Pareciera que se acabó la discusión
sobre si América Latina llega al final de un ciclo o no. La victoria de la
derecha argentina no deja lugar a dudas, y solo falta esperar el resultado de
las elecciones venezolanas dentro de una semana para tener aún mayor certeza.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente UNA-Costa Rica
El triunfo de Macri en Argentina marca un punto de inflexión en la política regional de los últimos 15 años. |
Ahora hay que sentarse y analizar, poner
atención a lo que se ha venido diciendo desde la misma izquierda y, sobre todo,
no cerrar los ojos ante lo evidente: la derecha ha vuelto con fuerza y
agresividad, envalentonada, y se mueve coordinadamente en todo el continente,
con estrategias y discursos comunes.
De esa estrategia común continental no
hay que remarcar solamente ni en primer lugar lo vacío de su discurso, sino
identificar los límites, los errores y las falencias de las propuestas del
progresismo.
Álvaro García Linera identificó una de
estas falencias hace unos pocos días en la conferencia magistral que ofreció en
el II Encuentro Latinoamericano Progresista realizado en Bolivia en setiembre
de este año: el problema de la gestión. Lo primero que cualquier gobierno debe
hacer es gestionar eficientemente y en eso, considera, no siempre se ha sido exitoso.
En segundo lugar, un tema cultural, el
de la conciencia. No se puede mejorar la calidad de vida de la gente dejando al
garete, sin más, ese sentido común instaurado exitosamente por el
neoliberalismo, que hace girar la vida en torno al consumo, el individualismo y
la guerra de todos contra todos.
En tercer lugar está el tema de la
corrupción, que no es patrimonio, ni de lejos, del progresismo, pero que lo ha
permeado de tal forma que ha enervado a amplios sectores de la población. Lo
que sucede en Brasil es un ejemplo claro. Gobiernos “alternativos” como deben
ser, no han hecho en este sentido, a la postre, sino repetir los vicios de la
derecha.
En cuarto lugar, no neutralizar a los
movimientos sociales cuya acción, en última instancia, es la que ha llevado a
las fuerzas sociales progresistas al poder.
En todos estos temas, problemas y
ámbitos, la izquierda y el progresismo se ha quedado corto como alternativa.
Decirlo no significa ignorar todos los avances que se han logrado en estos años
pero que, como parece ser, no alcanzan para mantener el favor de la gente.
Por otra parte, este nuevo período al
que parece que venimos entrando se viene anunciando desde hace, por lo menos,
dos años. Forma parte de un proceso en el que hay signos nuevos en todo el
continente. Todos tendrán repercusiones en el futuro inmediato y reconfigurarán
el panorama político. Piénsese, con todas las limitaciones y dificultades con
las que avanza, en la reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados
Unidos y Cuba, cuyas repercusiones no se limitarán a los dos países sino que se
dejarán sentir en todo el continente. Piénsese también en las conversaciones de
paz en Colombia entre el gobierno y las FARC; en el avance de la Alianza del Pacífico; en el
tembleque gobierno del Frente Amplio uruguayo encabezado por Tabaré Vásquez y
en la ambigüedad del gobierno chileno presidido por Bachelet, ambigüedad y
temblequismo que en circunstancias propicias pueden profundizarse; en el freno
al ALBA y con él a los mayores proyectos integracionistas con perfil
latinoamericanista como el Banco del Sur.
Es decir que, en efecto, todo parece
indicar que ese movimiento pendular del que tanto se hace mención en nuestros
días parece efectivamente estar llegando al final de un ciclo, para iniciar la
vuelta hacia el otro extremo del espectro político.
En ese nuevo movimiento pendular
quedaremos en manos de una derecha que llega camuflada, como en Argentina, de
alegría y globitos de colores, pero que no tardará ni un minuto en dar el
zarpazo que nos retrotraerá a tiempos amargos.
Por eso hay que pensar y analizar.
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