Una nueva lucha por la independencia, una nueva lucha por la
democracia real de un pueblo en verdad soberano, tiene que articular a los
trabajadores industriales, agrícolas y de servicios, a los hombres, mujeres,
niños y niñas, a los asalariados y no asalariados, regulados y desregulados,
precarios, excluidos, desplazados.
Pablo González Casanova / LA JORNADA
En la crisis que vivimos
se hace cada vez más necesario asociarse para defender los derechos de los
trabajadores, de los campesinos, de los pueblos indios, de los empleados y,
sobre todo, de las juventudes. Es necesario unirse en torno a un proyecto de
lucha por la soberanía nacional, por los recursos nacionales y por los derechos
sociales, culturales, políticos y económicos que los gobiernos neoliberales les
han ido conculcado y que pretenden seguirles arrebatando, con un partido de
Estado disfrazado de varios partidos con distintos nombres y la misma política
de recolonización de México.
Empecemos por no
ocultarnos las verdades dolorosas que vivimos. México está importando maíz, gas
y gasolina. Es como si Bolivia importara papas, Argentina carne y Francia
perfumes. Estamos por sufrir un
nuevo despojo del petróleo, que todavía es fuente de una proporción muy alta de
los ingresos fiscales y que era el más preciado patrimonio nacional. Estamos aumentando cada
vez más la inmensa deuda pública, que un día nos van a cobrar los shylocks
trasnacionales en condiciones peores que las de España, Italia o Grecia.
Nos seguimos endeudando,
tanto en forma rápida y furiosa como lenta y calmada, pero abiertamente impune,
todo para comprar armas y mercancías que, lejos de servir a la producción y el
desarrollo, inflaman la destrucción y el genocidio nacional, y se usan para
pagar las importaciones de maíz y petróleo, antes símbolo y fuerza de nuestra
soberanía alimentaria y energética, y garantía, con el Ejército, de la
seguridad nacional.
Estamos asignando cada
vez menos recursos a la educación y a la investigación científica y
humanística, como si el proyecto fuera hacer de México y de su juventud y su
niñez un país tan miserable como los más miserables de la Tierra, fuente de
explotación de una fuerza de trabajo descalificada, base de dominación de un
país de hombres y mujeres perdidos en la ignorancia y en el basurero de
desechos de la industria del norte.
Estamos viviendo la
crisis de un sistema político y de una clase política que entre la ceguera, el
oportunismo y la corrupción priva más y más a los ciudadanos, a los
trabajadores y a los pueblos de México de los recursos legales necesarios para
luchar y negociar. Y que ahora nos anuncia nuevas medidas por las que pretende
privatizar y desnacionalizar aún más la riqueza del petróleo y arrebatar a los
trabajadores los derechos que lograron tras una revolución en la que dieron la
vida más de un millón de hombres y mujeres, de jóvenes, de niñas y de niños.
Y mientras esto ocurre,
la desregulación de los trabajadores se da sin cesar, la depauperación de los
campesinos hace que millones padezcan sed y hambre, y es creciente el asedio a
los pueblos indios, en especial a los zapatistas, que tratan de construir uno
de los proyectos autosostenibles más avanzados y democráticos de la tierra.
Al mismo tiempo las
corporaciones mineras y agroindustriales despojan a los habitantes de sus
territorios y recursos, empleando cuanto medio es necesario, incluido el terror
que por todas partes siembran junto con el megacomercio del narco y con
el lavado de dinero de la gran banca de Georgia, de las Islas Caimán y de Wall
Street.
Salir de los infiernos
que las corporaciones construyen y en los que muchos centroamericanos y
mexicanos viven resulta cada vez más difícil, pues a la gran muralla que el
gobierno estadunidense levantó para impedir un peligro por sus estrategas
previsto, se añaden las matanzas y desapariciones colectivas de braceros
mexicanos y centroamericanos que no alcanzan a llegar con vida a la frontera.
Muchos de estos y otros
males afectan al conjunto de la nación. Corresponden a algo más que un “modelo
de desarrollo”: son resultado de la política neoliberal y globalizadora de las
corporaciones y complejos que dominan el mundo, encabezados por Washington y
Wall Street, hechos innegables y ampliamente comprobados, que están haciendo
víctimas crecientes hasta en su propio país.
Reconocer la inaceptable
realidad en que vivimos, y cobrar conciencia de lo que significa para nosotros
y para nuestros descendientes el futuro que les preparan, es tan necesario como
formular un programa mínimo de defensa de los derechos de los trabajadores, de
los pueblos, y de los ciudadanos que, uniéndose en torno a la lucha por
recuperar y consolidar la soberanía nacional, fortalezca al estado de derecho e
impida la criminalizacion de los trabajadores, de los ciudadanos y de los
pueblos que defienden sus legítimos derechos y su libertad.
Una nueva lucha por la
independencia, una nueva lucha por la democracia real de un pueblo en verdad
soberano, tiene que articular a los trabajadores industriales, agrícolas y de
servicios, a los hombres, mujeres, niños y niñas, a los asalariados y no
asalariados, regulados y desregulados, precarios, excluidos, desplazados. Tiene
que articularlos a todos ellos y proponerse practicar la comunicación, la
información, el diálogo y la acción concertada en una organización que junte
las redes de los colectivos presenciales y a distancia, y que abarque al
conjunto de la nación, vinculando a sus habitantes con los de América Latina y
con los del mundo para la lucha por la vida y la libertad. Esa gran
organización tendrá que cultivar una vigorosa moral de lucha y de solidaridad,
y una voluntad colectiva a la que caracterice la lucidez y la firmeza para
defender y decidir el futuro del México y del mundo que queremos, y que podemos
hacer… ¡que haremos! ¡y que sin duda ustedes harán!
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