La cuarta parte de los niños y jóvenes de América Latina y el Caribe no tienen trabajo estable y se encuentran en riesgo de ser afectados por el crimen, ya sea como víctimas o perpetrándolo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Conservo con singular aprecio un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina, la obra fundamental del uruguayo Eduardo Galeano, correspondiente a la primera edición de 1971. Allí, con su maestría reconocida, el autor utilizó una poderosa metáfora para dar título a la introducción del libro: “Ciento veinte millones de niños en el centro de la tormenta”.
Era la tormenta de la exclusión, la pobreza y la desigualdad; del subdesarrollo y la expoliación de nuestros países por parte de los grandes poderes económicos y militares del mundo, en la que se agitaban millones de menores latinoamericanos en aquella época del siglo XX.
Cuarenta años después de publicada la obra de Galeano, esa imagen cobra renovada vigencia en momentos en que distintos organismos internacionales dan a conocer informes sobre las problemáticas que asuelan hoy a los niños y jóvenes latinoamericanos.
Los datos estadísticos, como siempre, son irrefutables: según la Organización de Estados Americanos (OEA), los jóvenes de entre 15 y 29 años, unos 150 millones de personas, representan el 57% de la población de América Latina y el Caribe; de ellos, el 60% no han completado la escuela secundaria, y la cuarta parte, unos 38 millones, no tienen trabajo estable y se encuentran en riesgo de ser afectados por el crimen, ya sea como víctimas o perpetrándolo.
Las distintas formas de criminalidad en la región, vinculadas al narcotráfico, la delincuencia y la violencia social, son particularmente agresivas con esta población: el 90% de las muertes por disparos corresponde a niños o jóvenes, para quienes la posibilidad de perder la vida por homicidio es 30 veces mayor que la de un joven europeo.
Además, ya es un hecho que la participación de las mujeres jóvenes en pandillas aumentó entre un 15% y un 25%, lo que habla tanto de una enorme capacidad de reclutamiento de estas organizaciones, como del deterioro del tejido social y los sistemas de protección y bienestar en las sociedades latinoamericanas (La Jornada, 29-06-2011).
En México y Centroamérica, por ejemplo, las regiones más violentas del continente, el reclutamiento de niños y jóvenes para actividades criminales adquiere dimensiones alarmantes.
El Comité de los Derechos del Niño de la ONU recibió informes que estiman entre 15 y 20 mil el número de adolescentes involucrados en la guerra contra el narcotráfico en México. Por su parte, el obispo de Coahuila, en el norte del país, denunció recientemente que los cárteles de la droga pagan $120 dólares semanales a niños menores de 12 años que utilizan como vigías (La Jornada, 14-07-2011). Y a los jóvenes de entre 12 y 16 años, los emplean para el traslado de droga y para que den sus primeros pasos como sicarios.
Asimismo, las investigaciones de la Red para los Derechos de la Infancia en México aportan otros elementos de este oscuro panorama: “actualmente 35 mil niños y jóvenes operan con pandillas trasnacionales como la Mara Salvatrucha y Los Zetas, mientras que la M-18, que opera en conjunto con el cártel de Sinaloa, enrola alrededor de 8 mil niños y jóvenes” (Rebelion, 19-07-2011).
Este es el retrato de la nueva tormenta de nuestro tiempo, tanto o más peligrosa que aquella de la que escribió Galeano. Una andana de calamidades sociales que exterminan poco a poco a la juventud latinoamericana, y que si se quiere enfrentar de manera integral y radical, primero es necesario entenderla como resultado directo del capitalismo neoliberal y dependiente que impera todavía en la región (donde el narcotráfico es una de las más dinámicas y lucrativas actividades económicas); y de la pulsión destructiva de la cultura del consumo y la violencia que acompaña a la actual crisis civilizatoria.
Alguna vez, otro uruguayo, el poeta Mario Benedetti, se preguntó en sus versos: “¿qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de rutina y ruina?” Y respondió:
“les queda respirar/ abrir los ojos
descubrir las raíces del horror
inventar paz así sea a ponchazos
entenderse con la naturaleza
y con la lluvia y los relámpagos
y con el sentimiento y con la muerte
esa loca de atar y desatar”.
Hoy, diríamos que también les queda indignarse. Rebelarse contra un orden que provoca la muerte, y sembrar vida contra la desesperanza. Y a todos nosotros y nosotras nos corresponde acompañarlos en esa lucha: testigos como somos de un drama que, de prolongarse, solo puede traer más dolor y sufrimiento a nuestra América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario