El vertiginoso
crecimiento de las iglesias pentecostales se produce en un período de retroceso
organizativo de los movimientos que impactaban en el mundo de los más pobres,
de auge del consumismo, que culturalmente fortalece actitudes individualistas,
y cuando la izquierda se volvió fríamente pragmática.
Raúl Zibechi / ALAI
La posibilidad de que un
candidato de las iglesias pentecostales gane la alcaldía de Sao Paulo,
desconcierta en un país que se proclama moderno y se postula entre las
potencias emergentes. Los vacíos que va dejando el movimiento social están
siendo ocupados por las iglesias que tienen mayor sintonía con el modelo
consumista imperante.
La izquierda brasileña es
hija del cristianismo de base que fue protagonizado por las comunidades
eclesiales y teorizado por la Teología de la Liberación. El Movimiento Sin
Tierra, la central de trabajadores (CUT), el movimiento sin techo y el mismo
Partido de los Trabajadores, se inspiraron en esa corriente que utilizó la
religiosidad popular como herramienta de organización de los más pobres.
Las 80 mil comunidades
eclesiales de base que existieron en la década de 1970, en las que decenas de
creyentes compartían la lectura de la Biblia que, a su vez, inspiraba su
análisis de la realidad social y los impulsaba a transformarla, le cambiaron la
cara al país de los militares y tecnócratas que aspiraban a gobernar sin
oposición. Los sin tierra nacen en el seno de la Comisión Pastoral de la
Tierra. Paulo Freire impulsó el compromiso social de los cristianos a través de
su pedagogía del oprimido y el sindicalista Lula transitaba con fluidez entre
el mundo del trabajo y el de las comunidades de base.
“Buena parte de los
movimientos sociales brasileños nacen de la influencia cristiana y de la
religiosidad popular, así como de una influencia marxista”, señala Nadir Lara
Junior, psicólogo social que dedicó su tesis, “La mística del MST como lazo
social”, a comprender el papel de las prácticas religiosas en las
organizaciones populares. Explica que la mística, rituales colectivos en los
que cantan himnos del movimiento y canciones populares, “articula elementos
religiosos, políticos y culturales” (IHU, 12 de setiembre de 2012).
Cualquiera que haya
participado en encuentros o congresos del MST puede comprobar en carne propia
el papel de las místicas en el afianzamiento del compromiso de los militantes.
Se sale de la mística con sensación de plenitud colectiva por compartir
momentos de fuerte compenetración con los demás. Un sentimiento difícil de
trasmitir pero capaz de cambiar la vida de quienes participan.
“Se trata de un elemento
propio del movimiento que, de modo conciente, hace política hilvanando esos
elementos cristianos y marxistas”, dice Nadir Lara. Prácticas que han estado
presentes en todos los movimientos brasileños y aún en encuentros universitarios
y profesionales, por enumerar actores modelados por racionalidades distintas a
las de la religiosidad popular.
En opinión del psicólogo
social, en la última década se registraron tres cambios significativos: el
crecimiento explosivo de los evangélicos, el ascenso de Lula al gobierno y el
retroceso de la iglesia católica que discriminó a los sacerdotes vinculados a
la Teología de Liberación y ya no encumbró más obispos ligados a esa corriente.
En el caso de los
movimientos, la situación es doblemente grave: no sólo retroceden sino que se
mimetizan con el Estado al punto que “surge un problema de identificación,
quiénes pertenecen a los movimientos y quiénes al Estado”. En el nuevo
escenario se registra una desaparición casi completa de la formación política,
salvo en el MST. La formación que sobrevive es de carácter instrumental, “una
formación para enseñar a moverse dentro de las burocracias públicas”.
Individualismo y
pragmatismo
Desapareció la formación
crítica al punto que finalizó la era en que los movimientos eran fuerzas de
contestación desde abajo, mientras sus dirigentes se convirtieron en cuadros
técnicos. “El movimiento acaba profesionalizando una persona en la política
pública, y el Estado contrata mano de obra calificada por el movimiento, y éste
queda fragmentado”, explica Nadir.
Desde una mirada centrada
en las prácticas religiosas, afirma que “los movimientos sociales
abandonaron el discurso religioso, utópico, marxista-cristiano y asumieron un
discurso pragmático-capitalista neoliberal”. La clave es el pragmatismo. Es
el nexo entre el modelo neoliberal y las prácticas pentecostales, que tiene en
el individualismo quizá el impulso decisivo.
El razonamiento es,
empero, algo más riguroso. El vertiginoso crecimiento de las iglesias
pentecostales se produce en un período de retroceso organizativo de los
movimientos que impactaban en el mundo de los más pobres, de auge del
consumismo, que culturalmente fortalece actitudes individualistas, y cuando la
izquierda se volvió fríamente pragmática. Los evangélicos y neopentecostales,
que hoy son una parte importante de la sociedad brasileña, “participan de
los movimientos sociales, pero no quieren discutir cuestiones más amplias relacionadas
con la político, sino sólo el acceso a la vivienda, la universidad, etcétera”.
Por otro lado, a
diferencia de los sacerdotes que participaban representando a su iglesia en los
movimientos, los pastores van a los encuentros a rezar por sus fieles sin
comprometer a la institución en la que participan. No se trata de que la
religión determine de forma mecánica las actitudes o la inclinación por un
candidato en las elecciones, sino de una empatía anclada en los comportamientos
que se registran en la vida cotidiana.
Los pentecostales están
ocupando las periferias urbanas que abandonaron los movimientos, pero la
izquierda también abandonó los debates en los que siempre había estado
presente. Dan respuesta a las insatisfacciones inmateriales, como las dolencias
mentales que según la OMS son las más importantes y extendidas enfermedades de
este siglo, sobre todo en las grandes ciudades.
El candidato de la
Iglesia Universal del Reino de Dios, Celso Russomanno, que se presenta por el
PRB (Partido Republicano) en la ciudad de Sao Paulo, cuenta con el 35% de las
expectativas de voto, dejando atrás a Jose Serra (PSDB) y a Fernando Haddad, el
candidato en el que Lula empeñó su prestigio. Ganar la ciudad de Sao Paulo
tiene un carácter estratégico para el PT, ya que puede ser la clave para
conquistar el gobierno del estado paulista, con 42 millones de habitantes y un
tercio del PIB brasileño, hasta ahora feudo imbatible de la derecha.
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