No mentir, dicen los
preceptos bíblicos; pero en nuestra cultura política hay grandes mentiras
aceptadas por todos como verdades. Una de esas, quizá la más escandalosa, es la
mentira panamericana o inter-americana, inventada por los Estados Unidos para
hacernos creer que nuestro continente es una gran isla de paz y amigable
convivencia.
Jorge Núñez Sánchez / El Telégrafo
Esa mentira fue
inventada en el siglo XIX, precisamente para oponerse al proyecto alfarista de
reunir un gran Congreso Continental que normara la Doctrina Monroe y refrenara
el expansionismo estadounidense. Surgieron, así, las Conferencias
Panamericanas, convocadas por los EE.UU. para tratar de convertir a la América
Latina en una zona de influencia suya y un coto cerrado para su comercio.
La primera se reunió en
Washington en 1889 y de ella surgió la Oficina Internacional de Repúblicas
Americanas, convertida en 1910 en la Unión Panamericana y en 1948 en la
tristemente célebre OEA, a la que Fidel Castro llamara “Ministerio de Colonias
Yanquis”.
Pero al mismo tiempo
que se reunían las Conferencias Panamericanas, los EE.UU. ejercitaban su
política de intervención y agresión a los países de América Latina. En 1901
aprobaron la Enmienda Platt, que proclamaba su derecho de intervenir en Cuba
cuando ellos quisieran. En 1903 tomaron Panamá, para construir su canal
interoceánico y enviaron tropas a Nicaragua. En 1904 aprobaron el “Corolario de
la Doctrina Monroe”, según el cual “un mal proceder” en los países del sur
justificaría su intervención en ellos. En 1906 volvieron a ocupar Cuba. En 1909
enviaron tropas a Nicaragua para derrocar al presidente Zelaya. La lista de
esas intervenciones es abundante.
En 1935, el general
Smedley Butler, el “pacificador” de Nicaragua, Haití y Santo Domingo, confesó ante
el Senado de su país:
“He servido durante
treinta años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerzas
armadas norteamericanas, la infantería de marina. Pienso que durante ese tiempo
actué como un bandido altamente calificado al servicio de los grandes negocios
de Wall Street y de sus banqueros. En
1914 contribuí a darles seguridad a los intereses petroleros en México,
particularmente en Tampico. Ayudé a hacer de Cuba un país donde los señores del
National City Bank podían acumular sus beneficios en paz. Entre 1909 y 1912
participé en la limpieza de Nicaragua para ayudar a la firma bancaria
internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la civilización a la República
Dominicana por cuenta de los grandes azucareros norteamericanos. Fue a mí a
quien correspondió ayudar a arreglar en 1923 los problemas de Honduras para
darles seguridad a los intereses de las compañías fruteras norteamericanas”.
El último capítulo de
esa ominosa historia intervencionista es el que el presidente Rafael Correa le
recordó al presidente Barack Obama en la última Cumbre de las Américas. Y eso
explica por qué Obama dijo que prefiere dejar a un lado la historia y hablar de
negocios.
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