveló que sufre de un linfoma. Pero nadie sabe si llegará con fuerzas a la campaña electoral y por eso, a pesar de las calculadas desmentidas, sigue abierta la posibilidad de una reforma constitucional que permita otro mandato del presidente más popular del siglo.
Lo que ocurre en Brasil, a poco más de un año del inicio de la campaña electoral para la sucesión de Lula da Silva, es un proceso singular. Su partido, el PT, es el mejor articulado y controla el mayor contingente de militantes, pero dispone de un solo nombre, el de la ministra de Gobierno, Dilma Rousseff, de viabilidad electoral relativa. El principal aliado del gobierno, el PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), no dispone de ningún nombre, a pesar de tener el mayor número de alcaldías y las mayores bancadas en la Cámara de Diputados y en el Senado. A pesar de ello, será el fiel de la balanza. La principal fuerza de oposición, el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), ya dispone de dos nombres de peso, los gobernadores de San Pablo, José Serra; y de Minas Gerais, Aecio Neves, pero carece de militancia.
Frente a ese escenario, Lula da Silva –un hombre que calcula sus jugadas, pero no se intimida frente al riesgo– lanzó su apuesta: una mujer sin ninguna experiencia electoral, sin carisma y desconocida para el gran público, aunque administradora competente. Ex militante de organizaciones armadas, presa y torturada a lo largo de tres años, Dilma Rousseff parecía tener todas las características necesarias para transformarse en un verdadero fiasco en 2010. Sin embargo, viene creciendo en los sondeos de opinión pública de manera vertiginosa y ya pasó del 10 por ciento en enero al 22 por ciento en mayo.
Del otro lado, José Serra militó en la izquierda antes del golpe militar de 1964 y luego enfrentó quince años de exilio. Derrotado por Lula da Silva en 2002, fue elegido alcalde de San Pablo y luego gobernador de la provincia más rica y poderosa de Brasil. Su administración cuenta con índices de aprobación popular del 63 por ciento y es conocido en todo el país. El otro postulante del PSDB es Aecio Neves, gobernador del segundo colegio electoral y tercera economía del país. Sus posibilidades son pequeñas: no es tan conocido fuera de sus comarcas y José Serra aparece como franco favorito en los sondeos electorales (alrededor del 41% de los electores dice que votaría por él).
Fiel de la balanza, el PMDB es tan confiable como un billete de tres pesos. Principal aliado de Lula en el Congreso, actúa dividido. A cambio de cada apoyo transa alguna contraprestación, y a cada pedido no contemplado amenaza con rebelarse. Veterano en negociaciones duras, Lula da Silva aceptó ese tira y afloja. Sabe que sin el respaldo de una parte sustancial del PMDB, ninguna candidatura tendrá posibilidades.
Desde que la candidata de Lula anunció que padecía de un linfoma, los medios de comunicación, que se oponen no sólo a su nombre sino a la permanencia del PT en el poder en general, tratan de manera descarada de especular sobre la enfermedad y sus consecuencias. Opositores y aliados, cada uno por su lado, giran alrededor de dos preguntas: ¿logrará Dilma llevar una campaña kilométrica y desgastante con la salud afectada? ¿Logrará convencer a los electores de que podrá superar los daños de su enfermedad? Esas dos preguntas conducen, de manera inevitable, a una tercera: si Dilma no logra recuperarse para esa guerra, ¿cuál sería la alternativa de Lula da Silva?
Y la verdad es que no hay alternativa, ni tiempo para construir una. La suerte de Lula es que, dentro del PSDB, José Serra y Aecio Neves se devoran, gracias a la terquedad del gobernador de Minas Gerais en no desistir de ser candidato. Y mientras la oposición no sacralice el nombre de su candidato, le queda a Lula tiempo suficiente para ver cómo se da la recuperación de Dilma Rousseff.
Cada tanto aparece alguien para sacudir el fantasma de la re-reelección, lo que despierta la furia de los medios de comunicación y de las clases medias conservadoras. A su manera, a Lula le conviene seguir desmintiendo esa hipótesis. Ahora mismo midió cuidadosamente la forma de rechazar esa idea: “Primero, no existe tercer mandato. Y segundo, Dilma está bien”, dijo. Primero: el tercer mandato no existe, pero puede existir. Y segundo: Dilma parece estar bien, pero hay que contar con la posibilidad de que sus actividades sufran fuertes restricciones.
Cambiar la Constitución sería algo difícil, desgastante en términos políticos, pero posible. Lula es el presidente brasileño más popular en más de medio siglo y, aunque ésa sea una apuesta riesgosa, no está totalmente fuera del horizonte político. En principio no le convendría un tercer mandato consecutivo, entre otras cosas porque no se sabe qué pasará con la economía en el período 2011-2014. Su perspectiva más viable es presentarse otra vez en 2014, luego de un período de intervalo que podría ser ocupado por Dilma Rousseff o por José Serra.
Pero para su partido la perspectiva de no presentar ningún nombre con posibilidades en 2010 significa una especie de suicidio político. Y por más que Lula sea, hoy, mucho más que el PT, para volver en 2014 necesitará de su estructura. Así, el horizonte sigue nebuloso, y cualquier apuesta en el corto plazo sería de alto riesgo.
Frente a ese escenario, Lula da Silva –un hombre que calcula sus jugadas, pero no se intimida frente al riesgo– lanzó su apuesta: una mujer sin ninguna experiencia electoral, sin carisma y desconocida para el gran público, aunque administradora competente. Ex militante de organizaciones armadas, presa y torturada a lo largo de tres años, Dilma Rousseff parecía tener todas las características necesarias para transformarse en un verdadero fiasco en 2010. Sin embargo, viene creciendo en los sondeos de opinión pública de manera vertiginosa y ya pasó del 10 por ciento en enero al 22 por ciento en mayo.
Del otro lado, José Serra militó en la izquierda antes del golpe militar de 1964 y luego enfrentó quince años de exilio. Derrotado por Lula da Silva en 2002, fue elegido alcalde de San Pablo y luego gobernador de la provincia más rica y poderosa de Brasil. Su administración cuenta con índices de aprobación popular del 63 por ciento y es conocido en todo el país. El otro postulante del PSDB es Aecio Neves, gobernador del segundo colegio electoral y tercera economía del país. Sus posibilidades son pequeñas: no es tan conocido fuera de sus comarcas y José Serra aparece como franco favorito en los sondeos electorales (alrededor del 41% de los electores dice que votaría por él).
Fiel de la balanza, el PMDB es tan confiable como un billete de tres pesos. Principal aliado de Lula en el Congreso, actúa dividido. A cambio de cada apoyo transa alguna contraprestación, y a cada pedido no contemplado amenaza con rebelarse. Veterano en negociaciones duras, Lula da Silva aceptó ese tira y afloja. Sabe que sin el respaldo de una parte sustancial del PMDB, ninguna candidatura tendrá posibilidades.
Desde que la candidata de Lula anunció que padecía de un linfoma, los medios de comunicación, que se oponen no sólo a su nombre sino a la permanencia del PT en el poder en general, tratan de manera descarada de especular sobre la enfermedad y sus consecuencias. Opositores y aliados, cada uno por su lado, giran alrededor de dos preguntas: ¿logrará Dilma llevar una campaña kilométrica y desgastante con la salud afectada? ¿Logrará convencer a los electores de que podrá superar los daños de su enfermedad? Esas dos preguntas conducen, de manera inevitable, a una tercera: si Dilma no logra recuperarse para esa guerra, ¿cuál sería la alternativa de Lula da Silva?
Y la verdad es que no hay alternativa, ni tiempo para construir una. La suerte de Lula es que, dentro del PSDB, José Serra y Aecio Neves se devoran, gracias a la terquedad del gobernador de Minas Gerais en no desistir de ser candidato. Y mientras la oposición no sacralice el nombre de su candidato, le queda a Lula tiempo suficiente para ver cómo se da la recuperación de Dilma Rousseff.
Cada tanto aparece alguien para sacudir el fantasma de la re-reelección, lo que despierta la furia de los medios de comunicación y de las clases medias conservadoras. A su manera, a Lula le conviene seguir desmintiendo esa hipótesis. Ahora mismo midió cuidadosamente la forma de rechazar esa idea: “Primero, no existe tercer mandato. Y segundo, Dilma está bien”, dijo. Primero: el tercer mandato no existe, pero puede existir. Y segundo: Dilma parece estar bien, pero hay que contar con la posibilidad de que sus actividades sufran fuertes restricciones.
Cambiar la Constitución sería algo difícil, desgastante en términos políticos, pero posible. Lula es el presidente brasileño más popular en más de medio siglo y, aunque ésa sea una apuesta riesgosa, no está totalmente fuera del horizonte político. En principio no le convendría un tercer mandato consecutivo, entre otras cosas porque no se sabe qué pasará con la economía en el período 2011-2014. Su perspectiva más viable es presentarse otra vez en 2014, luego de un período de intervalo que podría ser ocupado por Dilma Rousseff o por José Serra.
Pero para su partido la perspectiva de no presentar ningún nombre con posibilidades en 2010 significa una especie de suicidio político. Y por más que Lula sea, hoy, mucho más que el PT, para volver en 2014 necesitará de su estructura. Así, el horizonte sigue nebuloso, y cualquier apuesta en el corto plazo sería de alto riesgo.
* Periodista y escritor brasileño.
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