Asesores cercanos e interlocutores de confianza de la presidenta brasileña, resaltan que lo que existe de verdad es una mandataria que no logra encontrar el formato definitivo de su administración.
Eric Nepomuceno / Página12
Seis meses, cuatro escándalos de buen tamaño, dos ministros expurgados, otros dos trasladados dentro del gobierno para evitar que al menos uno de ellos volviese a casa, dos más al borde de la guillotina, otros dos ya con un pie en el catafalco, y una tensa, muy tensa situación junto a la base aliada en el Congreso. Ese es el balance inicial del primer semestre de Dilma Rousseff (foto) como presidenta de Brasil.
Hasta ahora, ella no pudo ejercer en plenitud aquella que se esperaba como su principal característica, la de una gestora dinámica y eficaz. Su conocido menosprecio por las triquiñuelas de las jugadas políticas de bajo nivel –el tradicional “te doy eso para que me dejes gobernar”– empieza a provocar cierta irritación en algunos de sus aliados. Ya hubo un brote de rebelión en la Cámara de Diputados, aumentan las voces de malestar por la demora en nombrar a paniaguados para puestos de segundo y tercer escalón, y algunos partidos aliados, no por casualidad aquellos que aparecen en tres de cada tres escándalos de corrupción, amenazan claramente con impedir que la presidenta nombre a los ministros de su elección. El líder de uno de ellos recordó, cándidamente, que Lula da Silva aguantaba las denuncias hasta no poder más, y que siempre despedía a sus auxiliares involucrados en escándalos con un gesto de cariño. Dilma, no: tan pronto surge una denuncia con indicios concretos, fulmina al auxiliar. “No es así que se juega ese juego”, dice ese líder aliado, mientras promete endurecer el discurso. Lea el artículo completo aquí…
No hay comentarios:
Publicar un comentario