La noción de capital
natural no es más que una metáfora peligrosa y no responde a ningún criterio
científico o a un imperativo técnico. Pero cuidado, las metáforas tienen una
extraña tendencia a adquirir vida propia.
Alejandro Nadal / LA JORNADA
Desde hace dos décadas
avanza la idea perniciosa de que la naturaleza es una reserva de activos
que producen servicios ambientales y de que a ese reservorio se le puede
denominar “capital natural”. Los promotores de esta idea sostienen que esta es
la forma de lograr que las empresas y los gobiernos valoren de manera adecuada
a la naturaleza y comiencen a cuidarla en lugar de destruirla.
La idea de que la
naturaleza entera, sus ecosistemas y “componentes” pueden ser equiparados al
“capital” está basada en una profunda ignorancia de la teoría económica. Eso no
deja de ser irónico, porque los animadores del capital natural quieren vestir
de un ropaje técnico un discurso que conduce simple y llanamente a la
mercantilización de la naturaleza.
Esta noción de capital
natural ha sido adoptada por muchos organismos oficiales y no gubernamentales
en el mundo. En México la Comisión para el Conocimiento y Uso de la
Biodiversidad (Conabio) piensa que el capital natural comprende “el conjunto de
ecosistemas de nuestro país y los organismos que éstos contienen”, ya que “por
medio de sus procesos naturales generan bienes y servicios ambientales
indispensables para la sobrevivencia y el bienestar social y el mantenimiento
de la vida como la conocemos” (biodiversidad.gob.mx).
Esto no es una
definición, así que Conabio pasa a informarnos que ese capital natural es
comparable “a los capitales clásicos (financiero, de infraestructura, etc.) de
un país” y que constituye el entramado necesario para mantener la actividad
productiva generada por los otros capitales.
Los promotores de la idea
de capital natural ignoran todo sobre el concepto de capital. En especial, parecen
no saber que el concepto de capital en teoría económica ha sido objeto de
controversias desde el nacimiento de esta disciplina. En el siglo pasado la
polémica más importante en teoría económica fue precisamente sobre el concepto
de capital. El debate es conocido como las controversias de Cambridge sobre
teoría del capital, y giró alrededor de una simple pregunta: ¿qué es ese
“factor de producción” que se denomina “capital” en la teoría económica
neoclásica? Y esa interrogante se desdobla en otra pregunta: ¿el capital es un
conjunto de máquinas y medios de producción (físicos y heterogéneos) o es un
fondo financiero?
Vale la pena sintetizar
los términos del debate. Supongamos que el capital está compuesto de un
conjunto de máquinas, edificios, herramientas, vehículos, etc. ¿Qué tienen en
común estos objetos heterogéneos? Pues que cada uno tiene un precio. Y eso es
lo que los autores neoclásicos y tanto aficionado a la economía utilizan para
agregar los medios de producción y hablar de “capital”.
Pero ese proceder adolece
de una circularidad fatal. El precio de los medios de producción, por ejemplo,
de una máquina, depende de la ganancia que se espera obtener de ellos. Ahora
bien, la tasa de ganancia no es otra cosa que el cociente que se obtiene dividiendo
la ganancia por el precio de la máquina. Es decir, la tasa de ganancia sólo
puede conocerse a través de la agregación (vía los precios) de los medios de
producción. Pero esos precios dependen a su vez de la tasa de ganancia. Y en
una economía en la que todos los medios de producción son mercancías
producidas, el movimiento de precios trae aparejado un sistema caótico en el
que no se puede decir nada sobre la cantidad de capital y sobre los procesos de
mercado.
Para la teoría económica
neoclásica esto implica un desastre porque desaparece la posibilidad de medir
la intensidad de capital en función de la tasa de ganancia (o la tasa de
interés). El movimiento de precios hace imposible la medición del “capital”: la
agregación de los medios de producción a través de sus precios es una quimera.
Vale decir que los sacerdotes supremos en el templo de la teoría neoclásica,
con Samuelson a la cabeza, aceptaron este resultado.
¿Qué implicaciones tiene
esto para la noción de “capital natural”? Para empezar habría que abandonar la
idea de que “el capital natural es comparable a los capitales clásicos”. Como
hemos visto, esos “capitales” no pueden ser objeto de una medición unívoca en
la teoría económica. Así que la idea medular de la noción de capital natural
carece de sentido.
Hablar de capital natural
evoca también un proceso de apropiación y mercantilización aunque los
“componentes de los ecosistemas” no hayan sido producidos para ser vendidos en
el mercado y que por eso no tengan un precio. Hoy prolifera una rama de
actividad pseudo-científica que consiste en examinar cómo se le puede poner
precio a todo lo que hay en la naturaleza. Es el primer paso para crear
mercados en los que los ecosistemas y sus componentes serán objeto de
transacciones mercantiles. Hay que recordar que la polémica sobre la teoría del
capital también demostró que el mercado de “capital” es caótico.
La noción de capital
natural no es más que una metáfora peligrosa y no responde a ningún criterio
científico o a un imperativo técnico. Pero cuidado, las metáforas tienen una
extraña tendencia a adquirir vida propia.
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