Francia acaba de ser estremecida por una
cadena de atentados que ha dejado una estela de muertos y heridos y a la
población aterrorizada. Quienes parecen ser los perpetradores son árabes que en
las consignas lanzadas dejaron ver que sus acciones tenían que ver con la
guerra en Siria.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Los actos terroristas conmocionaron París. |
Aunque el conflicto en Medio Oriente
tiene muchos años de existir, nunca como ahora había tenido las repercusiones
que está teniendo hoy en Europa. Primero, fueron los cientos de jóvenes
europeos que partieron para integrarse a las filas del Ejército Islámico ante
la mirada atónita de quienes se consideran el pináculo de la civilización
humana, y no pueden comprender cómo alguien de sus propias entrañas puede
darles la espalda y sumarse a las fuerzas de quienes consideran su enemigo
mortal.
Luego, la oleada de refugiados que
atraviesa Turquía, Grecia, los Balcanes y Austria para tratar de llegar a
Alemania, en donde ya pusieron el grito en el cielo y empezaron a cerrar sus
fronteras asustados no solo ante el imparable río humano que no se sabe cuándo
terminará, sino ante la reacción cada vez más adversa de su población.
Y ahora los atentados de París, que
llevan la muerte y el terror al corazón de Europa, asustando no solo a los
franceses sino también a todos sus vecinos, especialmente a los mismos
alemanes, que ven cómo “el enemigo” penetra sus filas hasta la retaguardia, el
sitio en donde se sentían seguros mientras sus aviones bombardeaban tierras
ajenas y lejanas de sus iluminados campos Elíseos.
La guerra que se está librando en Siria
es crucial para el futuro del Medio Oriente, y las fuerzas que se enfrentan no
empiezan ni terminan ahí. Lo que se está jugando, en última instancia, es el
dominio de una zona estratégica no solo por sus riquezas petroleras, sino por
su ubicación vital de encrucijada entre Occidente, África y Asia.
Es, también, el resultado de la
resolución caótica que propiciaron los Estados Unidos en Irak, en donde solo
fueron capaces de botar a Sadam Husein, pero no de construir un nuevo orden que
lo sustituyera. En ese sentido, la inoperancia norteamericana salió a flote
igual que en Libia: son capaces de destruir pero no de construir. Son una
fuerza arrasadora y ciega que deja a su paso desorden y enfrentamientos entre
los mismos grupos que ellos mismos crean y que luego se les salen de las manos.
En Siria, siguiendo la misma estrategia
que en Libia, han creado y apoyado milicias a las que llaman “oposición
moderada”, que solo en sus imaginación lo son y que, en el caos de la guerra,
no han tardado en empatar con el Ejército Islámico vendiéndoles las armas que
les proporciona Occidente, o simplemente uniendo fuerzas, en este caso contra
el gobierno de Bashar al-Asad.
Todo ese desorden se les ha salido de
las manos, y ahora toca a la puerta misma de su casa. No se trata de un
terrorismo ciego sino de una consecuencia de lo que ellos mismos han
contribuido a crear.
Lástima que los que sufren sean siempre
los de abajo, la población de las ciudades Sirias destruidas o los parisinos
desprevenidos.
La guerra de los grandes intereses, de
las grandes corporaciones, la del ajedrez geoestratégico debe detenerse.
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