Venezuela se perfila como un nuevo actor de la geopolítica centroamericana. Tres hechos recientes, cuya evolución será necesario estudiar más a fondo, nos llevan a plantear la tesis de que esta renovada presencia y protagonismo venezolano en Centroamérica podría aumentar en los próximos meses.
Andrés Mora Ramírez* / AUNA-Costa Rica
Tan temprano como en 1815, en su carta al jamaiquino Henry Cullen (la célebre Carta de Jamaica), Simón Bolívar oteó en el horizonte de lo posible la importancia geoestratégica del territorio de las provincias centroamericanas: “Los Estados del Istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica posición entre los dos grandes mares podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo; estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia; traerán a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra, como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio!”.
No solo Bolívar comprendió la importancia geoestratégica de lo que hoy conocemos como Centroamérica, y lo decisivo de su unidad y comunión de intereses: también el imperio británico y el estadounidense llegaron a similares conclusiones e hicieron todo lo posible por evitar esa asociación que anticipó el Libertador. A ese intervencionismo imperialista, que tuvo expresiones militares, políticas y comerciales (de William Walker y el cónsul Chatfield, a la guerra contrainsurgente de las décadas de 1970 y 1980), se agregan los factores autóctonos que propiciaron la disgregación centroamericana, como por ejemplo las disputas por el poder entre federalistas y autonomistas, entre conservadores y liberales, o el aislamiento y la desarticulación regional, por citar solo algunos.
Con las huellas y fracturas socio-culturales de este pasado impresas a sangre y fuego, por propios y extraños, en la configuración actual de los Estados nacionales, Centroamérica, a inicios del siglo XXI, se debate entre la perpetuación de su condición neocolonial, los apetitos de dos grandes bloques regionales (el TLCAN y la UE), la integración de sus poderosos grupos económicos -aliados del capital transnacional- que excluye y desintegra a los sectores populares, y la resistencia social de los de abajo frente al proyecto de subordinación que parece asignarle la globalización neoliberal a nuestros pueblos (y que la clase política hegemónica, resignada y cómplice, acepta como destino inevitable).
Durante los últimos años, sin embargo, distintos procesos y transformaciones en ciernes sugieren la posibilidad de ensayar nuevas rutas en Centroamérica, estimuladas fundamentalmente por el cambio de época que impulsan los movimientos sociales y los gobiernos progresistas en América del Sur. En este escenario, Venezuela se perfila como un nuevo actor de la geopolítica centroamericana, en virtud de su política exterior basada en la construcción de una nueva arquitectura de la integración regional, con un contenido filosófico, político y cultural bolivariano.
No solo Bolívar comprendió la importancia geoestratégica de lo que hoy conocemos como Centroamérica, y lo decisivo de su unidad y comunión de intereses: también el imperio británico y el estadounidense llegaron a similares conclusiones e hicieron todo lo posible por evitar esa asociación que anticipó el Libertador. A ese intervencionismo imperialista, que tuvo expresiones militares, políticas y comerciales (de William Walker y el cónsul Chatfield, a la guerra contrainsurgente de las décadas de 1970 y 1980), se agregan los factores autóctonos que propiciaron la disgregación centroamericana, como por ejemplo las disputas por el poder entre federalistas y autonomistas, entre conservadores y liberales, o el aislamiento y la desarticulación regional, por citar solo algunos.
Con las huellas y fracturas socio-culturales de este pasado impresas a sangre y fuego, por propios y extraños, en la configuración actual de los Estados nacionales, Centroamérica, a inicios del siglo XXI, se debate entre la perpetuación de su condición neocolonial, los apetitos de dos grandes bloques regionales (el TLCAN y la UE), la integración de sus poderosos grupos económicos -aliados del capital transnacional- que excluye y desintegra a los sectores populares, y la resistencia social de los de abajo frente al proyecto de subordinación que parece asignarle la globalización neoliberal a nuestros pueblos (y que la clase política hegemónica, resignada y cómplice, acepta como destino inevitable).
Durante los últimos años, sin embargo, distintos procesos y transformaciones en ciernes sugieren la posibilidad de ensayar nuevas rutas en Centroamérica, estimuladas fundamentalmente por el cambio de época que impulsan los movimientos sociales y los gobiernos progresistas en América del Sur. En este escenario, Venezuela se perfila como un nuevo actor de la geopolítica centroamericana, en virtud de su política exterior basada en la construcción de una nueva arquitectura de la integración regional, con un contenido filosófico, político y cultural bolivariano.
Tres hechos recientes, cuya evolución será necesario estudiar más a fondo, nos llevan a plantear la tesis de que esta renovada presencia y protagonismo venezolano en Centroamérica podría aumentar en los próximos meses.
En primer lugar, la reciente visita de Mauricio Funes a Venezuela, en vísperas de su asunción a la presidencia de El Salvador el próximo 1 de junio, sintoniza los esfuerzos de ambos países para reforzar los programas de cooperación médica e integración energética (Funes habló de construir “la gran nación latinoamericana”); a la vez, conjura los fantasmas del miedo que la derecha salvadoreña invocó en la campaña presidencial y reafirma –con resonancia continental- la identidad política histórica del FMLN.
Un segundo hecho muestra el avance bolivariano en Centroamérica: la incorporación de los cincos países históricos, más Belice y Panamá, a las principales iniciativas de integración regional del gobierno venezolano: ALBA (Nicaragua y Honduras ya son miembros plenos) y Petrocaribe, cuyos enfoques de solidaridad y contenido social superan, por mucho, el carácter capitalista in extremis del TLC con los Estados Unidos.
Precisamente, la semana anterior se anunció, en Caracas, que Costa Rica y Panamá serán los nuevos socios de Petrocaribe (acuerdo del que ya forman parte Honduras y Belice) a partir del próximo mes de junio. Este organismo también estudia la solicitud de admisión de Guatemala y, seguramente, pronto hará lo propio con El Salvador.
Desde Venezuela se hace una interesante lectura del ingreso de Costa Rica a Petrocaribe, como eventual puerto de distribución del petróleo venezolano a otros países latinoamericanos y, quizá, a China. El diputado Ángel Rodríguez, Presidente de la Comisión de Energía y Minas de la Asamblea Nacional de Venezuela, declaró a medios de comunicación que “Costa Rica posee un poliducto que atraviesa el país desde el Mar Caribe. Existe un proyecto concebido desde hace varios años para ampliar esta obra y construir un terminal de recibo y despacho, en la costa del Océano Pacífico, para buques de hasta 40 mil toneladas. Al concretarse la entrada a Petrocaribe, se analizará si es pertinente redimensionar este puerto marítimo, en función de las necesidades futuras del bloque multinacional" (El Universal, 19-05-2009).
Por supuesto, un proyecto de esta naturaleza desborda la capacidad –y creatividad- política del gobierno del presidente Oscar Arias, y sus simpatías ideológicas y personales por el mandatario venezolano, pero refleja el nuevo panorama donde Hugo Chávez rompe, por fin, lo que él mismo calificó, en su momento, como un cerco impuesto a su presencia en Centroamérica.
Finalmente, no debe perderse de vista que todas estas situaciones ocurren en el contexto del debilitamiento de la hegemonía y del repliegue –relativo- de EE.UU. en América Latina.
Para el caso centroamericano, esto quedó en evidencia el pasado mes de marzo con dos situaciones: una, la decisión de Costa Rica y El Salvador de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba; y la otra, la confesión del vicepresidente Joe Biden, durante su visita a San José, cuando reconoció la incapacidad de su país de auxiliar económicamente a los organismos financieros de la región (¡paciencia, paciencia!, dijo). La única oferta posible de EE.UU para Centroamérica, hoy, es la que conjuga la exportación de la doctrina de seguridad nacional y la guerra (por ahora, contra el narcotráfico).
Otro tanto cabe decir del TLC, que no ha generado los efectos esperados por la derecha centroamericana que creyó, ingenuamente, que el acuerdo comercial sería la puerta de ingreso al mejor de los mundos posibles y nuestro salto al desarrollo. Nadie mejor que el presidente Arias para ejemplificar esa visión impregnada de lo peor del imaginario neoliberal, cuando en el 2007 explicó a los empleados de una empresa de zona franca lo que representaría –según él- el tratado: “Los que hoy vienen en bicicleta [a las fábricas], con el TLC vendrán en motocicleta BMW, y los que vienen en un Hyundai, vendrán en un Mercedes Benz, en esto consiste el desarrollo” (La Prensa Libre, 30-05-2007).
¿Ha llegado la hora de que nuestra región avance hacia la realización de un nuevo tipo de asociación, tal cual la concibió el Libertador en la Carta de Jamaica? Este futuro sólo podrán decidirlo los pueblos y los movimientos políticamente organizados de nuestros países, revirtiendo, en primera instancia, las tendencias que, desde las élites gobernantes, profundizan nuestra condición neocolonial frente a los bloques norteamericano y europeo.
Una cuestión es evidente: Centroamérica debe buscar sus caminos de edificación del bienestar social y el desarrollo humano allí donde se le mire y se le invite a dialogar entre iguales, y no donde el convite sea entre lobos y corderos.
*El autor es periodista costarricense y Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica.
En primer lugar, la reciente visita de Mauricio Funes a Venezuela, en vísperas de su asunción a la presidencia de El Salvador el próximo 1 de junio, sintoniza los esfuerzos de ambos países para reforzar los programas de cooperación médica e integración energética (Funes habló de construir “la gran nación latinoamericana”); a la vez, conjura los fantasmas del miedo que la derecha salvadoreña invocó en la campaña presidencial y reafirma –con resonancia continental- la identidad política histórica del FMLN.
Un segundo hecho muestra el avance bolivariano en Centroamérica: la incorporación de los cincos países históricos, más Belice y Panamá, a las principales iniciativas de integración regional del gobierno venezolano: ALBA (Nicaragua y Honduras ya son miembros plenos) y Petrocaribe, cuyos enfoques de solidaridad y contenido social superan, por mucho, el carácter capitalista in extremis del TLC con los Estados Unidos.
Precisamente, la semana anterior se anunció, en Caracas, que Costa Rica y Panamá serán los nuevos socios de Petrocaribe (acuerdo del que ya forman parte Honduras y Belice) a partir del próximo mes de junio. Este organismo también estudia la solicitud de admisión de Guatemala y, seguramente, pronto hará lo propio con El Salvador.
Desde Venezuela se hace una interesante lectura del ingreso de Costa Rica a Petrocaribe, como eventual puerto de distribución del petróleo venezolano a otros países latinoamericanos y, quizá, a China. El diputado Ángel Rodríguez, Presidente de la Comisión de Energía y Minas de la Asamblea Nacional de Venezuela, declaró a medios de comunicación que “Costa Rica posee un poliducto que atraviesa el país desde el Mar Caribe. Existe un proyecto concebido desde hace varios años para ampliar esta obra y construir un terminal de recibo y despacho, en la costa del Océano Pacífico, para buques de hasta 40 mil toneladas. Al concretarse la entrada a Petrocaribe, se analizará si es pertinente redimensionar este puerto marítimo, en función de las necesidades futuras del bloque multinacional" (El Universal, 19-05-2009).
Por supuesto, un proyecto de esta naturaleza desborda la capacidad –y creatividad- política del gobierno del presidente Oscar Arias, y sus simpatías ideológicas y personales por el mandatario venezolano, pero refleja el nuevo panorama donde Hugo Chávez rompe, por fin, lo que él mismo calificó, en su momento, como un cerco impuesto a su presencia en Centroamérica.
Finalmente, no debe perderse de vista que todas estas situaciones ocurren en el contexto del debilitamiento de la hegemonía y del repliegue –relativo- de EE.UU. en América Latina.
Para el caso centroamericano, esto quedó en evidencia el pasado mes de marzo con dos situaciones: una, la decisión de Costa Rica y El Salvador de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba; y la otra, la confesión del vicepresidente Joe Biden, durante su visita a San José, cuando reconoció la incapacidad de su país de auxiliar económicamente a los organismos financieros de la región (¡paciencia, paciencia!, dijo). La única oferta posible de EE.UU para Centroamérica, hoy, es la que conjuga la exportación de la doctrina de seguridad nacional y la guerra (por ahora, contra el narcotráfico).
Otro tanto cabe decir del TLC, que no ha generado los efectos esperados por la derecha centroamericana que creyó, ingenuamente, que el acuerdo comercial sería la puerta de ingreso al mejor de los mundos posibles y nuestro salto al desarrollo. Nadie mejor que el presidente Arias para ejemplificar esa visión impregnada de lo peor del imaginario neoliberal, cuando en el 2007 explicó a los empleados de una empresa de zona franca lo que representaría –según él- el tratado: “Los que hoy vienen en bicicleta [a las fábricas], con el TLC vendrán en motocicleta BMW, y los que vienen en un Hyundai, vendrán en un Mercedes Benz, en esto consiste el desarrollo” (La Prensa Libre, 30-05-2007).
¿Ha llegado la hora de que nuestra región avance hacia la realización de un nuevo tipo de asociación, tal cual la concibió el Libertador en la Carta de Jamaica? Este futuro sólo podrán decidirlo los pueblos y los movimientos políticamente organizados de nuestros países, revirtiendo, en primera instancia, las tendencias que, desde las élites gobernantes, profundizan nuestra condición neocolonial frente a los bloques norteamericano y europeo.
Una cuestión es evidente: Centroamérica debe buscar sus caminos de edificación del bienestar social y el desarrollo humano allí donde se le mire y se le invite a dialogar entre iguales, y no donde el convite sea entre lobos y corderos.
*El autor es periodista costarricense y Máster en Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica.
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