El 30 de junio se celebra en Guatemala el día del Ejército. Hubiese sido una buena oportunidad para que pidieran perdón por las atrocidades cometidas.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Como poco a poco se va esclareciendo más pormenorizadamente, en los últimos años de la década de 1970 y los primeros de la de 1980, en Guatemala se cometió uno de los genocidios más terribles que hayan tenido lugar en América Latina. En su incubación y ejecución intervinieron varios factores, tanto de orden objetivo como subjetivo, que fueron el detonante para que el ejército guatemalteco se convirtiera en una verdadera máquina de exterminio contra su propio pueblo.
En efecto, la insurgencia armada que había nacido en los primeros años de la década de 1960 en ese país, logró estrechar vínculos y apoyo masivo de la población indígena, que representa cerca de la mitad de la población del país, en el contexto centroamericano del triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Estos dos aspectos confluyeron para crear pánico en las clases dominantes guatemaltecas: por un lado, el secular miedo a que “los indios bajen de las montañas” y tomen revancha de las condiciones de explotación, marginación y discriminación a las que han sido sometidos desde los tiempos de la conquista y, por otro, el temor a que “el ejemplo de Nicaragua” cundiera por toda la región centroamericana, especialmente en El Salvador y Guatemala.
Aún teniendo en cuenta las razones antes expuestas y otras que pueden ser traídas a colación, quedan en el aire preguntas cuyas respuestas seguramente son y serán en el futuro de difícil respuesta. Una de ellas tiene que ver con la barbarie que caracterizó a las acciones del ejército. Éste no se limitó simplemente a reprimir, sino que enconó con la población de tal forma que, como dice un investigador canadiense, parecieron querer “acabar hasta con la semilla”[1], refiriéndose a la población indígena. No solo dirigentes comunales (jefes de cooperativas, líderes religiosos y comunales), sino niños, ancianos y mujeres, muchas de ellas embarazadas, fueron no solamente asesinados sino, también, objeto de acciones que un ser humano en su cabales juzgaría de terroríficas: niños que apenas tenían edad para caminar estrellados contra piedras; mujeres a las que se les abría el vientre para sacarles los fetos que eran ensartados en bayonetas; gente quemada o enterrada viva.
El “humanismo” de los altos mandos militares se ejemplifica con lo dicho por el general Héctor Gramajo, ministro de la defensa entre 1987 y 1990, en una entrevista concedida al investigador J. Schirmer : “Hemos creado una estrategia más humanitaria y menos costosa, para que sea más compatible con el sistema democrático. Instituimos asuntos civiles (en 1982) el cual provee el desarrollo para el 70% de la población, mientras matamos al 30%. Antes la estrategia era matar al 100%”[2].
La enorme mayoría de estos crímenes han permanecido durante años en la impunidad. Sin embargo, recientemente se ha abierto la posibilidad de que algunos de los principales responsables de estos crímenes de lesa humanidad sean juzgados. Es el caso del general Héctor Mario López Fuentes, a quien se sindica de ser el artífice del plan estratégico contrainsurgente “Victoria 82”, y de implementar los planes operativos “Sofía 82” y “Firmeza 83”.
El 30 de junio se celebra en Guatemala el día del Ejército. Hubiese sido una buena oportunidad para que pidieran perdón por las atrocidades cometidas.
NOTAS:
[1] . Marc Drouin (2011); “Acabar hasta con la semilla”. Comprendiendo el genocidio guatemalteco de 1982; F&G Editores; Guatemala.
[2] . Citado en op.cit.: “The Guatemalan Military Proyecto: An Interview with Gen. Héctor Gramajo”, Harvard International Review 13, no. 3 (primavera de 1991), 11.
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