La crisis terminal del
capitalismo es mucho más amplia y comporta una dimensión civilizatoria y no
solamente de la preponderancia y el dominio de un país en particular, por muy
poderoso que este sea y aunque ocupe un lugar central en el sistema mundial
contemporáneo.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
La crisis del capitalismo tiene alcance civilizatorio. |
Como indica Roberto
Espinoza, “vivimos una compleja crisis de la civilización hegemónica (aquella
de la unidad entre “modernidad-colonialidad”) que pone en peligro todas las
formas de vida del planeta, no solo las humanas, y hace urgente el desarrollo
de alternativas”. Estas, que tienen que ser necesariamente complejas, totales y
radicales, vías de desarrollo que se aparten de lo que José María Tortosa
cataloga como maldesarrollo, han ido surgiendo desde distintos espacios del
espectro socio político y abarcan un abanico tan plural y heterogéneo como
plural y heterogéneos son los grupos y movimientos sociales que los articulan,
proponen e impulsan.
En este contexto, el
concepto de transición está surgiendo con fuerza a nivel mundial,
particularmente a raíz de la crisis combinada de energía, clima, alimentación y
pobreza (transiciones hacia sociedades post-petróleo, bajas en consumo de
energía, sustentables, y hacia la soberanía alimentaria con producción local y
autonomías locales, en particular), pero también en términos culturales y
espirituales.
La mayoría de estos
discursos de la transición están animados por una preocupación profunda por la
vida. Al hacer visibles los efectos
perniciosos de las ideologías del individuo y del mercado, estos discursos vuelcan la atención sobre la
necesidad de reconstruir las subjetividades y la economía, con frecuencia en
tándem con aquellas sociedades donde los regímenes del individuo y la propiedad
privada no han llegado a controlar por completo la práctica social. Estos discursos igualmente propenden por
economías diversas centradas en la vida, cual es el caso de muchas visiones de
la economía social y solidaria.
Immanuel Wallerstein
coincide en que nos encontramos en un mundo en transición, y “no meramente de
la transición de unos pocos países atrasados que necesitan ponerse al día con
el espíritu de la globalización, sino una transición por la cual el
sistema-mundo capitalista, en su totalidad, se transforma en algo diferente” .
En otras palabras, nos
encontramos ante lo que este mismo autor cataloga como una larga crisis
terminal del capitalismo, que lleva hacia un futuro extremadamente incierto en
la medida en que no han cuajado alternativas totales y viables. Esta crisis
terminal coincide, pero no debe confundirse, con el decaimiento de la
preponderancia norteamericana en el mundo, que alcanzó su cenit después de
1945, cuando los Estados Unidos emergieron como la única potencia industrial de
peso.
La crisis terminal del
capitalismo es mucho más amplia y comporta una dimensión civilizatoria y no
solamente de la preponderancia y el dominio de un país en particular, por muy
poderoso que este sea y aunque ocupe un lugar central en el sistema mundial
contemporáneo.
Es en este contexto que
surge a partir de la década de los 90 una serie de propuestas que busca
alternativas a ese sistema que se encuentra en crisis pero que no termina de
morir.
la transición a la que
nos hemos estado refiriendo forma parte de una dinámica mucho más amplia que la
coyuntura de los últimos 30 años, cuando ha prevalecido en el sistema mundial
la forma neoliberal del capitalismo, y tiene que ver más bien con las
contradicciones del sistema capitalista que tuvo su génesis hacia 1450, aunque
la forma que asume su fase terminal y el rumbo que tome el mundo después de él
sí se encuentra vinculado tanto a la lucha organizada en contra suya como por
las propuestas que puedan hacerse en este contexto.
El capitalismo actual
es la forma más acabada de organización social emanada de la civilización
occidental. Tanto él, como la organización económico-social socialista
histórica, constituyen expresiones de una forma de ver y estar en el mundo que
hace aguas como forma viable de organización social que permita no solo el
bienestar humano sino su supervivencia misma sobre la faz de la Tierra.
Se impone, por lo
tanto, encontrar formas de organización social viables en este momento
histórico de transición, lo cual se refiere a la migración hacia un nuevo tipo
de sociedad en donde, en primer lugar, no prevalezca lo que Leonardo Boff llama
el nuevo fetiche: el mercado.
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