Con los disturbios del 5 de agosto de 1994 en Cuba, el enemigo buscaba un enfrentamiento armado, donde se produjeran hechos de sangre, para desprestigiar y acusar a la Revolución. Pero una vez más el enemigo se equivocaba, ignoraba contra quien estaba lidiando…
Abner Barrera R. / AUNA-Costa Rica
El próximo 5 de agosto se cumplen diecisiete años de los hechos protagonizados por decenas de personas marginales en el Parque Maceo en La Habana, quienes instrumentalizadas por la contrarrevolución, se amotinaron en las calles con piedras, palos y botellas, para protestar. Fue en 1994, en pleno Periodo Especial, en esos años, los enemigos de la Revolución Cubana, querían aprovechar los descontentos sociales, para realizar disturbios contra el gobierno revolucionario. Como es sabido, desde el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, Washington siempre ha estado detrás de las acciones subversivas contra Cuba, y para agredir se ha valido de dos de sus principales brazos: la mafia miamense y la SINA en La Habana.
Los actos violentos y terroristas contra la isla soberana, en todos estos años de Revolución han dejado como saldo 3 478 personas muertas, y resultaron mutiladas e incapacitadas 2 009. Todas las agresiones del imperio no han podido doblegar a los revolucionarios; en lugar de crear temor y descontento, han producido más valor, cohesión y unión en el pueblo, y éste siempre ha acuerpado a sus gobernantes.
El 5 de agosto de 1994, no es una fecha cualquiera en la historia de Cuba; la provocación de gente lumpen, personal delictivo y con antecedentes penales estaba debidamente planificada. En palabras del propio Fidel, “el enemigo había trabajado mucho tiempo para crear un desorden. ¡Un desorden! No se puede decir que aquello fue siquiera un intento de rebelión, fueron en realidad desórdenes. Esos desórdenes se crearon alrededor de grupos que se movilizaban para robar embarcaciones con las cuales trasladarse a Estados Unidos, donde eran recibidos como héroes.”
Con los disturbios del 5 de agosto, el enemigo buscaba un enfrentamiento armado, donde se produjeran hechos de sangre, para desprestigiar y acusar a la Revolución. Una gota de sangre –aunque sea por un arañazo de la policía a los revoltosos-, sería una noticia que nunca terminaría de propagar la prensa servil del imperio. Pero una vez más el enemigo se equivocaba, ignoraba contra quien estaba lidiando; durante todos los años de Revolución, en Cuba no ha habido un detenido ensangrentado, un desaparecido, un asesinado en las calles por motivos políticos y nunca se ha torturado a un ciudadano.
Acercarse al lugar de los amotinados era darles motivo suficiente para que desencadenaran violentamente sus intenciones. Sin embargo, y contra todas las advertencias y oposiciones, Fidel decidió aproximarse al lugar de los hechos. El historiador de La Habana, Eusebio Leal, lo expresa así en el libro de Luís Báez, Absuelto por la Historia: “de tantísimas impresiones escojo la del 5 de agoto de 1994 cuando guiado por su instinto -que rechaza todas las formas de cobardía-, encabezó un pequeño destacamento para salir al paso a un motín promovido por la marginalidad en la ciudad de La Habana. Previamente había advertido a los compañeros que nadie usara las armas sin una orden suya; para luego –prescindiendo de ellas y a pecho descubierto- encarar a la plebe que retrocedió ante el estupor de los que le acompañábamos. Avanzó resueltamente y se detuvo al pie del monumento al general Maceo, como quien viene a pagar un tributo; sin haberse derramado una sola gota de sangre de nuestros adversarios”.
El recuerdo por parte de los revolucionarios es modesto. Extrañamente, corresponsales de la prensa internacional radicados en Cuba en esos años, señalan otros aspectos. Fidel se hizo presente en las calles, con su uniforme verde olivo y acompañado de sus colaboradores. Mucha gente al enterarse de su presencia se acercó y empezaron a gritar consignas a su favor. El mismo Comandante encabezó una marcha y llegó hasta al lugar donde los disturbios continuaban. El periodista Homero Campa, que trabajaba esos años en Cuba para el semanario mexicano Proceso, reportó lo siguiente: “Curiosamente muchos de los que gritaron consignas pidiendo libertad y contra Fidel Castro, escondieron piedras, palos y botellas, cambiaron de semblante y su protesta se convirtió en alabanzas: “Viva Fidel”, “Viva Cuba”, corearon ahora. Los más escépticos dijeron: “hasta aquí llegamos. Llegó el Caballo” (uno de los apelativos con los que popularmente se conoce a Fidel). Otros reconocieron su valentía y la osadía que representaba su presencia en el lugar de los disturbios: “Este tipo sí tiene cojones para meterse aquí”, “este viejo no cambia, no hay nadie que lo tumbe”
En todas partes del mundo, incluyendo los países más ricos -esos que dicen que el mercado ha logrado los equilibrios sociales-, se ven cantidades de policías disparando con pedigones, lanzando chorros de agua, arrojando gases lacrimógenos, aporreando y pateando a la gente en el suelo, dejando muchas veces como resultado muertos y heridos. Eso aparece todos los días en la televisión.
Lo realizado por el Comandante frente a los disturbios en La Habana en agosto de 1994 es un ejemplo de valor y entereza moral. Un año después de esos acontecimientos, Fidel, en un discurso en La Punta en La Habana, expresó: “nosotros no tenemos por qué emplear las armas, teniendo el pueblo y teniendo las masas para mantener la estabilidad de la Revolución. Ese era mi papel, contribuir a que no se dejara nadie provocar, y preferíamos que dispararan contra nosotros a usar primero las armas. Y, realmente, se logró algo que no tiene precedentes: en cuestión de minutos el pueblo entero se lanzó a la calle y estableció el orden. Su sola presencia masiva y su espíritu establecieron el orden, sin usar las armas en absoluto. ¿En qué lugar del mundo ocurre eso?”
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