En contraste con los propósitos de la I Cumbre, la VII debería ser la
oportunidad para comenzar a denunciar los tratados de libre comercio que sigue
impulsando tanto EE.UU. como Europa, y que se imponen sin contemplaciones.
Juan J. Paz y Miño Cepeda
/ El Telégrafo (Ecuador)
En enero de 1994 entró en vigencia el TLCAN (Tratado de Libre Comercio
de América del Norte) entre Canadá, EE.UU. y México. Bajo esa inspiración, en
diciembre del mismo año se reunió la I Cumbre de las Américas en Miami, que
pretendió lograr la constitución del ALCA (Área de Libre Comercio para las
Américas), un sueño impulsado por EE.UU.
desde la I Conferencia Interamericana en 1890, que derivó en la creación de la
Unión Panamericana (1910), antecesora de la OEA (1948).
Para disgusto de EE.UU., el sueño del ALCA flaqueó desde la llegada al
poder de Hugo Chávez en Venezuela (1999-2013). Este Presidente fue pionero en
cuestionar los tratados de libre comercio, de manera que en la Cumbre
Extraordinaria realizada en Monterrey (México) en enero de 2004, se acordó
flexibilizar la propuesta. Pero en diciembre del mismo año, Venezuela y Cuba
dieron origen al ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América), una propuesta de integración ajena al “libre” comercio y enfocada a
la soberanía latinoamericana, la erradicación de la pobreza y la construcción
de sociedades equitativas, justas y con nuevas democracias.
Sin embargo, solo a partir de 2003 comenzaron a sucederse otros
gobiernos de nueva izquierda (Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay,
Nicaragua y relativamente Chile), de modo que en la IV Cumbre realizada en Mar
del Plata (Argentina) en noviembre de 2005, el ALCA fue cuestionada, ante el
asombro del presidente George W. Bush (2001-2009). La V (2009) y la VI Cumbre
(2012) dieron un giro a las cuestiones americanas y fue el presidente ecuatoriano
Rafael Correa quien encabezó una posición radical para América Latina: no
asistiría a una nueva cumbre, si otra vez se excluía a Cuba.
Entre el 10 y 11 de abril se realizará en Panamá la VII Cumbre de las
Américas, a la que asistirán unos 35 jefes de Estado y de gobierno. Está de por
medio un doble y reciente cambio en la geopolítica continental: de una parte,
EE.UU. y Cuba han iniciado un proceso de acercamiento que con seguridad
terminará con el bloqueo a la isla; y, de otra parte, Venezuela ha sido
considerada como una “amenaza” a la seguridad del mismo EE.UU.
Aunque la VII Cumbre ha planteado como tema central Prosperidad con
Equidad: El Desafío de Cooperación en las Américas, es seguro que también será
un foro en el cual se advertirá el nuevo papel que ha comenzado a jugar en el
continente la propia América Latina, en nada dispuesta a seguir soportando
antiguas políticas imperialistas que afecten a su soberanía, dignidad y
democracia.
En contraste con los propósitos de la I Cumbre, la VII debería ser la
oportunidad para comenzar a denunciar los tratados de libre comercio que sigue
impulsando tanto EE.UU. como Europa, y que se imponen sin contemplaciones.
Ecuador suscribió en 2014 el tratado comercial con Europa. Se negoció sobre la
base de lo que Colombia y Perú ya suscribieron. Y eso resulta grave para
Ecuador, pues se afectan áreas muy sensibles en compras públicas, servicios y,
sobre todo, propiedad intelectual.
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