Asistimos a una
incansable metamorfosis de la geografía política de América Latina. El último
gran suceso fue la entrada de Venezuela al Mercosur alterando así el orden
geoeconómico regional y mundial.
Alfredo Serrano Mancilla* / Página12
El "nuevo" Mercosur podría influir positivamente en la integración de América Latina |
La alianza de tres
grandes, Venezuela, Argentina y Brasil, modifica y mucho las relaciones
económicas intrarregionales y con el resto del mundo. Uruguay se quedó solo
como país chico en el seno de Mercosur, esperando que lleguen otros que
pudieran ser parte del bloque en los próximos meses: Paraguay, Bolivia y Ecuador.
En el primer caso, la vuelta al Mercosur depende de su regreso a la democracia
en las próximas elecciones de abril 2013. El golpe de Estado perturbó las
reglas de juego creando una injusta pole position para la próxima contienda
electoral a favor de los intereses de las grandes oligarquías paraguayas. El
segundo caso es Bolivia, que ya ha hecho guiños positivos al proyecto de
integración. Con una CAN desintegrada como bloque (debido a las alianzas de
Perú y Colombia con UE y EE.UU.), la entrada de Bolivia en el nuevo espacio
geoeconómico le permitiría diversificar relaciones con otros socios
latinoamericanos evitando ser país dependiente de la conexión
brasileño-argentina.
En tercer lugar está
Ecuador que, si finalmente da el paso definitivo de rechazar el acuerdo
comercial con la UE, caerá por su propio peso en esta regionalización de su
inserción estratégica y soberana en el mundo. Es altamente previsible que las
próximas elecciones de febrero de 2013 sean ganadas nuevamente por Correa y,
después de ello, será la hora de la apuesta por una integración dentro del
Mercosur. Si esto sucediera, el eje central del ALBA quedaría inserto en el
nuevo Mercosur, coadyuvando a que se sudamericanice más la propuesta de
integración y, principalmente, a que aparezcan nuevas dimensiones en las
relaciones económicas entre países. Superar el estadio comercial es
determinante para impedir el desarrollo desigual y una división desequilibrada
del trabajo en la región. Es momento de afrontar las asimetrías acumuladas entre
países aprendiendo de otros desastrosos procesos (tal como se vive en el seno
europeo).
Sortear regionalmente la relación periferia-centro es un deber en
este proyecto político. Esto sólo se puede lograr a través de mayor
encadenamiento productivo regional. Se requiere mucha sintonía fina para buscar
la complementariedad productiva en un sentido no neoliberal del término, esto
es, en cuanto a productos y también a productores. No es cuestión sólo de crear
valor añadido, sino de distribuirlo. Esta propuesta ha de ir de la mano de
otras políticas que aboguen por el uso de más moneda nacional (como, por
ejemplo, lo acaban de acordar Uruguay y Argentina), de dotarse de mecanismos
financieros propios, de política regional de compras públicas, de inversión
pública supranacional, de arbitraje regional y de políticas que integren, a
modo emancipador, cultura y educación. Esta nueva integración de rostro humano
requiere tener claro que las relaciones comerciales no pueden solidificarse
sobre desigualdades y pobreza. El éxito de esta humanización del Mercosur
depende de las vicisitudes y pretensiones individuales, y de la dialéctica en
el triángulo Venezuela-Argentina-Brasil.
Por una parte, este 7 de
octubre, Venezuela decide si continúa con el actual proceso de transformación
soberano a favor de las clases más populares o si vuelve a ponerse al servicio
de la oligarquía. Si Chávez gana, puede servir de catalizador de un Mercosur
más fuerte y más armonioso en la relación entre las grandes y las pequeñas
economías. Por otro lado, Argentina sigue creciendo y apostando a fortalecer la
demanda interna, redistribuyendo excedente económico y en pleno proceso de
reindustrialización en aras de reducir su dependencia importadora y la sojización
de las exportaciones.
La pregunta es saber si
Argentina, considerando a Venezuela y a otros posibles socios, se va a
desbrasilizar o si, por el contrario, formará tándem, lo cual ayudaría a un
notable desequilibrio económico regional. El otro país es el gigante brasileño,
con un lema que habla por sí solo: “país rico y país sin pobreza”. En parte, lo
está consiguiendo, aunque recientemente optó por un programa sustancial de
estímulos a favor del sector privado para afrontar los primeros síntomas de
desaceleración. Poco sabemos si su obsesión por ser la cuarta economía del
mundo lo llevará a aceptar otras reglas del juego, o impondrá su agenda
latinoamericana bienestarista para su modelo de desarrollo. En este tablero de
grandes, una novedad es México, quien hasta ahora poco había mirado por el
retrovisor. El nuevo presidente está de gira actualmente. Guatemala, Colombia,
Brasil, Chile, Argentina y Perú son los destinos elegidos no por azar. Está por
ver cómo México se relaciona con los dos grandes de Mercosur en términos
compatibles con su proyecto de formar parte del eje derechizado de la Alianza
del Pacífico.
La geopolítica no es
estática. Como los meses pasados, los próximos volverán a ser concluyentes y
así sucesivamente. Además, América latina no vive sola, depende de cómo siga
moviéndose el mundo. Y la próxima estación es la reunión de los países
emergidos Brics, a la que esta vez está invitado Argentina. ¿Hablaremos de los
Bricsa en los próximos meses?
* Doctor en Economía,
coordinador de América Latina Fundación CEPS.
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