En América Latina se
levanta una nueva arquitectura de la integración que se distancia de los
enfoques estrictamente económicos y pragmáticos ensayados desde la segunda
mitad del siglo XX, primero bajo el influjo de las tesis de la CEPAL, y más
tarde por las tesis del “libre comercio” de la tecnocracia neoliberal, para
incluir ahora otras dimensiones tradicionalmente relegadas por los acuerdos
entre elites y oligarquías.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez: protagonistas de la Cumbre de Mar del Plata 2005. |
Uno de los rasgos característicos del llamado “cambio de época”
en América Latina en el siglo XXI, ese giro político y cultural que desplazó
por la vía de la insurreción popular y en las urnas electorales a buena parte
de los gobiernos neoliberales instalados en nuestros países desde la década de
1990, es el nuevo impulso de la integración latinoamericana y caribeña, tanto a
nivel de instituciones y acuerdos, como de los contenidos políticos e
ideológicos que sustentan esos entendimientos.
Esta renovada opción
por los procesos de integración ocurre en un contexto global marcado por dos grandes momentos: primero, el ascenso y
consolidación de los bloques económicos –como la UE, los países de sureste
asiático y los Estados Unidos- en el período que va de la recomposición del
sistema internacional tras el colapso de la Unión Soviética (el nuevo reparto
del mundo) hasta principios del siglo XXI, cuando China –y después los países del
grupo BRIC- despunta en el horizonte económico como una potencia capaz de
disputar la hegemonía del Occidente Noratlántico; y un segundo momento, todavía
en curso, que corresponde a la crisis capitalista, largamente incubada, que
explota en 2007 con la crisis inmobiliaria y financiera en los Estados Unidos y, más tarde, en Europa.
Para América Latina,
esos dos momentos también significaron experiencias distintas: en el primer
caso, conoció y sufrió el auge del neoliberalismo político y económico,
tutelado desde el Norte por la tecnocracia financiera internacional (FMI, Banco
Mundial), que con su frenesí privatizador y desnacionalizador llegó a
convertirse en sentido común en
nuestra sociedades; mientras que en el segundo, la fractura de algunos de los
eslabones de la dominación, el ascenso
de nuevos gobiernos de corte progresista y nacional-popular, y la audacia en la
búsqueda de alternativas en medio del desorden global de la última década, le
ha permitido a la región avanzar en construcciones políticas, económicas,
tecnológicas, sociales y culturas, que se articulan en torno a las ideas de
integración, unidad, independencia y defensa común.
Es decir, en América
Latina se levanta una nueva arquitectura de la integración que se distancia de
los enfoques estrictamente económicos y pragmáticos ensayados desde la segunda
mitad del siglo XX, primero bajo el influjo de las tesis de la CEPAL, y más
tarde por las tesis del “libre comercio” de la tecnocracia neoliberal, para
incluir ahora otras dimensiones tradicionalmente relegadas por los acuerdos
entre elites y oligarquías.
Iniciativas como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA), con sus proyectos de complementariedad energética,
solidaridad en salud y educación, transferencia tecnológica y promoción de las culturas
latinoamericanas y caribeñas; la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), que
emerge como espacio de deliberación y construcción de posiciones políticas
comúnes, de defensa de la democracia y los derechos humanos; el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), que se
transforma con la inclusión de Venezuela como miembro, adquiere dimensiones
geográficas mayores y se proyecta al Caribe; o la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños: primer organismo regional que se funda sin la
participación de Estados Unidos y Canadá, para resolver los asuntos nuestroamericanos sin interferencias
imperiales directas; son fruto de ese cambio
de época al que aludimos al inicio y muestran más vigor y capacidad de
convocatoria y concertación de empeños unionistas, que aquellas proyectos de
integración de primera generaciones, muchos de los cuales, como el Sistema de
Integración Centroamericano, desgraciadamente se encuentran debilitados,
atrofiados en su institucionalidad y con limitadas capacidades de acción
producto de la subordinación geoestratégica a los Estados Unidos y su política
de tratados de libre comercio.
Y es que, como ocurre
en muchos otros ámbitos de la vida latinoamericana, la integración regional no
puede entenderse sin el necesario contrapunteo con las iniciativas que la
potencia del norte despliega en el continente. Así, los actuales rumbos de la
integración “independiente y multidimensional de nuestra América”[1],
constituyen la respuesta elaborada por gobiernos, fuerzas políticas de un
amplio arco ideológico y movimientos sociales representativos de la diversidad
latinoamericana (indígenas, campesinos, trabajadores, estudiantes, mujeres,
comunidades, entre otros), al “resurgimiento del panamericanismo”[2]
que desde 1993, con la convocatoria estadounidense para celebrar un año más
tarde la primera Cumbre de las Américas en Miami, pondría en marcha las
negociaciones para la creación del Área
de Libre Comercio de las Américas (ALCA): un megamercado continental liberalizado
para el capital extranjero, la subasta de bienes públicos nacionales y la
completa sujeción de los destinos de América Latina a los intereses
norteamericanos.
Tendrían que pasar 12
años, hasta la Cumbre de Mar del Plata en 2005, para que líderes
latinoamericanos de Venezuela, Brasil y Argentina, haciendo eco de una
movilización continental sin precedentes, levantaran la bandera de la unidad.
Una nueva época
empezaba.
NOTAS
[1] Suárez
Salazar, Luis (2008, abril-junio). “La integración independiente y
multidimensional de Nuestra América: una mirada desde lo mejor del pensamiento
sociológico”, en Política exterior y
soberanía, nº3. Instituto de AltosEstudios Diplomáticos Pedro Gual,
Caracas, Venezuela. Pp. 21-26
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