Las declaraciones de Raúl Sendic y
Rodolfo Nin Novoa, vicepresidente y canciller del Uruguay respectivamente,
sobre la situación en Venezuela, dan vergüenza ajena. Más aún en la coyuntura
en la que han sido dadas: ante la inminencia de la Cumbre de las Américas que
se realiza en Panamá, en donde el tema de la política agresiva de los Estados
Unidos hacia ese país es un punto neurálgico.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Pepe Mujica en un acto de solidaridad con Venezuela, celebrado en las calles de Montevideo. |
Un mínimo de solidaridad, ya no
ideológica sino, simplemente, latinoamericana, imponía, cuando menos, silencio,
si es que se tienen discrepancias en torno al manejo de la política interna
venezolana. El colmo ha sido lo dicho por Novoa, quien llega a compararla con
lo ocurrido en su país durante la dictadura.
Acostumbrados como estábamos al Pepe
Mújica, perdimos de vista que el Frente Amplio es tan amplio que posibilita que
gente como esta llegue al poder cobijada bajo las mismas banderas políticas.
Pasaron, pues, los tiempos en los que
las intervenciones del presidente del Uruguay eran esperadas con expectativa y
luego se reproducían viralmente por su hondo contenido humanista. Ha vuelto
Tabaré Vásquez, el presidente que en su primer mandato vetó la ley del aborto;
estuvo a un tris de firmar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos;
y pidió apoyo a Condolleeza Rice por si, en el conflicto de la planta de
celulosa de Gualeguaychú con Argentina, Uruguay necesitaba apoyo… ¡militar!
Creció tanto el prestigio internacional
del Uruguay durante el gobierno del Pepe que ahora da pena que se dilapide tan
fácil y pronto. Un pequeño país de apenas tres millones de habitantes pasó a
estar en la mira de las simpatías universales en primer lugar por su presidente
“pobre”, que supo poner en evidencia una tabla de valores éticos que no empezaban
ni terminaban solamente en su modo de vida privado, sino que abarcaba una
visión de mundo en el que el latinoamericanismo y la solidaridad entre los
pueblos del sur tenía un papel preponderante. No lo hacía gratuitamente, ni por
invención propia. Era solamente consecuente con la tradición de la cual
proviene, la de la izquierda latinoamericana, que posibilitó que miles de
uruguayos tuvieran cobijo cuando tuvieron que partir al exilio en los días
aciagos de la dictadura. A nadie se le pidió entonces comprobante de la Cruz
Roja, como ahora pide Nin Novoa para los venezolanos, de lo que estaba pasando.
Ahora, lo quiera o no, el gobierno del
Uruguay pasa a formar parte del corro de testaferros que durante toda esta
semana ha pasado haciendo ruido en Panamá contra Venezuela y Cuba. ¿Le pedirán
también a esta última certificado de buen comportamiento para ver si acuerpan
alguna declaración sobre el bloqueo?
¿Cuántas veces hemos de repetir que lo
peor que nos puede pasar a los latinoamericanos es abonar en la dirección
opuesta a la unidad? No se trata aquí de cerrar los ojos ante lo que
eventualmente pueda pasar en cualquier país de Latinoamérica, sino de discutir
entre congéneres y, en este caso, entre gobiernos en los que fuerzas políticas
que se reivindican de izquierda ejercen el poder. Lo contrario es suicidio o
mirada corta, oportunista, de tratar de conseguir granjerías a cambio de
actitudes complacientes o sumisas.
No es este el Uruguay que nos hizo sacar
el pecho de orgullo a los latinoamericanos hasta hace apenas unos cuantos
meses. Se fue el Pepe y las cosas cambiaron.
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