El conflicto entre China y Japón mantiene al mundo
bajo tensión toda vez que una disputa entre las dos potencias de Asia podría
hacer más lento el crecimiento económico del planeta, pudiendo afectar la
economía mundial ya de por si agrietada tras la desaceleración y la crisis.
Sergio
Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Los recientes acontecimientos ocurridos en el Mar
Oriental de China son, -en su manifestación externa- expresión de un conflicto
territorial entre China y Japón por la
soberanía de las islas denominadas Diaoyu por los chinos y Senkaku por los
japoneses, pero la forma en que se han
desarrollado los hechos son una nueva manifestación del reacomodo de la
situación geoestratégica mundial producida por el ascenso indetenible de China
hacia la primacía mundial y el declive de Estados Unidos como principal
potencia del planeta.
En el trasfondo hay una disputa por la aplicación de la
Tercera Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, (UNCLOS) por sus siglas en
inglés como apunta el analista catalán Rafael Poch. Esta Convención le concede zona económica exclusiva a las
zonas marítimas entre 370 y hasta 650 Kilómetros alrededor del territorio
insular de un país. La delimitación de dichas áreas ha sido motivo de conflicto
en diversas regiones del planeta, pero en particular en el este y sur de Asia
oriental fue el origen de una buena
cantidad de pugnas que aún hoy están pendientes de resolución.
En otra opinión al respecto, el profesor australiano Gavan McCormack, explica que esta situación resulta de la
combinación de variables que surgen de la delimitación de las zonas marítimas,
pero que éste no es sólo un problema económico sino también geopolítico, es
decir tiene un fuerte componente militar. Como dice McCormack, “la combinación de la propiedad japonesa de
amplias zonas oceánicas y su alianza subalterna con el diseño estratégico de
Estados Unidos para la región, significa una seria desventaja y riesgo para
China”.
Es importante recordar que este conflicto no es el único de la región,
China, Japón, Corea, Filipinas, Vietnam, Brunei, Malasia y hasta Rusia están
involucrados en diferendos de la misma tipología, en los que Estados Unidos
pretende pescar en medio de este “mar revuelto”. Se aducen causas diversas que
casi siempre están vinculadas a la invasión de territorios, producidas a partir
de conflictos no resueltos, originadas en guerras que acarrearon ocupación de
espacios históricamente pertenecientes a otras naciones.
Tal escenario ha provocado una situación en la que China ha quedado
encerrada en su entorno marítimo, el cual le genera una gran limitación para sus
objetivos estratégicos de cara a su transformación en primera potencia
mundial. El siguiente mapa es expresión
de este complicado contexto.
Estados
Unidos lo sabe y apunta en dirección de profundizar tal realidad a fin de debilitar a quien ha considerado su
mayor enemigo para el siglo XXI.
Es sabido que el presidente
Obama ha llamado a esta centuria como el
“siglo asiático de Estados Unidos”. En
una visita a Australia realizada en noviembre del año pasado expuso su
propuesta con calculada precisión, “Por lo tanto, como presidente he tomado una decisión deliberada y
estratégica — como nación del Pacífico, Estados Unidos desempeñará un papel más
amplio y a largo plazo en la conformación de esta región y su futuro (…) He
instruido a mi equipo de seguridad nacional para hacer de nuestra presencia y
misión en la región Asia-Pacífico una prioridad de alto nivel (…) Como
planeamos y presupuestamos para el futuro, asignaremos los recursos necesarios
para mantener nuestra fuerte presencia militar en esta región. Conservaremos
nuestra capacidad extraordinaria para proyectar poder y disuadir amenazas a la
paz. (…) Nuestros intereses duraderos en la región demandan nuestra presencia
duradera en la región”.
Ello
ha entrañado un nuevo y agresivo posicionamiento en la zona para restringir las
rutas marítimas que abastecen a China de la vital energía de la cual es
deficitaria. El mismo ha conllevado a
elevar el gasto del Pentágono hasta US$ 739
mil millones en 2011. Si le agregamos el resto del gasto para defensa incluido
en el presupuesto de otras agencias federales llegamos a una astronómica cifra
que supera el billón de dólares según el Instituto Internacional para Estudios Estratégicos
con sede en Londres, citado por el periodista e historiador
germano-estadounidense Frederick William
Engdahl. En un artículo publicado en el portal dossiergeopolítico y titulado “China en la mira del Pentágono” Engdahl afirma que “China oficialmente gastó apenas 10% en la inversión de EEUU en defensa,
unos US$ 90 mil millones, o, si se incluyen algunas importaciones de armas
relacionadas con defensa y otros costos, quizá US$ 111 mil millones al año.
Incluso si las autoridades chinas no publican datos completos sobre tales áreas
sensibles, es evidente que China gasta apenas una fracción de lo que gasta
Estados Unidos y parte de una base tecnológica-militar bastante atrasada
respecto a la estadounidense”.
Estas cifras confirman la
falsedad de que el incremento del gasto militar de Estados Unidos tiene asidero
en la supuesta amenaza china, que sólo tiene dos pequeñas bases militares fuera
de su territorio y apenas un portaviones el cual además es una antigua nave de
fabricación soviética. Se hace evidente
que la agresividad militar de Estados Unidos apunta hacia el aislamiento vía
marítima de China. De ahí también que la
República Popular haya determinado hacer pesar su poder y fortaleza para evitar
la expansión estadounidense en una región que por cercanía geográfica es de su
vital interés estratégico.
No es la primera vez que las
islas Diaoyu son escenario de conflicto entre las dos potencias asiáticas. En
1978, 1996 y 2010 se produjeron sendos enfrentamientos surgidos de la acción de
reivindicaciones de grupos nacionalistas de ambos países. Sin embargo el de
2010 escaló hasta transformarse en un conflicto diplomático que pudo tener
inéditas repercusiones y que llegó a amenazar el comercio bilateral que el año pasado ascendió a 342.900 millones de dólares, según cifras del
gobierno chino.
Una de los elementos particulares de este diferendo
es que China reclama el territorio de las islas para incorporarlo a Taiwán en
la perspectiva de recuperar ese territorio
por vía pacífica. Eso ha llevado al poco habitual apoyo de la opinión
pública taiwanesa a la demanda, toda vez que son sus pescadores quienes han
llevado la peor parte en este diferendo siendo permanentemente agredidos por
embarcaciones militares japoneses que los acusan de entrar a territorio marítimo
de su soberanía.
Así, cuando la nueva fase de la crisis (la de este
mes) ha detonado tras la compra por parte del gobierno nipón de tres de las
islas a propietarios privados que las poseían, China ha respondido movilizando
a su opinión pública y desatando el fervor anti japonés, presente a “flor de
piel” cuando se rememora la barbarie del imperio del sol naciente en suelo
chino durante la ocupación de Manchuria desde 1931, ampliada a un territorio
mucho mayor durante el período que va desde 1937 a 1945.
Sin embargo y como es habitual en su
política exterior, China intentará resolver este diferendo por vía diplomática.
En ese marco envió el pasado lunes 24 de
septiembre a una delegación diplomática a Japón, con el objetivo de aliviar las
tensiones entre los dos países, según
informó el diario South China Morning Post el pasado domingo. Con ello se
pretende allanar el camino a una reunión de ministros de Relaciones Exteriores
pactada en la sede de las Naciones Unidas en New York con motivo de la Asamblea
General de la ONU.
En ese sentido el vocero de la cancillería china,
Hong Lei declaró que "El intento japonés de comprar las islas Diaoyu no
tendrá éxito y deberá regresar al camino de la negociación". Así mismo, el
pasado martes 19, el ministro de Defensa chino, Liang Guanglie, dejó claro que
Beijing se reserva el derecho de tomar "medidas adicionales" sobre
las islas en disputa, mientras esperan "una solución pacífica y negociada".
Este conflicto
mantiene al mundo bajo tensión toda vez que una disputa entre las dos potencias
de Asia podría hacer más lento el crecimiento económico del planeta, pudiendo
afectar la economía mundial ya de por si agrietada tras la desaceleración y la
crisis.
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