Deben estar contentos los que se
lamentaban, hace unos diez años, que los Estados Unidos habían “abandonado” su
interés por América Latina en aras de ponerle atención a lo que sucedía en el
Medio Oriente. La nueva Cumbre de las Américas, a realizarse próximamente en
Panamá, es buen momento para reflexionar sobre esto.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
La elección de Barack Obama en 2009
abrió, para muchos, la esperanza de una nueva era de relaciones América
Latina-Estados Unidos. La Cumbre que se realizó en Trinidad y Tobago apenas
tres meses después de su toma de posesión pareció confirmarlo cuando se refirió
a ello explícitamente, y apenas un poco después que, en Honduras, la presión
había logrado lo hasta entonces impensable: que la OEA reconociera que había
metido la pata expulsando a Cuba y la invitara para que regresara al organismo.
Todo parecía miel sobre hojuelas.
Lo que se venía gestando, sin embargo,
era una nueva forma de actuar en política internacional, distinta a la del
impresentable George Bush pero persiguiendo los mismos objetivos de siempre. Se
trataba del poder blando (soft power),
una puesta a tono, acorde con los nuevos tiempos, de las estrategias de
dominación norteamericanas.
En efecto, los Estados Unidos, atentos
como siempre a la evolución del mundo, dieron un salto de calidad al comprobar
el importantísimo papel de los medios de comunicación en la sociedad
contemporánea, y el consenso al que se arribó, luego de la caída del Muro de
Berlín, en torno a los mecanismos de la democracia burguesa.
La política del soft power es suave solamente para los Estados Unidos, porque
quienes la sufren se ven envueltos en actos tan violentos o más que los que
antes se perpetraban en nombre de la libertad y la democracia. Inteligente
Obama y su administración, actúan en la sombra y azuzan a otros para que sean
los que pongan la cara.
Es la política que ha prevalecido desde
entonces y, poco a poco, se ha ido develando el guion que se aplica. Las
llamadas “revoluciones de colores” y su accionar en América Latina lo han ido
poniendo en evidencia. Cuando es necesario, sin embargo, no se descarta el
zarpazo tradicional, aunque con variantes, porque ahora los Estados Unidos no
intervienen directamente sino delegan su papel en fuerzas “democráticas” que,
ni cortas ni perezosas, asumen el papel alegremente. Para ejemplos, recuérdese
Ucrania, Honduras y Paraguay.
No solo en su política hacia América
Latina hubo un cambio y, también, decepción. Hacia el mismo interior de los Estados
Unidos Obama y su administración se transformaron en una desilusión, sobre todo
para millones que vieron en su elección una posibilidad para reivindicar a los
secularmente postergados y marginados. Su toma de posesión fue un ejemplo de
esa esperanza que los alumbraba, los rostros iluminados y expectantes de
jóvenes, negros, latinos y minorías sexuales que acudieron en masa a Washington
y que, apenas un poco antes, lo vitorearon en la plaza Milenium en Chicago.
Hoy, un Obama avejentado, que parece esperar
con ansias el término de su segundo mandato, se presenta en una nueva edición
de la Cumbre de las Américas. Tiene en su agenda latinoamericana varios puntos:
la Alianza del Pacífico (venida a menos después de la vuelta de tuerca de China
en la Cumbre Asía-Pacífico del año pasado); los esfuerzos por reanudar
relaciones diplomáticas con Cuba y su cada vez más intransigente política hacia
Venezuela. De la prosperidad que se proclama en el nombre de la Cumbre nada, es
solamente un subterfugio más, un enunciado vacío como tantos otros.
En relación con Venezuela y Cuba, a una
se le ofrece el garrote y a la otra la zanahoria. Efectivamente, se trata de
diferentes estrategias para conseguir lo que siempre ha buscado, hacer
prevalecer sus intereses. Sorprende a ambos países en un momento que no es el
mejor para las opciones nacional-populares y revolucionarias, que se han visto
debilitadas después de la muerte de Hugo Chávez y la caída del precio de las
materias primas.
Se avecina, pues, una Cumbre de tiras y
encoges en la que se evidenciará el estado en el que se encuentra el reacomodo
de las fuerzas políticas en América Latina.
Atención.
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