En los documentos fundacionales del ALBA,
UNASUR y CELAC se identifica una visión compartida de los futuros posibles de
la región. Son enfoques que se complementan y enriquecen unos a otros, dando
forma a una expresión particular del pensamiento integracionista
latinoamericano, y a una práctica concreta, que responden a las condiciones
globales del presente y al contexto de crisis civilizatoria que vivimos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Del ALBA
a la CELAC: la integración estratégica y nuestra
Cumbre de creación de la CELAC en Caracas (2011). |
En menos de 10 años, la
integración latinoamericana y caribeña experimentó avances inéditos en este
tipo de acuerdos y alianzas entre Estados, los cuales no sería posible comprender
al margen de los cambios y procesos políticos con los que América Latina
despidió su traumático siglo XX e inauguró la nueva centuria.
Si se acepta que la Cumbre de Mar del Plata en Argentina, en 2005, fue
determinante en términos de confrontar y detener diplomática y simbólicamente
las nuevas tendencias del panamericanismo imperialista, que se posicionaron en
los gobiernos estadounidenses –demócratas y republicanos- desde principios de
la década de 1990 con su proyecto del ALCA; también es preciso decir que ya un
año antes de esa Cumbre, los gobiernos de Cuba y Venezuela habían dado un paso
fundamental para hacer de la integración uno de los caminos de construcción de
alternativas de desarrollo pensadas desde
acá, desde nuestras realidades y aspiraciones, al firmar en la ciudad de La Habana el Acuerdo de Aplicación
de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA, hoy conocida como
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América).
Esa confrontación entre el ALCA y el ALBA muy pronto fue identificada en
el imaginario político de los movimientos sociales y de algunos de los nuevos
gobiernos latinoamericanos (progresistas y nacional-populares) como una disputa
ideológica entre el monroísmo estadounidense
y el bolivarismo nuestroamericano:
el primero, decía Fernando Bossi[1],
es “aquel que se resume en América para los americanos, en realidad América
para los norteamericanos, ese es el proyecto imperialista, de dominación,
saqueo y rapiña. El segundo es la propuesta de unidad de los pueblos latinoamericanos
caribeños, la idea del Libertador Simón Bolívar de conformar una Confederación
de Repúblicas. En síntesis: una propuesta imperialista enfrentada a una
propuesta de liberación”.
¿Qué surgió, entonces, del viraje nuestroamericano de Mar del Plata? Una nueva
integración, mucho más estratégica en términos de los equilibrios de fuerzas y
en las relaciones que se van configurando en la región, lo que se expresa en
iniciativas como la ya mencionada ALBA, la UNASUR y CELAC: las tres, creaciones
originales del siglo XXI latinoamericano.
Así, por ejemplo, en el acuerdo de constitución del ALBA[2], por
primera vez, se establecen como principios rectores de la integración la solidaridad entre los Estados y los pueblos;
la construcción de posiciones consensuadas entre los Estados miembros, para la
defensa de su soberanía; la
complementariedad antes que la competencia; el trato entre iguales en todos
los ámbitos, la cooperación y el apoyo recíproco; la compensación de las
asimetrías en el desarrollo de los países; la promoción de planes culturales y sociales conjuntos, la meta de erradicar el analfabetismo y la pobreza
en América Latina[3], entre
otro referentes orientadores.
En el 2008, el Tratado
Constitutivo de UNASUR[4]
definió como base de la creación de esta unión “la historia compartida y
solidaria de nuestras naciones,
multiétnicas, plurilingües y multiculturales”; reafirma la opción por el
multilateralismo, el respeto al derecho internacional “ para lograr un mundo multipolar, equilibrado y justo
en el que prime la igualdad soberana de los Estados y una cultura de paz en un mundo libre de armas nucleares y de
destrucción masiva”; y asume como objetivo principal la creación de “un espacio
de integración y unión en lo cultural,
social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al
diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la
infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras
a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la
participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en
el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”.
Y en 2011, la
Declaración de Caracas[5],
documento fundante de la CELAC, manifestaba que esta era “el único mecanismo de
diálogo y concertación que agrupa a los 33 países de América Latina y el
Caribe, es la más alta expresión de nuestra
voluntad de unidad en la diversidad”; reconocía la necesidad de concentrar
“los esfuerzos en el creciente proceso de cooperación e integración política,
económica, social y cultural para así contribuir con la consolidación de un
mundo pluripolar y democrático, justo y equilibrado, y en paz, despojado del flagelo del colonialismo y de
la ocupación militar”; y resaltaba la importancia de “la cooperación
latinoamericana y caribeña, en el desenvolvimiento de nuestras
complementariedades económicas y la
cooperación Sur-Sur, como eje integrador de nuestro espacio común y como
instrumento de reducción de nuestras asimetrías”.
En los documentos fundacionales de estos
tres mecanismos de integración, fácilmente se identifica una
visión compartida de los futuros posibles de la región; un lenguaje mucho más
amplio e inclusivo; una perspectiva amplia de los derechos humanos, sociales y
culturales; un esfuerzo por construir esquemas de asociación que no se limitan
a lo económico; y en definitiva, un empeño claro por construir la unión
política y la comunidad histórica de naciones mediante el diálogo democrático,
y no la imposición propia de las experiencias neoliberales precedentes. Son
enfoques que se complementan y enriquecen unos a otros, dando forma a una
expresión particular del pensamiento integracionista latinoamericano, y a una
práctica concreta, que responden a las condiciones globales del presente y al
contexto de crisis civilizatoria que vivimos.
Se trata, como puede
apreciarse, de una integración posneoliberal, en tanto se levanta de los
escombros económicos, políticos y sociales que el neoliberalismo dejó como
herencia para América Latina; pero al mismo tiempo, es una integración que
todavía no puede definirse como poscapitalista: esta es una de sus principales
limitaciones, y una fuente de tensiones y conflictos entre, por un lado, los
intereses del capital sobre los recursos naturales, y de los emprendimientos
productivos privados y estatales (cautivos del modelo de desarrollo
extractivista), y por otro lado, los intereses de los pueblos indígenes, los
movimientos sociales y las organizaciones de la sociedad civil. Ese será, en
los próximos años, uno de los principales focos de atención de la política
latinoamericana, donde se pondrá a prueba la institucionalidad naciente y se
forjará, de hacerlo bien, una cultura democrática y participativa, capaz de
abrir camino a nuevas formas de concebir el desarrollo y las relaciones entre
naturaleza y sociedad.
Pero, sin perder de vista estas
aristas críticas, lo cierto es que todos estos procesos confirman que hay una
transformación en curso: el paso del paradigma economicista dominante en los
años noventa del pasado siglo, al nuevo paradigma de la integración
independiente y multidimensional de nuestra América [6].
Nuestro cambio de época.
NOTAS
[1] Bossi, Fernando. (2005). Construyendo
el ALBA desde los pueblos. Exposición presentada en la III Cumbre de los
Pueblos, Mar del Plata, 3 de noviembre. Recuperado el 3 de abril de 2007.
Consultado en: http://www.alternativabolivariana.org/modules.php?name=News&file=article&sid=470
[2] Véase:
Altmann, Josette (ed.) (2008). Cuadernos
Integración en América Latina: Dossier ALBA – Alternativa Bolivariana para
América Latina. San José, C.R.: FLACSO. Disponible en: http://www.flacso.org/fileadmin/usuarios/documentos/Integracion/Dossier_ALBA.pdf
[3] Véase: Morales Manzur, Juan C. y Morales García, Lucrecia (2007). Origen y
naturaleza de la Alternativa Bolivariana para las Américas. En Revista
Polis, 1. Zulia, Venezuela.
Pp. 55-85.
[4] Tratado Constitutivo de
la Unión de Naciones Suramericanas, del 23 de mayo de 2008. Disponible en: http://www.unasursg.org/index.php?option=com_content&view=article&id=290&Itemid=339
[5] Declaración de
Caracas (Constitución de la CELAC), del 3 de diciembre de 2011. Disponible en: http://alainet.org/active/51314
[6] Suárez Salazar, Luis
(2008, abril-junio). “La integración independiente y
multidimensional de Nuestra América: una mirada desde lo mejor del pensamiento
sociológico”, en Política exterior y
soberanía, nº3. Instituto de AltosEstudios Diplomáticos Pedro Gual,
Caracas, Venezuela. Pp. 21-26
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