sábado, 11 de abril de 2015

Uruguay contra Venezuela: ¿Otra vez el “Estado tapón”?

Pueden y deben formularse críticas a Venezuela. Pero cuando un país que vive un proceso complejo de cambios, es agredido por la principal potencia del mundo, es obligatorio ponerse del lado del agredido. Gobiernos conservadores como el de Juan Manuel Santos no han dudado en hacerlo. Por eso lo que está haciendo el canciller Nin Novoa, con indudable apoyo del presidente Vázquez, suena a ignominia.

Raúl Zibechi / ALAI

“La prisión de opositores es preocupante”, dijo el canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa. “Es enormemente preocupante. Sobre todo para un país que vivió las mismas condiciones que están viviendo parte de los venezolanos ahora, hace más de 30 años, y tuvimos que salir al mundo a pedir ayuda. Porque los derechos humanos es la única materia en la cual el argumento de la no injerencia en asuntos internas de un país no es válida” (El Observador, 7 de abril de 2015).

Las declaraciones del canciller uruguayo se producen horas antes de la Cumbre de las Américas en Panamá y confirman el hondo viraje de la política externa del gobierno de Tabaré Vázquez que asumió el cargo hace apenas un mes. Peor: de algún modo compara la situación en Venezuela con la dictadura militar uruguaya.

Llama la atención que el gobierno uruguayo enfoque sus críticas hacia Venezuela y pase por alto las miles de violaciones de los derechos humanos que se producen en México, incluyendo asesinatos y desapariciones. Sorprende que esas afirmaciones del canciller se produzcan cuando Estados Unidos emprende una fuerte campaña contra Venezuela y no se dice nada al respecto.

En rigor, no es la primera vez que el gobierno de Vázquez se enfrenta con otros gobiernos progresistas de la región. En 2011 reconoció que durante su primera gestión (2005-2010) durante el conflicto con Argentina por la instalación de la papelera Botnia en Fray Bentos pidió apoyo a Estados Unidos (en concreto a Condoleeza Rice, entonces secretaria de Estado, ante una eventual guerra entre vecinos).

Pero fue bastante más lejos en un intercambio con Hugo Chávez, cuando Vázquez quería firmar un TLC con Washington. Según el propio presidente uruguayo, le dijo a Chávez que Uruguay estaba dispuesto a declararle la guerra a Estados Unidos si Venezuela dejaba de venderle petróleo a ese país. Vázquez recordó que Chávez le dijo “Tabaré, vas a firmar un tratado de libre comercio con el imperio...”. “Sí, si es favorable para Uruguay, sí. ¿Tú no le vendés petróleo a Estados Unidos? Si vos no le vendés más petróleo, yo le declaro la guerra a Estados Unidos”, afirmó ante las risas de la platea. “Le quiero vender carne, lana, tierra, arena... lo que pueda porque es trabajo para nuestra gente”, señaló Vázquez (1).

La conversación refleja un modo de ver el mundo que se ha vuelto hegemónico en buena parte del mundo. Una lógica que dice que todo lo que genere empleo es necesario para el bienestar de la población. Pero esa lógica no sólo es engañosa sino que puede llevar a situaciones en las que el único proyecto del país sea vender, ganar dinero, tener ingresos. Deja de haber proyectos de largo plazo, como la integración regional.

La actitud del gobierno uruguayo es doblemente problemática. En primer lugar, ignora que vivimos una transición hacia un mundo unipolar, en la cual habrá aún más conflictos que ahora, y cada quién deberá tomar partido. Es posible que, por puro pragmatismo, este gobierno ya haya elegido que su lugar en el mundo es junto a los Estados Unidos. Sería bueno saberlo.

En segundo lugar, pueden y deben formularse críticas a Venezuela. Pero cuando un país que vive un proceso complejo de cambios, es agredido por la principal potencia del mundo, es obligatorio ponerse del lado del agredido. Gobiernos conservadores como el de Juan Manuel Santos no han dudado en hacerlo. Por eso lo que está haciendo el canciller Nin Novoa, con indudable apoyo del presidente Vázquez, suena a ignominia.

La peor hipótesis sería que Uruguay haya optado por volver a jugar el papel de “Estado tapón” que le asignó la corona británica cuando apoyó la independencia, con el objetivo declarado de “poner un algodón entre dos cristales”, como dijera Lord John Ponsonby cuando gestionó el nacimiento del país en 1830 evitando la continuación de las guerras entre Brasil y Argentina. Pero detrás de la creación de un nuevo país, estaba el interés de la nueva potencia hegemónica, Inglaterra, de asegurar la navegación de los ríos para facilitar el comercio, la principal arma en su expansión imperial.

Sería penoso que casi dos siglos después, el país juegue a dividir a la región, a ser usado como punta de lanza contra el Mercosur y, muy en particular, contra Argentina y Brasil.

Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La Jornada.  Integrante del Consejo de ALAI.

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