Hoy
observamos que el planeta entero sufre las virulentas consecuencias de la
acumulación neoliberal, mientras que aún la democracia liberal y representativa
se convierte en una asfixiante camisa de fuerza para el capitalismo actual.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para
Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
En
uno de sus últimos libros, Las
diecisiete contradicciones del capital , editado
en Ecuador en 2014 por el Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador
(INAE), el geógrafo y teórico marxista
inglés David Harvey ha expresado que el
neoliberalismo camina hacia: "un
espectacular aumento de las desigualdades sociales y de la deshumanización de
la mayoría de la humanidad, la cual se verá sometida a una negación cada vez más represiva y autocrática del
potencial para el florecimiento humano individual mediante la intensificación
de una vigilancia policial totalitaria por parte del Estado, un sistema de
control militarizado y una democracia totalitaria, aspectos todos ellos que en
gran medida ya experimentamos en el momento presente"
(p.217).
Los
riesgos constantes que genera la existencia de los grandes excedentes de capitales provocan una
imperiosa necesidad de expansión de las inversiones en territorios y ámbitos en
los que antes el capital no había incursionado. Las privatizaciones de áreas
enteras de la economía convirtiéndolas de bienes comunes a ámbitos de acumulación de ganancias como la seguridad social, la
educación, la salud, los recursos estratégicos de la nación, se unen ahora al
despojo territorial para los grandes proyectos mineros, hidroeléctricos,
carreteros, oleoductos, nuevos cultivos que implican el despojo territorial y
amenazan la existencia de poblaciones enteras. El desempleo que genera el
aumento de la productividad, la precarización
laboral que propicia la existencia de una gran masa desempleada, son otros
de los aspectos que están generando un enorme descontento social y brotes
constantes de protesta que a su vez
producen un creciente autoritarismo y represión en el Estado neoliberal. El
neoliberalismo necesita ineludiblemente criminalizar a la protesta.
Ésta
se convierte en un crimen cuando un plantón frente a una instalación
gubernamental es convertida en una toma violenta de dicha instalación y en el
"secuestro" de las personas que allí laboran; cuando el bloqueo a una
carretera es convertida en un atentado "contra el orden constitucional"
o una "incitación al motín"; cuando una orden de cateo contra el
domicilio de algún activista social se convierte en una búsqueda de
estupefacientes; cuando a los activistas detenidos se les imputan delitos como
el de robo agravado y los procesos judiciales se vuelven interminables a efecto
de mantener en la cárcel a los resistentes el mayor tiempo posible; cuando a
los delitos ya imputados a estos resistentes encarcelados se les agregan nuevos
delitos de tal manera que la exoneración de los primeros se ve sucedida por la
irracional de nuevos cargos que obstaculizan la libertad de los detenidos. Y en
medio de todo esto, el asesinato de líderes comunitarios y activistas que
luchan contra los despojos.
Francis
Fukuyama pregonó que la historia de la humanidad llegaría a dos puertos fatales e ineludibles: el liberalismo (la
democracia liberal y representativa) y la economía de mercado (la acumulación
neoliberal). Hoy observamos que el planeta entero sufre las virulentas
consecuencias de la acumulación neoliberal, mientras que aún la democracia
liberal y representativa se convierte en una asfixiante camisa de fuerza para
el capitalismo actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario