El Complejo
Militar-Industrial es la principal industria manufactura del mundo, es la que
produce más recursos y genera más empleo, está por encima de gobiernos y de
cualquier posición o tendencia política que pueda haber en un país u otro, no
respeta ni responde a ningún criterio de orden ético o moral.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Eso se expresa en Medio
Oriente, donde se ubican tres de los principales compradores de armas del mundo
(Egipto, Arabia Saudita e Israel). Técnicamente, Egipto y Arabia Saudita son
enemigos de Israel, sin embargo, Estados Unidos, les vende armas a los tres.
Así, se genera un
circulo vicioso entre la necesidad de vender armas y que a su vez, haya guerras
o conflictos. Si no las hay, la demanda de armas se contrae y baja la oferta.
Por tanto a los ofertantes les conviene generar y mantener el conflicto para
expandir la demanda y la oferta a un
costo-beneficio que les favorezca. Por ello, la necesidad del conflicto está
muy presente en el Medio Oriente, aunque se expresa en cualquier lugar del
planeta. Por ejemplo, también puede
evidenciarse en el conflicto de Taiwán con China o entre India y Pakistán
y en cualquier otra situación de
controversia.
En este ámbito,
Rodrigue Tremblay, presidente de la Sociedad Canadiense de Economistas
manifestó que “el presupuesto militar es tan grande, que el CIM se convierte en
un Estado dentro del Estado”. La tendencia al incremento del gasto militar ha
continuado aún en medio de la crisis global. De acuerdo con el informe anual
del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en
2008 el gasto mundial en armamento militar se incrementó en 4%, hasta alcanzar
1,46 billones de dólares, con respecto al año anterior.
De esta manera, en 2008, -siete años después del 11 de
septiembre de 2001- cuando se desató la “fiebre” de la guerra preventiva, el
unilateralismo y la violación abierta del derecho internacional, estalló la
crisis financiera a continuación
del desastre producido por las hipotecas
en Estados Unidos. Todo ello creó las condiciones para el triunfo de los
demócratas y de Barack Obama en las
elecciones de ese año.
Obama ha tenido que
enfrentar –sin éxito- la crisis. La magnitud de la misma y la debilidad del
presidente para imponer decisiones de cambio estructural son las causas de su
incapacidad para lograr la recuperación. Obama ha tenido una fuerte oposición
de la derecha conservadora que se opone –a diferencia de 1929- a cualquier
medida de corte keynesiano.
Respecto de la relación
entre gasto militar y situación económica, los especialistas han coincidido en
que la incidencia del primero en la
segunda ha sido nefasta. Chalmers Johnson, un vehemente analista de estos temas ha apuntado que la salida a la crisis de 1929 se produjo a
partir del incremento sustantivo de la producción militar en los años previos a
la segunda guerra mundial y durante su desarrollo. Así mismo afirma que la
guerra fría reactivó para siempre el CMI. Johnson señala que “…entre los 50 y los 60, entre un tercio y
dos tercios de la investigación científica se orientaron al campo militar, lo
que con el tiempo llevó a una gran debilidad económica al país. Por ello,
afirma que “la devoción al keynesianismo militar es en realidad una forma de
suicidio económico lento”.
En la misma dirección,
el economista y sociólogo italiano
Giovanni Arrighi afirma que “el keynesianismo militar, basado en enormes
gastos en armamento por parte de Estados Unidos y de sus aliados, así como en
el despliegue de una amplia red de bases militares en el mundo entero, fue sin
duda un factor muy dinámico del crecimiento económico”, sin embargo, el
mismo “dio paso a la aplicación del
monetarismo y al gasto militar sostenido, financiado mediante endeudamiento
público, en la década de los 80”. Apunta que, casi al finalizar el siglo,
durante el gobierno de Clinton la economía tuvo una leve recuperación, pero la
misma entró en lo que él llama una crisis terminal en 2001.
Asimismo, el premio Nobel de Economía estadounidense
Joseph Stiglitz y la profesora titular de políticas públicas de la Universidad
de Harvard Linda J. Bilmes han manifestado opiniones similares, al estudiar los
gigantescos costos humanos y económicos que tuvo para su país la ocupación de
Irak. Desde su punto de vista, la guerra ha tenido un costo para Estados Unidos
que asciende a tres billones de dólares,
pero que para el resto del mundo podrían ser el doble. Además, exponen que la
guerra se financió a punta de deuda
tanto externa como interna. A pesar de
estos altos costos, se redujeron los impuestos a los más ricos, lo cual
ha conducido a un enorme déficit que se ha ido difiriendo por lo que tendrá que
asumirse en el futuro. Stiglitz y Bilmes calculan que la deuda de Estados
Unidos asciende a 10 billones de dólares que corresponden 60% de su PIB. Por su
parte la Oficina de Presupuestos del Congreso de EE.UU habla de una relación
entre la deuda y el PIB de 87% en 2019.
A su vez, Chalmers
plantea tres aspectos de la deuda de Estados Unidos:
1.En el momento del
estallido de la crisis, el gobierno invertía una excesiva cantidad de dinero en
proyectos militares que no guardaban relación con las necesidades de seguridad
y defensa del país, al mismo tiempo que se mantenían bajos los impuestos a los
ricos.
2.El gobierno pensaba
que era posible sostener la economía, compensar el deterioro acelerado de la
infraestructura industrial y la pérdida de empleos recurriendo al gasto
militar.
3.Debido al gasto
militar excesivo, el país dejó de invertir en asuntos sociales claves. Esa es
la verdadera causa de la crisis social que ha devenido en “un deterioro
alarmante del sistema de educación y de la salud pública, al tiempo que la
industria manufacturera civil ha perdido competitividad”.
Estos autores, además
coinciden en afirmar que las cifras oficiales en materia de defensa no son confiables, considerando que entre 30%
y 40% del presupuesto militar se asigna a proyectos confidenciales, lo cual se
agrava cuando se tiene en cuenta que el pentágono no acepta la realización de
contabilidad financiera.
En otro capítulo de la
crisis, demócratas y republicanos pugnaron casi hasta la fecha tope del 17 de
octubre del año pasado para aprobar el nuevo presupuesto nacional y aumentar el
techo de la deuda. Aunque la solución fue temporal pues el Departamento del Tesoro no podía
emitir bonos de deuda sino hasta el 7 de febrero de 2014 y las entidades
públicas que habían sido cerradas, fueron autorizadas a reabrir únicamente
hasta el 16 de enero. En esas fechas, Estados Unidos volvió a enfrentar una
situación de tensión interna. El cierre
parcial del gobierno costó a la economía
del país 24 mil millones de dólares, según estimados de la agencia de
calificación de riesgo Standard & Poor.
Sin embargo, en el
trasfondo de este affaire no hay
diferencias entre los dos partidos del sistema respecto de su “necesidad” de
mantener el gasto militar, verdadero trasfondo de la crisis. El conflicto surge
por la diferencia de opiniones respecto a quién debe pagar, los demócratas
dicen que debe ser mediante el aumento de impuestos a los ricos, y los
republicanos consideran que se debe disminuir el gasto social.
Nadie desea una crisis
en Estados Unidos que –en tiempos de globalización- terminaría afectando a todo
el planeta y haciendo pagar a los pobres la cuota más alta. No hay duda que una
y otra salida a esta coyuntura es
diferente para el pueblo estadounidense, pero para la gran mayoría de la
humanidad, no reviste mayor importancia, porque el problema no es transitorio,
refiere a causas estructurales que revelan una economía no sustentada en la
justicia social ni en el reparto equitativo.
El bipartidismo en Estados Unidos, cierra filas y actúa como un sistema
único cuando se trata de su actuación exterior. Sólo que esta crisis rebasó cualquier
experiencia previa, las alarmas se prendieron y la respuesta que se observa
recuerda aquella figura de la fiera herida que para salvarse da zarpazos hasta
su muerte.
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