Si
estamos hablando de fin de ciclo, ¿a cuál nos referimos? ¿no será más bien que
no hemos sistematizado aquello que el presidente Correa llama el cambio de
época y nos quedamos sin categorías para estudiar lo que está ocurriendo?
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
La
semana pasada hablamos de lo que se ha dado en llamar el “fin del ciclo
progresista” con el objetivo de dar a conocer mi punto de vista sobre el debate
que se ha generado en los medios sobre ese tema. Al respecto quisiera
recomendar un extraordinario artículo, -que comparto en su totalidad- escrito por el analista
político y periodista panameño Nils Castro, publicado el 14 de octubre pasado
en el periódico Página 12 de Argentina, bajo el título “El fenómeno cíclico no
se agotó”. Es un tema abierto que no se extinguirá con las elecciones
presidenciales argentinas del 22 de noviembre ni las parlamentarias venezolanas
del 6 de diciembre. Tampoco se agotará nunca el acoso imperial a todo aquel que
inicie un camino soberano, independientemente que no toque las estructuras del
sistema ni con el “pétalo de una rosa”, porque no es eso de lo que estamos
hablando, como lo señala Atilio Borón en un reciente artículo, al referirse a
las particularidades de los comicios en Argentina.
Pero,
oculta tras esa discusión subyace la otra, la que podría llamarse “el fin del
ciclo neoliberal en los países capitalistas desarrollados”. Hasta la década de los 70 del siglo pasado, América
Latina marchaba a la zaga de los acontecimientos políticos mundiales. Los
movimientos políticos de finales del siglo XVII, del XIX y la mayor parte del
XX en la región, respondieron muchas veces a eventos que se desarrollaban fuera
de nuestras fronteras. Así, tuvimos el influjo de la independencia de Estados
Unidos, la Revolución Francesa, la derrota de Napoleón Bonaparte en 1815, la
revolución de Rafael Riego en España en 1820, todas estas, acciones que
influyeron de manera sustancial en el curso de las guerras de Independencia.
Posterior a ello, la atadura a Gran Bretaña y a continuación a Estados Unidos,
hicieron que nuestro acontecer político estuviera permanentemente signado por
los avatares que procuraban las decisiones de política exterior e incluso de la
política interna de estas potencias, en particular en los ámbitos económico y
militar.
Durante
el siglo XX, esta situación tuvo relevante particularidad antes, durante y
después de las dos guerras mundiales. Al finalizar la segunda de ellas, en
1945, el mundo bipolar y la guerra fría “amarró” indisolublemente a los
gobiernos de la región (salvo contadas excepciones) a los designios de Estados
Unidos y el capital transnacional. La
confrontación con el sistema socialista desató la más feroz persecución a los
luchadores democráticos y revolucionarios, la represión fue institucionalizada
mientras los ejércitos latinoamericanos hacían el trabajo sucio, después de su
consabido adoctrinamiento en la Escuela de las Américas y otros centros de
“estudio”, en los que entre otras cosas, aprendían a perfeccionar los métodos
de tortura.
En
la década de los 70 del siglo pasado, ya se había puesto fin hacía rato a la
política del “Buen Vecino” que Estados Unidos implementó para ganarse el apoyo
latinoamericano en su participación en la guerra mundial. La guerra fría estaba
en pleno apogeo, y salvo la revolución boliviana de 1952, el intento inacabado
de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y los gobiernos de Getulio Vargas en
Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, que fueron expresión de un
sentimiento nacionalista y democrático que irrumpió en la región, la
polarización global, que tuvo poco después su mayor expresión cuando la
Revolución Cubana declaró su carácter socialista eran expresión de la fisonomía
de una época, que además vio como caían las dictaduras de Perú, Colombia y
Venezuela.
Parecía
que había un ascenso democrático en la región y una crisis en el control
estadounidense de la misma. La respuesta fue brutal, esa década de los años 70
fue testigo del enseñoramiento de las dictaduras más sanguinarias de la
historia que pudieron entronizarse bajo el paraguas protector de Estados
Unidos. Sin la existencia legal de partidos políticos, ni sindicatos, con la
prensa libre acallada, y los parlamentos cerrados, fue fácil imponer modelos
neoliberales que permitieron incrementar los niveles de exclusión social,
generando ganancias extraordinarias para las empresas transnacionales y las
oligarquías locales. Sin embargo, Europa marchaba a contrapelo. En esos mismos
años 70, caían una a una las dictaduras fascistas de España, Portugal y Grecia.
La democracia florecía en el Viejo Continente. Mientras tanto, una cantidad no
menor de líderes políticos latinoamericanos, social demócratas
fundamentalmente, vivieron su exilio en Europa, donde fueron aleccionados y
comprados por estos demócratas de nuevo cuño que se preparaban para instaurar
modelos neoliberales en sus países, a la usanza de lo que las dictaduras hacían
en América Latina. Para los social cristianos no fue necesario vivir ese
proceso, porque la gran mayoría de ellos fueron cómplices y partícipes de las
dictaduras y absorbieron de manera directa, bajo financiamiento de sus
gobiernos militares las enseñanzas malignas de la Escuela de Chicago.
Ahora,
Europa era la que comenzaba a marchar detrás de América Latina. Después de los
desastrosos años 80, llamada “década perdida” por los economistas, el modelo
neoliberal comenzó a entrar en crisis y con ello las dictaduras que los
sostenían. Paradójicamente, bajo la influencia de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher, Europa asumía el neoliberalismo, comenzando la destrucción de los
“Estado de bienestar” que había construido al finalizar la guerra.
Pero,
el nuevo siglo comenzó a producir cambios más profundos en nuestra región desde
la llegada al gobierno del Comandante Hugo Chávez, una nueva camada de líderes
comenzaron a desmontar la estructura todavía vigente que sostenía los modelos
neoliberales. Sin que ello, significara una transformación profunda de la
economía y la sociedad, la respuesta imperial no se hizo esperar. Ahora, por
primera vez en la historia, era América Latina la que sentaba las pautas de la
política a nivel global. Mientras ello ocurría, Europa se solazaba con sus
modelos neoliberales que restringían cada vez más las libertades democráticas y
los derechos de los trabajadores.
Quince
años después, cuando se habla del “fin del ciclo progresista”, en algunas
potencias capitalistas, sus pueblos comienzan a “alebrestarse” y producir
ciertos hechos que cuando menos llaman la atención. En septiembre de este año, en Australia, el
primer ministro Tony Abbott fue destituido al perder la confianza en el seno de
su partido tras “las numerosas encuestas que mostraban, en los últimos meses,
una notable pérdida de confianza entre la opinión pública australiana”. Aunque,
su sucesor en el cargo, Malcolm Turnbull,
es un correligionario de su Partido Liberal, el mismo ha manifestado
ideas mucho más avanzadas respecto de participación y derechos de mujeres y
homosexuales, cambio climático, protección de la niñez e incluso ha sido
partidario de establecer el sistema republicano en su país, que es miembro del
Commonwealth británico y por tanto súbdito de su monarquía. Australia ha sido
un leal aliado de Estados Unidos en la mayor parte de sus aventuras militares.
El nuevo primer ministro ha designado por primera vez en la historia a una
mujer como ministra de defensa.
En
Canadá, el partido Conservador del ex primer ministro Stephen Harper sufrió una aplastante derrota
a favor del partido Liberal y su líder Justin Trudeau en las elecciones del 19 de octubre en lo que el
analista Thomas Walkom, del diario Toronto Star consideró “un repudio a Harper
y a su estilo de gobierno”. Según
Walkom, “al elegir a los liberales de Trudeau, los votantes estaban diciendo
basta a tanta mezquindad en la política”.
La
derrota de Harper, uno de los más importantes socios de Estados Unidos en sus
acciones militares en diferentes regiones del planeta es considerada por el
periodista argentino-canadiense Alberto Rabilotta como el “repudio a una década
de políticas neoliberales que terminaron por arrasar lo que quedaba del Estado
de bienestar, un importante referente de la sociedad y la identidad de los
canadienses, así como el rechazo a una política exterior derechista, adosada a
la OTAN y contraria,(…) a la tradición de más de medio siglo de la política
exterior canadiense basada en la búsqueda de soluciones políticas y
diplomáticas a los conflictos armados”.
En
ese ámbito, el 24 de septiembre el nuevo líder del Partido Laborista británico
Jeremy Corbyn, obtuvo una sonora victoria que lo encumbró a la máxima dirección
de su partido, sustentada en una plataforma considerada “de izquierda sin
compromisos”. El triunfo de Corbyn con
un 59,5% y una inusual participación de 76% es, en primer lugar una profunda
derrota para Tony Blair y sus huestes que hizo que el partido Laborista se
pareciera tanto al Conservador que sus diferencias tan disimiles eran difíciles
de detectar por los electores. En estas condiciones, la opinión pública
británica comienza a conjeturar una eventual derrota de los conservadores en
las próximas elecciones.
Corbyn
se define como pacifista y republicano. Ha participado en diferentes campañas
contra la guerra y de solidaridad con Palestina. Tuvo un activo papel en el
intento de juzgar al dictador chileno Augusto Pinochet cuando fue detenido en
Londres. La sola victoria de Corbyn en las elecciones internas del partido
laborista significo que miles de ciudadanos solicitaran su ingreso a ese
partido, esperanzados en un cambio de orientación a su política neoliberal.
Otro
tanto, ha ocurrido con la sorpresiva campaña electoral del senador Bernie
Sanders en las internas del Partido Demócrata que lo ha colocado en segundo
lugar detrás de la candidata del presidente Obama, Hillary Clinton. Sanders, se considera un político social
demócrata, lo cual es mucho decir en Estados Unidos. En la lógica de ese país,
sus propuestas reflejan ideas avanzadas respecto de temas como la protección
del medio ambiente y el cambio climático, el derecho a la educación y la salud,
la desigualdad de los ingresos, el financiamiento y los gastos de las campañas
electorales, su negativa a la disminución de los impuestos para los ricos
propuesto por el presidente Bush, las libertades civiles y la crítica a la ley
Patriota y el derecho a la privacidad de los ciudadanos.
Algunos
analistas han afirmado, que independientemente de lo que pudiera ocurrir con
Corbyn y Sanders, su discurso ha obligado a sus opositores a moderarse en
algunas propuestas que han vertido con sentido retrógrado, dado el inusitado
apoyo que han obtenido en importantes sectores de la ciudadanía.
Finalmente,
en Portugal, una alianza de los partidos Socialista, Comunista y el Bloque de
Izquierda llevaron a la caída del gobierno de derecha en ese país ibérico. La
nueva coalición sustentó su acuerdo en el logro de consensos respecto del fin
de los recortes impuestos por la troika conformada por la Comisión Europea, el
Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional y la vuelta al escenario económico de 2011,
cuando el gobierno de la derecha aprobó importantes recortes en las pensiones y
los salarios. Algunos de los puntos acordados para formar gobierno son el
aumento de las pensiones, el complemento de las rentas mínimas para jubilados,
el fin de los recortes a los salarios de
los funcionarios públicos y la reposición de un 25% por cada trimestre de 2016, la elevación del
salario mínimo, al reposición de cuatro feriados (dos laicos y dos religiosos)
que habían sido suprimidos, el establecimiento de una jornada laboral de 35 horas
semanales, reformas a la legislación laboral para beneficiar a los
trabajadores, progresividad de los impuestos y deducción por hijos, reducción
de la sobre tasa al impuesto a la renta, bajada del IVA y un impuesto a las
herencias superiores al millón de euros, supresión de tasas de seguridad social
a los que ganan menos, reforma de las tasas por servicios de salud, rebaja de
la tarifa eléctrica aplicando una tarifa social a 500 mil familias de bajos
recursos y anulación de las privatizaciones que estaban en marcha y fin de
ellas a futuro. Todas medidas, de claro corte anti neoliberal.
Entonces,
si estamos hablando de fin de ciclo, ¿a cuál nos referimos? ¿no será más bien
que no hemos sistematizado aquello que el presidente Correa llama el cambio de
época y nos quedamos sin categorías para estudiar lo que está ocurriendo? Pero,
más allá del debate académico, que no tuviera mayor importancia, si no
estuviera en juego la vida de millones de ciudadanos, lo relevante es que no
existen ciclos. La sociedad y la economía se rigen por leyes científicas que
sin embargo, suelen ser manipuladas por oscuros intereses mediáticos de
minorías. Mientras un “fin de ciclo” se presenta como terminal y catastrófico,
el “otro” se oculta, se minimiza y se hace desaparecer. Así, se construyen
falsos referentes en el cerebro de los ciudadanos, que los inducen a
actuaciones políticas y sobre todo electorales acorde a la información que han
recibido. Además, dicen que eso se llama democracia y “libertad de
prensa”.
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