Debemos tener claro que es obligación moral de todos los pueblos caribeños y latinoamericanos, priorizar en sus políticas exteriores a la solidaridad y el apoyo activo a la lucha por la independencia de Puerto Rico.
La independencia es el camino más conveniente, el más necesario para que Puerto Rico pueda integrarse a plenitud al nuevo proceso internacionalista que se va configurando como definitorio del siglo veintiuno y, sobre todo, es la única opción realista para la redefinición de las relaciones entre nuestra nación puertorriqueña y Estados Unidos de América.
Mientras más pronto se convenza el país de esto, que ya es un hecho irreversible, mayor será nuestra posibilidad de sobrevivencia, individual y colectiva. No se asuste nadie, pero tampoco se despiste, intentando evadir la realidad inminente. Vivimos una coyuntura crucial en nuestra historia. O somos, o no somos. El cuestionamiento Shakesperiano a nivel psicológico, en su famoso Hamlet, ya ha pasado a formar parte de un cuestionamiento sociológico. Sociología y Psicología se juntan en el inmediato devenir para apuntar irremediablemente al futuro de los puertorriqueños. Sólo Hostos, por sabio y bueno, pudo atisbar esa inevitable congruencia futura desde el hondón del siglo diecinueve.
Y ya desde el hoyo, no menor, del siglo veinte, el martiniqueño Frantz Fanon, pudo anticipar la plenitud de la alborada caribeña y latinoamericana del siglo veintiuno. Dijo en una de las notas de su Los Condenados de la Tierra, lo siguiente: “Los Estados Unidos, con la operación anticastrista, abren en el continente americano un nuevo capítulo de la historia de la liberación laboriosa del hombre. América Latina, formada por países independientes con representación en la ONU, y con moneda propia, debería constituir una lección para África. Esas antiguas colonias, desde su liberación, sufren en medio del terror y la privación la ley de bronce del capitalismo occidental.”
“La liberación de África, el desarrollo de la conciencia de los hombres han permitido a los pueblos latinoamericanos romper con la vieja danza de las dictaduras, en que se sucedían iguales regímenes. Castro toma el poder en Cuba y lo entrega al pueblo. Esta herejía es resentida como una calamidad nacional por los yanquis y los Estados Unidos organizan brigadas contrarrevolucionarias, fabrican un gobierno provisional, incendian las cosechas de caña, deciden por último estrangular despiadadamente al pueblo cubano. Pero va a ser difícil. El pueblo cubano sufrirá, pero vencerá. El presidente brasileño Janio Quadros, en una declaración de importancia histórica, acaba de afirmar que su país defenderá por todos los medios la Revolución Cubana. También los Estados Unidos van a retroceder quizá un día ante la voluntad de los pueblos. Ese día lo festejaremos, porque será un día decisivo para los hombres y las mujeres del mundo entero. El dólar, que en resumidas cuentas, no está garantizado sino por los esclavos repartidos por todo el globo, en los pozos de petróleo del Medio Oriente, las minas del Perú o del Congo, las plantaciones de la United Fruit o de Firestone, dejará de dominar entonces con todo su poder a esos esclavos que lo han creado y que siguen alimentándolo, con la cabeza y el vientre vacíos, con su propia sustancia.” (Ver nota 9 en la página 89 del texto citado, Tercera edición en Español, Segunda reimpresión, 2007, Fondo de la Cultura Económica, México).
Ese día del retroceso norteamericano ha empezado a llegar. No nos equivocamos. Todavía no ha llegado del todo, pero ya comenzó el proceso irreversible de las rectificaciones de Estados Unidos sobre la voracidad de la política imperialista de más de dos siglos completos de su historia.
Para hacer avanzar ese proceso, hasta llevarlo a sus consecuencias más cruciales para el mundo y, en particular para el Caribe y América Latina, de cuya gran región formamos parte los puertorriqueños, es preciso, en primer lugar, que nuestro pueblo acelere su toma de conciencia para reclamar la descolonización plena. Eso sólo se alcanza juntando fuerzas para reclamar la independencia, que es el estado natural de todas las naciones del mundo, incluyendo la nuestra. La independencia no significa separación, sino todo lo contrario. Es la integración de Puerto Rico al contorno del que formamos parte y al mundo entero.
Por eso no debemos permitir que nos llamen separatistas a los puertorriqueños. Ése es un epíteto despectivo que nos endilgan los enemigos de la independencia y los colonizados más despistados, para evitar que se nos reconozca como lo que hemos sido y somos, en la realidad. Llevamos más de siglo y medio abriendo caminos al pueblo boricua para el reclamo de todas sus mayores reivindicaciones. Negarlo es sucumbir a la enajenación histórica. No ha habido lucha victoriosa de este pueblo, total o parcial, que no sea el resultado de un forcejeo iniciado por el movimiento independentista, desde mucho antes de que éstos cuajaran como reclamos universales del país. Ejemplos destacados han sido el repudio al servicio militar obligatorio, la defensa de nuestros derechos civiles y humanos más importantes, incluyendo los derechos sindicales, la protección del ambiente y de los recursos naturales del país, la expulsión de la Marina de Guerra norteamericana de Culebra y Vieques, y muchísimos otros.
Debemos educarnos y a la vez seguir educando a las grandes mayorías del pueblo para que entiendan que con la independencia, y únicamente con la independencia, es que podemos entrar en cuantas alianzas, tratados, convenciones, confederaciones y relaciones bilaterales convenientes y necesarias para el verdadero desarrollo económico y social de nuestra patria.
Las llamadas alternativas de libre asociación, en sus diferentes variantes, no tienen la menor posibilidad de realización con Estados Unidos mientras sus sostenedores mantengan el reclamo atado a la obsesión fetichista de retener la ciudadanía de Estados Unidos, como condición permanente de los presentes y futuros puertorriqueños. Por eso, el único camino que tienen verdaderamente realista, los llamados libreasociacionistas, es juntar fuerzas con el movimiento independentista en su conjunto, al margen de toda tribal consideración electorera, para reclamar la plena soberanía, que es lo que en el mundo entero se llama independencia. Por eso es que la tendencia a internacionalizar los grandes pasos en la economía y la vida social y política del mundo, se llaman así, internacionalización, que significa acción concertada entre las naciones, que seguirán siendo la unidad social básica que los hermana a todos, con el debido respeto a todas las identidades nacionales que comprenden la humanidad.
En segundo lugar, debemos tener claro que es obligación moral de todos los pueblos caribeños y latinoamericanos, priorizar en sus políticas exteriores a la solidaridad y el apoyo activo a la lucha por la independencia de Puerto Rico. No es un favor lo que estamos reclamando a nuestros hermanos del contorno del que formamos parte, tanto como ellos. Es el reclamo de un deber inescapable a todos ellos, sin excepción. Y no basta con recibir y referir a sus organismos secundarios de solidaridad internacional la atención de los grupos de luchadores boricuas que les visitan en los distintos países. Eso lo agradecemos, pero les decimos con toda la franqueza que requiere la hermandad que no basta. Por eso debemos destacar el apoyo que nos dio el presidente Daniel Ortega en la llamada Cumbre de las Américas celebrada recientemente en Trinidad y Tobago, cuando enfatizó que no podía estar conforme con una Cumbre en que faltaban dos países indispensables para completarla, que son Cuba y Puerto Rico.
En tercer lugar, y tan importante como la segunda, es la necesidad de incorporar a nuestra lucha, con obligaciones recíprocas para nosotros, a todo el pueblo de Estados Unidos, comenzando por los hispanos, los afroamericanos y otras llamadas allí minorías étnicas, pero sin excluir al resto del pueblo americano, que como todos los del mundo entero, aspiran también a librar a la humanidad de las esclavitudes en todos sus disfraces. En esa búsqueda de apoyo, tienen una obligación mayor los boricuas residentes en las distintas comunidades de Estados Unidos. Ellos tienen, junto a todos los derechos como nacionales puertorriqueños, también todos los deberes, como es el de promover activamente en sus contornos inmediatos la independencia de Puerto Rico y las metas relacionadas con esta lucha, como es la de la libertad inmediata e incondicional de nuestros presos políticos.
Con relación a todo lo apuntado arriba, tengamos presente que estamos viviendo en un momento de gran peligro para la nación puertorriqueña y todos los boricuas, y a su vez de grandes esperanzas para revertir el curso destructivo que en el orden social está sufriendo el país, si aprovechamos la coyuntura favorable que plantea, no sólo que Estados Unidos ha comenzado el proceso inevitable de su decadencia imperial, sino el hecho de que sus nuevos gobernantes han manifestado que intentan cambiar la política exterior de ese país para detener el deterioro de su imagen ante el mundo. Hagámosle saber, con el apoyo de todos los que nos defienden como pueblo, que la completa descolonización de Puerto Rico, mediante el reconocimiento pleno de nuestra libre determinación —que significa no intervenir para nada en las decisiones iniciales que tomemos los puertorriqueños— será la mayor prueba de fuego del propósito enunciado por el presidente Obama de realizar esas rectificaciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario