En América Latina las
ciencias sociales también son espacios de confrontación teórica, ideológica y
cultural. No es un fenómeno nuevo.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo (Ecuador)
Se ha agudizado en forma
cíclica, acompañando a los procesos históricos de la región. Teóricos “de uno u
otro lado” han estado presentes, por ejemplo, en torno a la Revolución Cubana
(1959), el desarrollismo de los 60, la vía chilena al socialismo durante el
gobierno de Salvador Allende (1970-1973), las dictaduras terroristas del Cono
Sur en los 70, el auge neoliberal de los 80 y 90, y, sin duda, hoy, frente a
los gobiernos de la Nueva Izquierda.
Sin embargo, a menudo
persisten conceptos y teorías del pasado que, sin más, se aplican a la historia
inmediata latinoamericana. Para juzgar a los gobiernos de la Nueva Izquierda,
un sector de intelectuales no ha dudado en extender al presente conceptos como
caudillismo o populismo, que surgieron
en la región para calificar fenómenos de otros momentos y que se demuestran
inútiles para un análisis riguroso.
El último concepto en
juego es el de “hiperpresidencialismo”. Sus gestores y seguidores consideran
que con ello han dado en el centro para entender el poder político, pero solo
de tres gobiernos: Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa.
El hiperpresidencialismo,
en definitiva: 1. amenaza a la democracia; 2. controla “todas” las
instituciones; 3. apela al poder de las urnas; 4. concentra el Estado en
“liderazgos personalistas”, etc., etc. Como dice uno de los gestores
ecuatorianos, “produce un plus de legitimidad que fácilmente puede derivar hacia
el autoritarismo y la concentración de poder, si no existen instituciones que
lo controlen y lo neutralicen”. Y otro teórico incluso, en un libro reciente,
deriva el “hiperpresidencialismo” ecuatoriano de la misma Constitución de 2008.
Esta seudopolitología
conceptual e institucional tiene sus efectos, ya que resulta
extraordinariamente funcional a la derecha política, que hace uso de tan
“preciso” concepto para enfilar contra los tres presidentes nombrados. Nunca
contra otros. Además, juzga la realidad por el concepto y no por una
investigación fundamentada. Privilegia los fenómenos de la superficie política
y las personalidades, sin tratar de descubrir el conjunto de clases o intereses
sociales en juego frente a los nuevos poderes estatales, para tratar de
explicar así los sucesos del presente, que constituye un principio teórico que
las ciencias históricas desarrollaron desde mediados del siglo XIX.
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