Cómo diseñar un futuro alternativo desde la izquierda, según el
académico británico David Harvey. “Estoy
firmemente convencido de que toda política debe tener raíces en las
circunstancias locales. Pero también estoy firmemente convencido de que si se
mantiene en lo local y no va a otro lugar, fracasa. La pregunta, entonces, es
cómo construir atravesando diferentes escalas”, dice en esta entrevista.
Gabriel Delacoste / ladiaria.com.uy
David Harvey, de visita en Uruguay. |
Ha escrito sobre
urbanismo, medioambiente, neoliberalismo, posmodernidad y marxismo; para muchos
es uno de los principales autores vivos de las humanidades. El británico David
Harvey llegó a Uruguay en el marco de la celebración de los 100 años de la
Facultad de Arquitectura. El jueves 19 de noviembre, en el Paraninfo, recibió
el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República.
-Con el ascenso de Jeremy
Corbyn en Gran Bretaña, Bernie Sanders en Estados Unidos, Syriza en Grecia y
Podemos en España, pareciera que existe un renacimiento de la política radical
y de izquierda a lo largo de Europa y Estados Unidos. ¿Cuáles son sus
impresiones sobre el estado de la izquierda en el Primer Mundo?
-Quisiera ser optimista,
pero francamente soy más bien cauto, por varias razones. Lo impactante de
Sanders y Corbyn es que fueron una gran sorpresa para la prensa convencional.
Me da la impresión de que esa prensa ha construido una narración sobre cómo es
el mundo y está muy cómoda en esa narración, que no incluye a gente como Corbyn
o Sanders como gente con influencia alguna. Esa narración estuvo equivocada
desde el principio: estaban ocurriendo muchas más cosas de lo que se reconocía.
Se puede rememorar algunos de los movimientos sociales de masas que
sorprendieron a la gente, como las enormes manifestaciones contra la guerra en
2003. Nuevamente, éstos fueron eventos sorprendentes, que se desvanecieron más
bien rápido.
La razón por la que soy cauto en relación a lo que puede ocurrir
es que veo que Syriza, por ejemplo, llegó en una posición muy fuerte, y ahora
se está manteniendo en el poder administrando todas las cosas que dijo que
quería abolir. Y creo que si Corbyn dura -y pienso que va a durar más de lo que
muchos creen-, va a ser también por haber cedido, en parte, porque el poder ya
no está en la política. Y no está en la política por dos razones: una es que
las clases altas, la plata grande, domina a la política; y la otra es que las
personas que son intuitivamente de izquierda no confían en la política en
absoluto, tienden a no votar. Entonces, ocasionalmente aparece algo como Corbyn
o Syriza, pero la gente no se mantiene en la política. Hay una especie de
política de la antipolítica que domina nuestra izquierda. Y es muy difícil
transformar eso en algo organizado o en una campaña política bien orquestada.
Por eso no soy optimista en cuanto a que podamos ver cambios importantes como
consecuencia de todo esto. Lo que sí veo es mucha gente muy desencantada con lo
que ocurre; veremos qué forma de expresarlo encuentran en los meses y los años
que vienen. Pueden ser modos de expresión de izquierda o de derecha. La derecha
está vivita y coleando en el Norte Global, y está reclamando fascismo. Aún así,
conservo la esperanza en que reviva la política antiausteridad.
-Al mismo tiempo que
emergen estas nuevas izquierdas, parece haber un resurgir de la importancia del
pensamiento de izquierda, tanto en el norte como en el sur. En América del Sur
hay una gran discusión entre los que siguen a Ernesto Laclau y piensan en
términos de estrategias populistas que logren tomar el poder del Estado y
quienes siguen a Antonio Negri y piensan en una política horizontal, no estatal
y local. Ninguno parece dar una gran respuesta: las estrategias populistas
pueden tomar el poder del Estado pero no saben cómo lidiar con el capital,
mientras que las estrategias horizontales nunca parecen ser capaces de crear
movimientos grandes y sostenidos. ¿Donde se ubicaría usted en este debate?
-Creo que Negri está
cambiando su postura; no creo que esté tan comprometido con esas formas
horizontales. De hecho, en una entrevista reciente dijo que su pensamiento y el
mío estaban convergiendo, lo que me resulta bastante sorprendente. Existe
cierto fetichismo de la forma organizacional en la izquierda que significa que
cualquier cosa que no sea horizontal no está contemplada, cualquier cosa de
gran escala es rechazada. Yo no veo la política en esos términos; de hecho cada
vez que estuve en una estructura de asamblea en realidad no era horizontal,
existían liderazgos secretos y todo eso. Creo que sería necesario algo de
pragmatismo en esa parte de la izquierda en cuanto a cómo piensa en la
organización y en que debería hacer. Es cierto que las estrategias populistas
pueden servir para tomar el poder. Pero lo que vimos en Argentina es que existe
un límite a lo que podés hacer cuando estás comprometido con una estrategia
populista.
-Quería preguntarle sobre
ese punto. Varias veces ha usado a América del Sur como ejemplo de un lugar en
el que los movimientos sociales fueron capaces de responder al capital. Éste es
un momento muy especial para América del Sur, porque todas las fuerzas
progresistas y revolucionarias están en crisis o en graves problemas. ¿Cómo ve
esta situación?
-Hubo un momento curioso
en la historia de América Latina, al final de las dictaduras, en el que vimos
cómo se daban paralelamente la democratización y el neoliberalismo, y cómo la
colisión de estas dos fuerzas creó una oportunidad para la aparición de una
izquierda muy peculiar, basada en cuestiones de derechos que eran perfectamente
compatibles con el neoliberalismo, pero que estaba basada también en la
profundización de la democracia. Más adelante vemos, por ejemplo, que Lula da
Silva y el Partido de los Trabajadores llegan al poder en Brasil y son, al
principio, muy progresistas. Pero paso a paso se van haciendo más y más
cautivos del capital, y empiezan a desempoderar a los movimientos sociales.
Entre 2005 y 2010 las cosas estaban extremadamente activas, pero desde entonces
el poder político ha domado a los movimientos sociales. Por ejemplo, los
movimientos indígenas del campo ecuatoriano ya no son tan fuertes como eran. Es
una paradoja que hayan sido gobiernos de izquierda los que los desempoderaron.
Y ahora esos gobiernos de izquierda están en problemas. Y vemos una situación
en la que la derecha puede hacerse cargo, y los movimientos sociales no van a
estar allí para crear resistencia. Esto, por supuesto, se une al hecho de que
hubo un boom económico en América Latina durante aquellos años, que en
buena medida estuvo unido al comercio con China. La caída de los precios de las
materias primas generó serios problemas económicos en casi todos los países de
América Latina, por lo que estamos viendo tasas de crecimiento cero, y no el
fuerte crecimiento de hace cuatro o cinco años. Estas cosas suceden juntas y
pintan un panorama muy complicado.
-En ese tema parece haber
una contradicción en la acción de los gobiernos progresistas y revolucionarios
de América del Sur. Pareciera que su habilidad para redistribuir y para obtener
victorias políticas depende de su capacidad para atraer grandes inversiones,
ser exitoso en los mercados internacionales y exportar materias primas, todas
cosas que dan poder al capital sobre el territorio, ya sea mediante la
especulación inmobiliaria, el desarrollo agrícola o la minería. ¿Hay alguna
forma de salir de esta contradicción?
-Es el clásico problema
que ocurre cuando el socialismo es visto simplemente como algo relacionado a la
redistribución y no se presta atención a la producción, a cómo se organiza
ésta. Se da exactamente esa contradicción: el programa redistributivo depende
en lo crucial del programa de desarrollo, lo que significa que, en esencia,
renunciás la estrategia de desarrollo del país a grandes empresas. Tiene que
existir una manera alternativa de pensar el modo de producción, que no sea
dependiente del capital. Esto no está siendo proyectado, excepto quizá en
organizaciones muy periféricas de escala bastante pequeña: economías
solidarias, cooperativas de trabajadores, fábricas recuperadas. Estos
movimientos son relativamente pequeños y no fueron organizados como una fuerza
que reconfigure cómo se produce la riqueza en la sociedad, y que pueda ser
aislada del poder del capitalismo global, que deviene cada vez más centralizado
y más politizado en la forma en que opera alrededor del mundo.
-Las organizaciones que
querrían ir en otra dirección son demasiado pequeñas, mientras que los
gobiernos de izquierda son capaces de transformar sus excelentes relaciones con
el capital en una forma de obtener apoyo popular. Siendo América Latina una
región pobre y desigual, existe una demanda popular real de mayores niveles de
consumo. ¿Es posible, en una región pobre, la aparición de un movimiento
político que no se base en promesas de crecimiento del consumo?
-Depende de qué forma de
consumo estemos mirando. Una cosa que me impresiona de América Latina en los
últimos 20 o 30 años es hasta qué punto la forma de consumo que se promueve
está construida en torno al automóvil, a nuevas carreteras, a shoppings. Parece
casi diseñada para ser estadounidense. Y francamente éste no es, para mí, un
modo de producir especialmente sano o valioso. De hecho, últimamente cuando
visito grandes ciudades latinoamericanas paso mucho tiempo estancado en
embotellamientos, y pienso “por qué este compromiso con lo que en Ecuador
llaman 'buen vivir' implica estar sentado en un embotellamiento, rodeado de
shoppings y condominios”. En otras palabras, existen formas variadas de
consumismo, y creo que el modelo de consumismo que está siendo importado en
estos países no necesariamente es una forma de consumismo que uno quisiera
promover si estuviera pensando en el bienestar de todos. De hecho, algunas de
las protestas que han emergido, por ejemplo los levantamientos en las ciudades
brasileñas en 2013, están relacionadas con el precio del transporte, de los
megaproyectos en torno a la Copa del Mundo, que estaban recibiendo recursos
masivos que no estaban llegando a la gente. Qué consumo queremos es una gran
pregunta, y creo que podemos decir a la gente: “Miren, no estamos en contra del
consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena en lugar
de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor proximidad del trabajo a
la residencia, rediseño urbano”. En otras palabras, deberíamos buscar un modo
de consumo radicalmente diferente del que está siendo promovido, con
consecuencias muy desafortunadas para muchas ciudades de América Latina.
-Mencionó el “buen
vivir”. Existe una intensa discusión en América del Sur entre los que usan esta
categoría desde posiciones decoloniales y antidesarrollistas y aquellos en la
izquierda tradicional, más economicista. Como intelectual marxista que estudia
la relación entre el capital y la naturaleza y ha propuesto una economía de
crecimiento cero, usted parece estar en los dos bandos del debate. ¿Como ve
esta cuestión?
-Es un poco incómodo,
porque me disparan desde los dos costados. Murray Bookchin, que era anarquista
y dejó el anarquismo, dijo recientemente que él pensaba que el futuro de la
izquierda dependía de poder juntar lo mejor del anarquismo con lo mejor del
marxismo, y que mientras no aprendamos a hacer eso no vamos a ir a ningún lado.
Me inclino a estar de acuerdo con eso, porque pienso que muchas de las ideas
que se encuentras en los grupos autonomistas y anarquistas en términos de
organización social y relación con la naturaleza son muy positivas, y merecen
ser miradas y trabajadas. Me gusta la idea del socialismo confederal, un modo
de gobierno basado en asambleas locales y asambleas macro, que buscan formas de
desplazar al Estado capitalista con otras formas de gobierno. Son ideas muy
interesantes. Pero es muy difícil para este tipo de política pensar en cómo
organizar sociedades macro de manera que alimentemos, refugiemos y vistamos a
7.000 u 8.000 millones de personas de una manera razonable. Y no creo que los
movimientos anarquistas o autonomistas puedan responder a esa gran pregunta.
Esa pregunta fue tradicionalmente abordada por grupos de la izquierda
tradicional, aunque de una manera tan dogmática que terminó por despreciar la
profundidad de las propuestas anarquistas y de izquierda en lo que refiere a la
organización y la naturaleza. Tenemos que juntar muchas de estas cosas de la
mejor manera que podamos. Veo que está sucediendo algo de eso en el norte de
Siria, entre las poblaciones kurdas de Rojava, que llevan adelante
experimentos. He tratado de viajar hasta allá durante los últimos seis meses
para ver qué está ocurriendo, pero el gobierno turco no me lo ha permitido. No
pretendo ir para decir “acá está la respuesta”, sino para ver que existen
experimentos de este tipo que deben ser apoyados. Entonces, nuevamente, creo
que existen posibilidades y que hay que tener la cabeza abierta. Y tenemos que
pensar que una parte del asunto es estar preparados para redefinir el terreno
teórico en el que estamos pensando.
-Uno de los principales
conceptos de sus últimos trabajos es que si bien el capital no es capaz de
resolver sus contradicciones, sí es capaz de moverlas de manera de que no
exploten. Al mismo tiempo, usted pone mucho énfasis en la ciudad como lugar de
organización política. ¿Es posible, desde lo local o lo nacional, enfrentar
esta capacidad que el capital tiene de moverse mediante burbujas, corridas,
etcétera?
-Estoy firmemente
convencido de que toda política debe tener raíces en las circunstancias
locales. Pero también estoy firmemente convencido de que si se mantiene en lo
local y no va a otro lugar, fracasa. La pregunta, entonces, es cómo construir
atravesando diferentes escalas. Existen intentos de construir conexiones
internacionales. El MST [Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra] de Brasil
intentó hacerlo, organizaciones como Vía Campesina tienen un alcance global. La
única respuesta a esa pregunta es que comencemos a configurar vínculos firmes y
activos entre organizaciones, en términos de su acción política. Te puedo dar
un pequeño ejemplo: la Unión Europea está en serios problemas como
configuración. Existe una generación entera de estudiantes que atravesó Europa
gracias a programas de becas como Erasmus. Yo le pregunto a estos estudiantes
por qué no construyen la base de una organización completamente distinta que
diga “hay cosas que valen la pena de Europa, pero no la forma capitalista
basada en Maastricht, y nosotros somos la generación revolucionaria que va a
reconfigurar esto”; y ellos casi siempre dicen “Europa es burócrata” y todo
eso. Esto nos lleva al problema del descreimiento en la capacidad para hacer
algo. Hoy empezamos hablando sobre hasta qué punto un movimiento antiausteridad
puede desarrollarse a lo largo de Europa e incluso más allá, y esto es posible
si se logra canalizar a los sectores de la población que ven algo valioso en
trabajar juntos, en un ambiente de respeto a las diferencias, para diseñar un
futuro alternativo. Eso es lo que espero ver, y es de lo que hablo tanto, para
tratar de hacer que la gente empiece a pensar en ello. Porque si no ocurre,
vamos a estar encerrados con esta bestia capitalista, a la que no le está yendo
muy bien, a pesar de que a los capitalistas les esté yendo extremadamente bien.
Ellos tienen que ser privados de su poder, y eso va a ocurrir o bien
pacíficamente, por medio de la aparición de movimientos de masas, o bien de una
manera mucho, mucho peor.
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