Esta revolución desde el subsuelo de la historia latinoamericana y caribeña nos otorga la oportunidad de contribuir efectivamente a la autodeterminación de los pueblos, a lograr un mundo multipolar sin hegemonías imperialistas y neocolonialistas
(Ilustración: "América Latina", mural de Dolores Mendieta - Argentina).
Hija del buen salvaje, esposa del buen revolucionario y madre predestinada de la nueva humanidad, nuestra América vive en el presente siglo uno de los momentos más estelares de su historia común al irse concatenando acontecimientos que, al originarse, parecieron marchar de forma aislada, pero que -a medida que pasa el tiempo y se van extendiendo- han venido a conformar un vasto proyecto de liberación continental, aún por definirse y concretarse. Esto ha supuesto -con escasas variaciones en cada país- una rebelión popular generalizada que inquieta y atemoriza, no sólo a los grupos oligárquicos nacionales, sino también (y muy especialmente) al sempiterno imperialismo yanqui, puesto que ello significa el fin de su dominio secular y de la dependencia neocolonial de nuestras naciones subdesarrolladas, aunque es de reconocerse que esto mismo no se ha traducido en un antiimperialismo firme, militante y contundente, tanto de parte de los gobiernos de tendencia progresista y/o izquierdista como de los mismos pueblos que ahora se levantan, no obstante la retórica revolucionaria utilizada.
Asimismo, todas estas experiencias de cambios enfrentan el mismo dilema representado por la legalidad del orden establecido, siendo un factor determinante la movilización espontánea de las masas, como ocurriera en Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, donde éstas decidieron sin armas la suerte de algunos gobiernos, incluyendo al gobierno de facto instaurado en 2002 en el caso venezolano. Todos estos hechos -desde las rebeliones populares producidas en plena efervescencia de la onda neoliberal capitalista que arropara a la totalidad de nuestra América (a excepción de Cuba), producto de la carga de la deuda externa y de la complicidad cipaya de los gobiernos latinoamericanos de turno, hasta las insurgencias armadas de civiles y militares en Venezuela, en 1992, y de los indígenas y campesinos del Ejército Zapatista de liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, México, el 1º de enero de 1994- representan una situación histórica que podría influir significativamente en el resto de la humanidad, haciendo factible, al mismo tiempo, fundar un nuevo tipo de sociedad bajo el socialismo, inédita en muchos aspectos y capaz de trascender los moldes del llamado socialismo real que rigiera a la URSS y demás naciones del Este europeo, cuestión que reivindica aún más la vigencia de la teoría revolucionaria que ayudaran a articular Marx, Engels, Lenin, el Che Guevara y muchos otros revolucionarios, sin excluir a los libertarios como Proudhom, Bakunin y Malatesta.
Así, lejos de ser el escenario del fin de la historia proclamado bajo la “era” reaganiana, a nuestra América le ha correspondido el privilegio, digámoslo así, de abrir el telón para que el socialismo tenga su mejor expresión creadora, en momentos en los cuales las secuelas de una crisis global del capitalismo mantiene en ascuas a las grandes potencias del mundo, buscando en conjunto una solución inmediata que minimice y supere los embates de la misma, pidiendo socializar las pérdidas ocasionadas por la ambición irresponsable y sin límites de una minoría.
En conjunto, esta revolución desde el subsuelo de la historia latinoamericana y caribeña nos otorga la oportunidad de contribuir efectivamente a la autodeterminación de los pueblos, a lograr un mundo multipolar sin hegemonías imperialistas y neocolonialistas, lo mismo que un mejor sistema de integración a todos los niveles, no únicamente económico, capaz de romper las ataduras que le impiden a nuestra América equipararse con los países del “Primer Mundo”, pero todo ello manteniendo una cosmovisión completamente diferente, extraída de nuestras raíces históricas, y preparada para abrir los espacios autónomos, participativos y protagónicos que ocuparán los sectores sociales hasta ahora excluidos.
Hija del buen salvaje, esposa del buen revolucionario y madre predestinada de la nueva humanidad, nuestra América vive en el presente siglo uno de los momentos más estelares de su historia común al irse concatenando acontecimientos que, al originarse, parecieron marchar de forma aislada, pero que -a medida que pasa el tiempo y se van extendiendo- han venido a conformar un vasto proyecto de liberación continental, aún por definirse y concretarse. Esto ha supuesto -con escasas variaciones en cada país- una rebelión popular generalizada que inquieta y atemoriza, no sólo a los grupos oligárquicos nacionales, sino también (y muy especialmente) al sempiterno imperialismo yanqui, puesto que ello significa el fin de su dominio secular y de la dependencia neocolonial de nuestras naciones subdesarrolladas, aunque es de reconocerse que esto mismo no se ha traducido en un antiimperialismo firme, militante y contundente, tanto de parte de los gobiernos de tendencia progresista y/o izquierdista como de los mismos pueblos que ahora se levantan, no obstante la retórica revolucionaria utilizada.
Asimismo, todas estas experiencias de cambios enfrentan el mismo dilema representado por la legalidad del orden establecido, siendo un factor determinante la movilización espontánea de las masas, como ocurriera en Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, donde éstas decidieron sin armas la suerte de algunos gobiernos, incluyendo al gobierno de facto instaurado en 2002 en el caso venezolano. Todos estos hechos -desde las rebeliones populares producidas en plena efervescencia de la onda neoliberal capitalista que arropara a la totalidad de nuestra América (a excepción de Cuba), producto de la carga de la deuda externa y de la complicidad cipaya de los gobiernos latinoamericanos de turno, hasta las insurgencias armadas de civiles y militares en Venezuela, en 1992, y de los indígenas y campesinos del Ejército Zapatista de liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, México, el 1º de enero de 1994- representan una situación histórica que podría influir significativamente en el resto de la humanidad, haciendo factible, al mismo tiempo, fundar un nuevo tipo de sociedad bajo el socialismo, inédita en muchos aspectos y capaz de trascender los moldes del llamado socialismo real que rigiera a la URSS y demás naciones del Este europeo, cuestión que reivindica aún más la vigencia de la teoría revolucionaria que ayudaran a articular Marx, Engels, Lenin, el Che Guevara y muchos otros revolucionarios, sin excluir a los libertarios como Proudhom, Bakunin y Malatesta.
Así, lejos de ser el escenario del fin de la historia proclamado bajo la “era” reaganiana, a nuestra América le ha correspondido el privilegio, digámoslo así, de abrir el telón para que el socialismo tenga su mejor expresión creadora, en momentos en los cuales las secuelas de una crisis global del capitalismo mantiene en ascuas a las grandes potencias del mundo, buscando en conjunto una solución inmediata que minimice y supere los embates de la misma, pidiendo socializar las pérdidas ocasionadas por la ambición irresponsable y sin límites de una minoría.
En conjunto, esta revolución desde el subsuelo de la historia latinoamericana y caribeña nos otorga la oportunidad de contribuir efectivamente a la autodeterminación de los pueblos, a lograr un mundo multipolar sin hegemonías imperialistas y neocolonialistas, lo mismo que un mejor sistema de integración a todos los niveles, no únicamente económico, capaz de romper las ataduras que le impiden a nuestra América equipararse con los países del “Primer Mundo”, pero todo ello manteniendo una cosmovisión completamente diferente, extraída de nuestras raíces históricas, y preparada para abrir los espacios autónomos, participativos y protagónicos que ocuparán los sectores sociales hasta ahora excluidos.
Aunque tal revolución no se desarrolla bajo los mismos parámetros, teniendo que sortear los múltiples obstáculos y ataques de los grupos reaccionarios internos y externos y, muchas veces, la escasez de criterios y formulaciones teóricas que ayuden a darle un mejor puntal ideológico y práctico al socialismo que se anuncia (lo que incide en el comportamiento reformista de muchos gobernantes y dirigentes de partidos políticos), es evidente que ella marcha de manera inexorable e irreversible. Quizás resulte muy temprano el vaticinio, pero la historia de luchas populares reprimidas en el pasado a sangre y fuego, le imprime el aliento suficiente para que no desmaye en su marcha.-
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