Los estudiantes que hoy
se toman las calles y las escuelas, están abriendo las grandes alamedas que
anunció Allende minutos antes del fogonazo final. Los jóvenes -y adolescentes-
se han hecho cargo de reiniciar la lucha por justicia e igualdad. Están
despertando al pueblo y convocándolo a dignificar la política.
Manuel Cabieses Donoso / Revista
Punto Final
La juventud chilena protagoniza el reclamo por cambios profundos en Chile. |
Se cumplen 39 años de
la traición militar -alentada por Estados Unidos- que aplastó el proyecto de
libertad e igualdad más hermoso que el pueblo chileno haya gestado en 200 años
de vida republicana. El gobierno derrocado se proponía construir -en palabras
del presidente Salvador Allende- “el socialismo en forma progresiva, a través
de la lucha consciente y organizada en partidos y sindicatos libres. Nuestra
vía, nuestro camino, es el de la libertad. Libertad para la expansión de las
fuerzas productivas, rompiendo las cadenas que hasta ahora han sofocado nuestro
desarrollo” (1). La vía chilena al socialismo planteaba la igualdad “para superar
progresivamente la división entre chilenos que explotan y chilenos que son
explotados”. Ese reclamo de igualdad -“imprescindible (decía Allende) para
reconocer a cada hombre la dignidad y el respeto que debe exigir”-, es el mismo
que el pueblo exige hoy, sobre todo a través de las demandas y movilizaciones
de los estudiantes. Allende cometió errores pero no era un iluso -un soñador
sí, como todo revolucionario-. Conocía nuestra historia y sabía los riesgos de
la tarea que proponía. Lo anticipó con lucidez: “Las pocas quiebras
institucionales fueron siempre determinadas por las clases dominantes. Fueron
siempre los poderosos quienes desencadenaron la violencia, los que vertieron la
sangre de chilenos, interrumpiendo la normal evolución del país. Así como
cuando Balmaceda, consciente de sus deberes y defensor de los intereses
nacionales, actuó con la dignidad y el patriotismo que la posteridad ha
reconocido”.
Para Allende -el
soñador- en Chile se cumplía el supuesto planteado por Federico Engels: “Puede
concebirse la evolución pacífica de la vieja sociedad hacia la nueva, en los
países donde la representación popular concentra en ella todo el poder, donde
de acuerdo con la Constitución se puede hacer lo que se desee, desde el momento
en que se tiene tras de sí a la mayoría de la nación”. Y éste es nuestro Chile,
agregaba el presidente, donde “la voluntad popular nos legitima en nuestra
tarea”. Sin embargo, los hechos demostraron -a costa de la vida del propio
Allende y de la sangre derramada por miles de chilenos durante 17 años de
terrorismo de Estado- que en ese punto su análisis era equivocado. Chile no
reunía -ni de lejos- las condiciones para el tránsito pacífico al socialismo.
El gobierno popular no concentraba todo el poder, ni la Constitución permitía
las tareas de la transición ni se contaba con el apoyo de la mayoría.
Esta es la experiencia
que debe recoger un nuevo proyecto revolucionario para Chile. Si el socialismo
-democrático e igualitario que propuso Allende- era necesario para destrabar la
crisis política y social de los años 70, hoy es asunto de vida o muerte para la
democracia y para lograr el justo reparto de la riqueza y del bienestar. El
capitalismo ha consolidado en Chile un modelo injusto que costará arduo trabajo
remover. La derrota de 1973 quedó grabada a fuego en la memoria y es el
principal factor que ha impedido levantar una alternativa de cambio. El temor,
el desencanto y la desconfianza permitieron que la dictadura, obligada a
retirarse, fuese reemplazada por los gobiernos hermafroditas de la
Concertación. Sus políticas ambiguas condenaron al Estado a seguir sirviendo
los mismos intereses nacionales y extranjeros que instrumentalizaron la
dictadura militar. El estado de ánimo del pueblo -que oscilaba entre la
perplejidad y el desprecio por la traición concertacionista- hizo crisis en las
elecciones de 2009. Se quería un cambio -pero sin correr los peligros que
supone un verdadero cambio- y así se entregó el gobierno a la derecha
empresarial.
La administración de
Piñera no ha sabido interpretar el reclamo ciudadano. Está en línea con los
gobiernos de la Concertación. Le ha dado continuidad a sus políticas, sobre
todo en el área social. En la práctica, el actual gobierno es uno más de la
misma serie, quizás más avanzado en algunos aspectos. Ha tomado iniciativas
políticas a las que no se atrevió la Concertación. Sus complejos la llevan aún
hoy a negar el origen izquierdista de algunos de sus partidos formateados por
el neoliberalismo. Sin embargo, Piñera no se atrevió a iniciar los cambios -que
en su mayoría dicen relación con la igualdad- en los que podía avanzar sin
herir intereses vitales del capitalismo. Comprobar que no se ha producido
ningún cambio lleva el estado de ánimo de los chilenos a la confusión y
contradicciones que reflejan las encuestas. La desilusión y la falta de una
alternativa -más el espejismo del crédito que sostiene la economía- hacen
posible que mientras el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD nos declara el
país más “feliz” de América Latina, la encuesta del Centro de Estudios Públicos
(CEP) confirme por enésima vez el rechazo a las instituciones políticas y a los
partidos. Mientras el 50% dice que votará por Michelle Bachelet -que llevó a la
derrota a su coalición- sólo el 17% apoya a la Concertación, cifra inferior a
la que alcanza la Alianza derechista. Y entretanto, Piñera continúa recuperando
puntos, rumbo al 40% tradicional de la derecha.
En medio de este
guirigay -o despelote- de la opinión ciudadana, fruto de la codicia atornillada
en el poder, el movimiento estudiantil crece torrencialmente. Cuando se le
creía agotado, vuelve a la carga con más fuerza. Nadie logra explicarse cómo la
protesta social rebrotó bajo el humus del horror y del silencio que la cubría.
Fueron 17 años de dictadura y 20 de traición. Los estudiantes que hoy se toman
las calles y las escuelas, están abriendo las grandes alamedas que anunció
Allende minutos antes del fogonazo final. Los jóvenes -y adolescentes- se han
hecho cargo de reiniciar la lucha por justicia e igualdad. Están despertando al
pueblo y convocándolo a dignificar la política. Lo suyo no son los compadrazgos
electorales para escamotear los cambios. El 45% de los jóvenes entre 18 y 29
años, según el Instituto Nacional de la Juventud, dice que no votará en las
elecciones municipales, y un 17% responde que “quizás”. Ese castigo a la
politiquería rompe la lógica del temor, cuestiona el “sentido común” que agarrota
la voluntad y hace frente a la indefinición y al doble discurso que imperan en
la sociedad chilena.
La abstención activa en
las elecciones municipales será el castigo que merecen los abusadores de la
paciencia y buena fe del pueblo. Castigar a los partidos demagogos es lo menos
que puede hacer el pueblo que intentó escalar las cumbres que proponía Allende
y que libró una heroica lucha de resistencia contra el terrorismo de Estado.
Los estudiantes merecen respeto y apoyo incondicional. Están abriendo “las
grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor”. Su norte es la Asamblea Constituyente y la nueva Constitución. Pero,
claro, no el pastiche que insinúan el ex presidente Lagos y el presidente de la
DC. Convocar a una Constituyente no será instrumento de chantaje para lograr
acuerdos con la derecha. Será la victoria del pueblo movilizado por el ejemplo
estudiantil.
NOTA
(1) Esta -y las citas que siguen- son
del discurso del 5 de noviembre de 1970 en el Estadio Nacional.
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