Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana constituyen una fuerza social arrolladora, ante la que no es posible permanecer indiferente.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Desde su operación en Cuba para extirparle un tumor canceroso y su convalescencia de varias semanas en la isla, hasta su sorpresiva aparición en Caracas, la víspera de las celebraciones del Bicentenario el 5 de julio, el estado de salud del presidente venezolano Hugo Chávez no pasó desapercibido para nadie y fue objeto de las más variopintas especulaciones. Más humano que político, al arribar al Aeropuerto de Maiquetía Chávez no titubeó en responder a las insinuaciones: “Vuelvo al epicentro de Bolívar, y eso es pura llama, pura vida, es el inicio del retorno”.
Amor y odio, crítica despiadada o respaldo esperanzado: las reacciones frente a la noticia de la enfermedad atizaron los antagonismos de la sociedad venezolana, y latinoamericana, en general, sin dar espacio a la tregua.
Por un lado, fue evidente la maledicencia visceral de los privilegiados de siempre, ahora –y de momento- vencidos, y de los escribientes del imperio y la derecha criolla, quienes no dudaron en vaticinar y casi rogar por la muerte del mandatario, el fin del chavismo y la caída de las revoluciones venezolana y cubana. En Costa Rica, algunos, en un arrebato místico, hasta pontificaron sobre el bien y el mal a partir de las fotografías de Chávez y Fidel Castro en La Habana.
Por el otro lado, en cambio, vimos el desborde de entusiasmo, de fervor popular, de llanto alegre y júbilo en los rostros de hombres y mujeres de todas las edades en las calles y plazas de Caracas, el día 4 de julio. Y también conocimos del respaldo generalizado y los deseos de pronta recuperación para Chávez, transmitidos por gobiernos de la región y de todo el mundo, movimientos sociales y organizaciones políticas y ciudadanas de todo nivel. Ni siquiera los medios de comunicación hegemónicos pudieron ocultar esta dimensión de la realidad venezolana, y se conformaron con editorializar y apostillar las noticias y las imágenes televisivas.
Estos contrastes retratan tanto la magnitud del liderazgo de Chávez y su enraizamiento en el sentimiento del pueblo –del suyo y de buena parte de América Latina-, como el hecho de que los procesos de cambio en la región encuentran en la Revolución Bolivariana un valioso caudal de experiencias, la certeza de que es posible alcanzar el poder por la vía democrática y darle un rumbo diferente a nuestros países, en el marco más amplio de un gran proyecto nacional y popular latinoamericano.
Y es que, aún en la discrepancia de criterios que se pueda mantenter con algunos aspectos de forma y fondo de la conducción política del proceso, o sus actuaciones en coyunturas específicas, propios y extraños deben aceptar que la Revolución es un hecho fundamental, que abrió oportunidades de desarrollo humano inéditas para amplios sectores de la sociedad venezolana, en los campos de la salud, la educación y la atención de la desigualdad social (sus logros son reconocidos por organismos como UNESCO y CEPAL). Pero sus aportes no se limitan a eso.
Cuando América Latina parecía hundirse en la profunda noche neoliberal, Chávez y el pueblo venezolano emergieron de las cenizas como una fuerza luminosa que inauguró otro camino –de los muchos posibles- para la región; y cuando la locura bélica y el apetito imperialista del presidente estadounidense G.W. Bush, desbordaron la razón y el derecho internacional, y lo lanzaron a dentelladas contra la Revolución Bolivariana, una vez más Chávez y el pueblo venezolano vencieron el golpe de Estado del 2002 y el paro patronal, para demostrarle al mundo que la convicción antiimperialista y antioligárquica avanza en nuestros países y puede derrotar a los poderes que siempre nos sojuzgaron.
Cuando en el año 2005 el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas, con el que soñaban los imperialistas panamericanos desde hacía más de un siglo, amenazaba con establecer para los Estados Unidos una zona de dominación incontestable desde Alaska hasta Tierra del Fuego, los presidentes Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva levantaron frente común contra la mayoría automática latinoamericana, dócil y subordinada a los intereses usamericanos, y trastocaron los planes de imperio comercial. Desde entonces, el impulso decisivo del mandatario venezolano y sus pares al proyecto diverso de la integración nuestroamericana, permitió que iniciativas como ALBA, UNASUR y la inminente CELAC diseñaran una nueva arquitectura del poder y la geopolítica regional.
Y aunque sus enemigos se empeñen en afirmar lo contrario, lo cierto es que la Revolución Bolivariana constituye un hito decisivo en la democratización de América Latina, sobre todo, en los difíciles tiempos de victoria del neoliberalismo y de hegemonía del pensamiento único. Desde 1999, una y otra vez, Chávez refrendó y legitimó su mandato en la urnas. Y también allí sufrió reveses –que aceptó sin dilaciones- y conoció los límites que la voluntad popular señaló al proceso revolucionario. En este plano, la enseñanza es clara: la democracia es una conquista y una vivencia diaria, que se construye desde abajo, y no se reduce a un formalismo procedimental, otorgado como dádiva paternalista de los de arriba.
En fin, acercarse a la Revolución Bolivariana para comprender sus significados profundos, sus derrotores al cabo de más de 10 años de gobierno, sus claroscuros –propios de cualquier obra humana- y sus innegables aciertos, supone de quien lo intente, más allá de pasiones políticas y de la inevitable toma de partido, la suficiente honestidad intelectual para reconocer la centralidad del proceso venezolano en el tránsito latinoamericano del fin del siglo XX al siglo XXI.
Ahora, un intenso debate en torno a la salud del presidente y la proyección de diversos escenarios se ha abierto en el seno de la sociedad venezolana, especialmente entre la oposición y el oficialista PSUV. En este último, la natural disputa y renovación política también crea nuevos frentes de disputa. El periodista Aram Aharonian describe bien los contornos e implicaciones de estas luchas en su artículo “Llegó el comandante y mandó parar”. En cualquier caso, le corresponderá exclusivamente a los venezolanos decidir el futuro del proceso bolivariano.
Lo que resulta incuestionable es que Chávez y la Revolución constituyen una fuerza social arrolladora, ante la que no es posible permanecer indiferente. Una fuerza en la historia: en el epicentro de las inmensas batallas políticas y culturales que se libran en nuestra América en este nuevo siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario